El Modernismo no buscaba sólo la modernidad, o ser modernos, o hacerse los modernillos, sino ser militantes de la modernidad: de ahí el sufijo –ismo, que evoca militancia, fe, adscripción. Barcelona se adscribió a la modernidad a principios del siglo XX y quiso ser su primera espada, lanzando al mismo tiempo un mensaje contundente sobre las raíces y la tradición, y cómo actualizarlas a través de las técnicas más innovadoras. Ésta es la labor de genios como Gaudí y de maestros como Domènech i Montaner, de quienes celebramos el año conmemorativo, y que, a pesar de todas las dificultades logró construir un Palau tan funcional (como sede del Orfeó y sala de conciertos), como atrevido, bello e innovador.
No sé si Domènech i Montaner era consciente de estar construyendo un futuro patrimonio de la Humanidad, pero sí debía de ser consciente de estar construyendo patrimonio catalán, y de hacerlo siguiendo las últimas técnicas y modas del momento. Un Palau de altura europea, un edificio de vanguardia, de futuro, de color, metido en medio de las piedras eternas y solemnes del barrio Gòtic. Modernidad militante. Movimiento. Ir siempre un paso más allá.
En el foyer del Petit Palau se ha inaugurado una exposición sobre las obras creadas con inteligencia artificial por el equipo artístico Entangled Others, invitados por el Palau de la Música Catalana como artistas durante la temporada 2023-24. Una muestra de obras digitales, sí, pero inspiradas en la arquitectura del edificio y en los elementos naturales escogidos por su arquitecto.
Estos dos artistas, la argentina Sofía Crespo y el noruego Feileacan McCormick instalados en Lisboa, usan los softwares de IA para crear realidades irreales, presencias virtuales, seres inexistentes, naturalezas artificiales y todos los demás oxímorones que hoy en día se nos pudieran ocurrir. Como los arquitectos, como los pintores, como los escritores, primero observan la realidad y extraen sus elementos esenciales, para después jugar a ser dioses y construir un universo alternativo.
El resultado no puede decirse que sea exactamente sobrenatural, porque parte de la naturaleza (especialmente de plantas e insectos), pero sí evoca un mundo onírico de “lo que pudo ser” o, para entendernos, una versión sofisticada del Génesis o del Edén. A veces, tenemos la naturaleza tan vista que nos parece vulgar, previsible, con sus normas y equilibrios. Las plantas y organismos vivos de Entangled parecen una evolución darwiniana de nuestra naturaleza, pero como si la evolución natural no tuviera que ir en busca de la supervivencia de las especies, sino en busca de la belleza. La belleza como estadio superior que nos permite, precisamente, sobrevivir.
El Palau de la Música ha apostado por la sensibilidad, por ser una obra de arte y ejercer de obra de arte, no sólo de sala de conciertos
Esta relación entre los humanos y la naturaleza es precisamente el tema de la temporada 2023-24 del Palau de la Música, por otra parte cada día más insuperable en términos musicales, por lo que la obra del estudio ha servido para ilustrar toda la imagen gráfica de los programas y de todos los materiales comunicativos del auditorio. Como ya se hace desde hace dos o tres años: partiendo de una obra de arte (al principio fue el arte) y derivando de esta obra toda la aplicación en imagen corporativa de la temporada. Es una apuesta valiente y sensible, que pone a los artistas por encima de los programadores o diseñadores gráficos (sin que estos conceptos sean incompatibles), y haciendo que el arte vaya siempre por delante de la aplicación útil. Domènech i Montaner seguía también este proceso: de la realidad natural, extraer una versión ilusoria y, entonces, una vez esta figura encajaba en el proyecto general, colocarla en la realidad con el doble objetivo de materializarla y de embellecerla.
La exposición inaugura, de hecho, el espacio del foyer como área expositiva de pequeño tamaño, y es un buen presagio de cara a posibles nuevos proyectos de comunicación del Palau: mientras otros simplemente colocan obras de artistas reconocidos en la entrada o bien abren el enésimo espacio inmersivo con gafas trescientos sesenta y pantallas multifuncionales, el Palau de la Música ha apostado por la sensibilidad y por ser una obra de arte, ejercer de obra de arte, no sólo de sala de conciertos. Por lo tanto, sus conexiones con las artes visuales no intentan impresionar sino conmover, y no desarrollarse a través de impactos, sino de crecimientos orgánicos que se enredan como plantas y microorganismos por dentro de la institución. La inteligencia puede ser artificial, dicen, aunque yo tengo mis dudas. Pero la sensibilidad, cuando se revela artificial, se hace inconfundiblemente fea.