Jaume Plensa en su estudio. ©INÉS BAUCELLS/PLENSA STUDIO BARCELONA

Jaume Plensa: “Si nos fiáramos de nuestra memoria, las páginas de la Historia estarían en blanco”

Es el artista contemporáneo catalán más reconocido en el mundo. Por sus cabezas y cuerpos gigantes que a veces esculpe labrando su piel en letras. Sus rostros miran al interior preguntándose quién eres, quién soy. Silencio y letras que definen al ser humano y hoy forman una palabra: desesperación. Esculturas translúcidas que funden lo efímero del momento y la belleza en la eternidad de sus elementos: bronce, piedra, madera, vidrio…

Hay una algarabía silenciosa en las naves taller de Jaume Plensa, Sant Feliu de Llobregat, polígono de Multindus. Sus bustos y cuerpos humanos, mudos y quietos, emanan una ilusión de movimiento y música; volumen y voz se desprenden de estas formas gigantes que atrapan tu atención con un mensaje común de esperanza. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y a dónde volveremos: la vida es el viaje. Son las eternas preguntas que el arte se formula sin respuesta. El trayecto hoy suspendido, a la espera.

 

Lleva un año varado el escultor en sus naves, trasegando anatomías y palabras de un espacio a otro en esta inmensidad hoy medio vacía: “Ayer esto estaba repleto, las obras se han ido (próxima exposición en Céret, Francia, mes de junio)”. Mientras él permanece, inquieto. Hombres y mujeres a medio esculpir, sus pieles labradas de letras. “Utilizo básicamente nueve alfabetos, al azar, que a su vez son una metáfora de la globalidad: el hebreo, estructurado; el arábigo, tan barroco; el chino, que nace de la representación pictográfica de la realidad, depurada a través del tiempo y la historia, bellísimo…” Tamil, griego, hindi, latino, hasta nueve. “Me gusta trabajar con los alfabetos y los retratos, buscando una definición del otro, un ser desconocido, y entablando puentes; lo que a su vez refleja cómo estás, quién eres tú mismo”.

—“Uno no elige ser artista, es inevitable: el arte es una consecuencia”, sostiene. En su caso, ¿de qué es consecuencia?

—En cualquier caso es consecuencia de tu forma de vida y tu manera de pensar; de tu actitud, tus miedos, tu posicionamiento político, tus fantasmas. La vida, luego el arte, vienen definidos por unos valores personales.

Jaume Plensa en su estudio de Sant Feliu Llobregat. ©Inés Baucells/Plensa Studio Barcelona

—¿Qué responsabilidad tiene el artista para con la belleza?

—La de cualquier ser humano. La belleza es uno de los conceptos más importantes del universo y el artista ha de ayudar a los otros a ser conscientes de dónde encontrarla, y lo hace planteando preguntas. A veces ha sido incomprendida, o adjetivada, pero la belleza está por encima de nosotros mismos y no tiene adjetivos, aunque la definamos e interpretemos de formas diferentes, y según las épocas, e incluso cuando se han utilizado elementos grotescos para representarla.

—¿De ahí, de esa concepción absoluta, surge la diferencia entre bonito y bello?

—El arte es bello, los objetos de arte, bonitos. La obra de arte envuelve un mensaje profundo con una forma que no es su finalidad sino su vehículo. Es la diferencia entre arte y artesanía: los artistas nos enriquecemos del artesano, de su conocimiento de los elementos, la materia, las técnicas. Pero la técnica no es arte. Un objeto te puede producir placer, pero el arte para serlo ha de provocarte escalofríos.

—Su obra es muy emocional, siempre responde a su vida, ¿cómo definiría su estado actual, o cómo es su obra última?

—Vivimos un momento irreal que no sabemos gestionar, y por tanto no sé si sabré responderte. Yo he seguido haciendo, de forma disciplinada, pero me falta distancia para contestar a algo así. Tal vez me dé cuenta más tarde de lo que estoy viviendo y haciendo. Shakespeare escribió Macbeth en medio de una epidemia de peste, pero no hay en la obra ni una sola alusión a ello.

Talaia, escultura de Plensa instalada en HaWai. ©Plensa Studio Barcelona

—¿No añora el viaje, usted que siempre ha acompañado a su obra allá donde ha ido?

—Esto sí lo noto mucho. Volví de Hawái en febrero pasado, y no he vuelto a salir de aquí. Mis esculturas sí han viajado, la más grande que jamás haya hecho ha sido instalada en Grand Rapids, Michigan, pero no la he podido acompañar; como tampoco he ido a Los Ángeles ni a Toronto, donde se han montado otras. Se cancelan bienales, inauguraciones, exposiciones, y esto me hace polvo. El viaje es parte del proceso, que no es solo una idea y su materialización, sino la interrelación de la gente con la pieza en un lugar determinado.

—Lo vimos en el documental ¿Puedes oírme?, de Pedro Ballesteros, especialmente en las secuencias alrededor de la Fuente Crown, en Chicago. Se le veía a usted feliz observando la reacción del público.

—Es una obra icónica de mi trabajo, nunca he querido volver a hacer nada similar; y es muy ambiciosa la interrelación de la gente con la pieza. Recuerdo cuando de niño mi madre nos llevaba a los alrededores de la catedral de Barcelona, miraba aquellas gárgolas y me fascinaban, y de ahí surge la idea.

—También dice que de su padre aprendió a amar la poesía, ¿cómo fue ese aprendizaje?

—Mi padre era un gran lector de novela, los domingos le acompañábamos al Mercat de Sant Antoni a buscar libros, y de paso cambiábamos algunos cromos. De su pasión por los libros me viene la familiaridad con el texto como algo gráfico, y de su afición al piano, el gusto por la música, y después por mí mismo descubrí la poesía. También me quedó el gusto por los mercados, de todo tipo, es lo que más me gusta descubrir cuando viajo. Y cuando estoy aquí en Barcelona, me encanta ir caminando desde mi casa en Sant Just hasta Plaza de España, y parar en los tres mercados que hay en el camino. El comercio es una actividad muy próxima al ser humano, de hecho el concepto de ayuntamiento nace en los mercados como punto de reunión de los ciudadanos. Y otra cosa que me fascina de las ciudades son los tranvías: de niños, en verano íbamos en tranvía desde nuestra casa en Sants hasta la Barceloneta, para ver el mar; el recuerdo de aquellos trayectos en el tranvía descubierto es uno de los más maravillosos que guardo.

Crown Fountain, en el Millennium Park de Chicago. ©Plensa Studio Barcelona

—¿Ya entonces se sentía extranjero, como ahora dice sentirse?

–Creo que el lugar donde uno nace es solo un punto de partida, no significa nada más que el punto desde el que buscar dónde desarrollarse. Yo levo toda la vida buscando ese lugar, y esto me ha permitido conocer infinidad de culturas, frente a las que preguntarme quién soy, dónde voy; preguntas eternas que siempre vuelven y que son la esencia del arte. El viaje es una actitud, no se trata de ir muy lejos en la distancia sino en tu cabeza, se lo decía siempre a mis alumnos en la Escuela de Bellas Artes de París. O como me dijo una vez el director del Museo de Tel Aviv, a propósito de Petrarca y el viaje: “Jaume, intenta ser siempre un extranjero”. Esto no significa sentirse incómodo en los lugares donde estás, sino una forma de cuestionarte permanentemente tu posición en la vida y, al contrario, sentirte confortable allí donde estés. Todos necesitamos encontrar nuestro mar donde fundirnos. Mira, yo no sé nadar, no floto, y solo cuando me llevaron al Mar Muerto entendí que nunca había estado en el mar adecuado.

—¿Quiere decir que allí encontró su mar, su lugar?

—No exactamente, quiero decir que el viaje es la vida en sí, que no importa a dónde llegues. Tal vez sea más importante a dónde puedes volver. Nos hemos pasado años comprando billetes de ida, y ahora necesitamos uno de vuelta.

(En este punto, le invade a Plensa un sentimiento melancólico no casual. Me cuenta que esta misma mañana, a esta misma hora, están enterrando a una de sus profesoras de bachillerato, un sepelio a puerta cerrada al que no ha podido asistir. Aquel bachillerato antiguo (Jaume Plensa Suñé, Barcelona, 23 de agosto de 1955) que los niños iniciaban con 10 años. “Fue mi profesora de matemáticas desde los 11 años y hasta el final; y yo suspendía siempre, era malo con los números, pero ella era mi gran amiga, y lo siguió siendo hasta ahora. La muerte de una persona querida cierra aspectos de tu vida y este ciclo es lo que yo llamo viaje”).

—¿Incluso en su propia tierra se siente extranjero? ¿Por qué dice que ha dejado de sentir suya Barcelona, la ciudad donde nació y creció como hombre y como artista?

—Me he despreocupado, porque es inútil, no hay manera. Es una ciudad muy áspera con sus hijos. Lo intentaron Picasso, Miró, Tàpies, y no hubo manera: es una ciudad difícil.

Blau, obra donada al Hospital Clínic en agradecimiento a los sanitarios por la crisis del covid.

—¿Se ha sentido de algún modo obligado a donar su obra al Hospital Clínic y a Sant Joan de Déu, a cederla al Palau de la Música?

—Nooo, lo he hecho encantado: me siento muy halagado cuando me piden algo. Yo he desarrollado mi carrera principalmente en Estados Unidos y allí las cosas no son así: siempre hay un capital privado que apoya al artista. La fuente de Chicago, por ejemplo, la ha pagado una persona particular, y muchas otras de mis obras en espacios públicos. Aquí, algo así lo ha de hacer el propio artista, porque no hay una ley de mecenazgo, nada invita al capital privado a participar en la sociedad. La política desconfía del interés privado y a su vez tiene miedo a equivocarse, miedo a las urnas, y por tanto no arriesga. Julia es mi primera obra importante en un espacio público en este país, y ha sido posible gracias a un privado, Cristina Masaveu, que propuso que aquel pedestal vacío de la plaza madrileña de Colón se utilizara como plataforma de exposición temporal, que cambiaría cada año. Pero Julia está ya en su tercer año, y es un proyecto que ha pasado por tres corporaciones municipales de signos dispares, lo que me alegra extraordinariamente, porque lo habitual es que el político haya abandonado la idea de servicio al ciudadano, incluso parece todo lo contrario. Y así es que falta arte en el día a día de las calles, las ciudades, los museos públicos y las colecciones: se olvida que el arte, la cultura en general, es el alimento del alma.

—Plensa, ¿qué ve cuando se mira al espejo?

—(Ríe, algo azorado) No lo sé, pero seguramente no será el que soy. De entrada, estoy al revés. No sé contestarte, estoy tan acostumbrado a la imagen que me devuelve…

Julia, en la Plaza de Colón, Madrid. ©Plensa Studio Barcelona

—Volviendo a la poesía, sostiene que el poeta es el alma de una sociedad, ¿quién le escucha?

—La sociedad a veces ni se da cuenta, por eso admiro tanto la fidelidad del poeta con una gente que ni sabe que existe. Pero su voz va calando hasta lograr que germinen cosas. El poeta es admirable como concepto, es de una enorme generosidad, y es un oficio muy duro.

—Y también, que las palabras definen a las personas y a las comunidades. Juguemos a las palabras, ¿cuál definiría el estado actual de las cosas?

—DESCONCIERTO.

—Plensa, ¿por qué cierran sus ojos los rostros que esculpe?

—Sucedió en 2004, cuando trabajaba en la Fuente Crown de Chicago. Hice unos 1.000 retratos de la gente, que es el paisaje de cada ciudad. Y cuando ya tenía lo necesario para mi proyecto, decidí seguir haciendo retratos, de mujeres jóvenes, porque representan el pasado y el futuro, con su tan efímera belleza. Por ello decidí que a partir de entonces las esculpiría con los ojos cerrados, porque es el interior lo que me interesa, las emociones que no sacamos fuera. Un retrato con los ojos cerrados es un espejo para que el espectador reflexiones sobre lo que habrá dentro.

—Pero ¿por qué mujeres y por qué jóvenes?

—Tiene que ver con el deseo de hacer eterno lo efímero. Entre los 10 y los 18 años, las mujeres atraviesan una enorme transición física, visual, que me interesa mucho. Escaneo sus rostros a los 10 años y a los 18 ya no se parecen en nada. En mis retratos se produce una fusión de contrarios, de la fotografía efímera y la escultura eterna. Tomo una foto de una persona que inmediatamente ya no está, ya no es lo que era, y al fijarla en un material, bronce, piedra, madera, vidrio, la eternizo. El resultado tiene el efecto extraño de un holograma.

Carlota, Wilsis, Julia y Laura Asia, en el Parrish Art Museum. © Timothy Schenck

—¿Por eso parece que tuvieran movimiento?

—Cuando escaneo una cabeza, la información anatómica que consigo es tan exacta, que al pasarla a escultura resulta de un verismo al que no estamos acostumbrados. Es tan real que parece irreal. Es lo que da esa cierta transparencia a la escultura.

—Transparencia y silencio: de largo plasma el silencio en sus obras. Y ahora, ¿cree que mirar hacia dentro, durante este tiempo de pausa, nos está sirviendo para algo? ¿Nota que la gente ha cambiado a mejor?

—De nuevo, es pronto para saberlo. No me gusta pensar que vamos a volver a los mismos errores y que esto no habrá servido para nada. El ser humano es positivo, siempre espera algo bueno, de cualquier experiencia; y es un ser muy imperfecto que aspira a la perfección. Una de mis obras (Glückauf?,2004) reproduce 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y al leerlos compruebas que no practicamos absolutamente nada de lo que ahí se dice, que es como un poema de buenas intenciones para ser mejores: equilibrio social, evitación del dolor, procura de la belleza…. Pero nada de ello logramos.

Carmela, frente al Palau de la Música. ©Antonio Lajusticia

—Plensa, el olvido o la plasticidad de la memoria es un don que puede salvarnos. ¿Todo esto también lo olvidaremos o lo transformaremos en nuestra memoria como una larga pesadilla?

—Absolutamente. Tenemos derecho a construir nuestro propio pasado. Es hasta poéticamente bonito. Nuestra obsesión es tener vivencias que nos resulten amables como recuerdos, y si no es así, vamos dulcificando esa memoria en el tiempo. He conocido a personas que han tenido una vida muy salvaje, que han sido auténticos bichos, y cuando llegan a ancianos parecen dulces y amables. ¿Por qué?, porque les sería imposible vivir con aquel recuerdo. Por eso es importante escribir la Historia, porque si nos fiáramos de nuestra memoria las páginas estarían en blanco: es muy doloroso pensar las barbaridades que el ser humano ha cometido. De joven tenía un buen amigo 40 años mayor que yo, y cuando iba a cumplir los 70 le pregunté: “Si piensas en tu vida, ¿qué conclusión sacas?” Y me dijo: “No ha sido perfecta, pero no ha estado mal”.  Ahora que yo me acerco a esa edad pienso mucho en aquello. Como artista no puedes borrar los errores de tu obra, tienes que asumirlos y que cada obra sea el intento de transformar el error en virtud, es una de las esencias del arte.

—¿Y usted, qué conclusión saca? ¿Cómo ha sido su vida hasta ahora?

—No ha estado mal (reímos).

—¿Cuál sería ese error que ha ido transformando en escultura?

—Una obra nunca es perfecta, y eso es precisamente lo que te impele a empezar otra; es decir, toda tu obra se basa en el error, porque si no, no harías la siguiente. Y la obra funciona cuando asumes el error y quieres transformarlo en virtud. Esto es un bello reflejo de la imperfección de las personas. Yo como ser humano soy muy imperfecto, mi vida está llena de errores, pero gracias a mi obra no necesito psiquiatra.

Vista de la exposición Nocturne. Gray Warehouse, Chicago. ©James Prinz. Richard Gray Gallery

 

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