La exposición de Sade en el CCCB se puede visitar hasta el 15 de octubre. © Vincenzo Rigogliuso

Sade o la pasión por el ‘ñic-ñic-ñic’

La exposición 'Sade: la llibertat o el mal' en el CCCB es un buen resumen de cómo el marqués nos ha condicionado el imaginario (y el arte) de los últimos siglos pero, sobre todo de cómo, al fin y al cabo, es el primero que se atrevió a profundizar en un tema tan tabú como trabajadísimo: el placer que produce el mal. Tanto hacer música, literatura y teatro sobre el tema y él, con una crudeza desacomplejada (y "ad nauseam"), nos señaló el gran elefante en la habitación: ¿alguien ha sentido placer, verdadero placer, observando la escena de la crucifixión en la Pasión de Esparreguera? No, no disimules. Hablo de ti.

Que tu nombre (tu apellido) conforme un término en todos los diccionarios del mundo significa que tu impronta es imborrable. Sade es aburridísimo, repetitivo, un escritor mediocre a mi gusto, pero su planteamiento es tan crudo, va tan al tema, toca tanto la fibra y nos pone tanto delante del espejo, que es lógico que su alma sobrevuele cada vez que decimos que algún hecho o alguien es un sádico. El antagónico sería un masoquista, un término que también existe gracias a un apellido y que, aunque sea desde la parte débil de la relación de dominio, desde el punto de vista literario me parece profundamente más interesante. Pero no importa el estilo, ahora mismo: el CCCB nos abre las puertas a Sade, el marqués, hasta el 15 de octubre, con una gran exposición acompañada de diversos actos y conferencias. Y eso no es exactamente literatura.

Sí, Sade es aburrido y monotemático, pero plantea preguntas difíciles de responder. Ahora que estamos todos preocupados por la inteligencia artificial, ¿antes no deberíamos tener también miedo a nuestra propia inteligencia? Porque está claro: ¿hay algo más peligroso que un animal racional? Una máquina racional, al menos, no tiene instintos animales. Pero resulta que nosotros somos animales y encima somos racionales. La combinación nos puede llevar a un retorcimiento, a una sofisticación del mal, a una sublimación del dolor y de la tortura (ahora mismo en Valencia tendrán un canceller de cultura torero), que es exactamente de donde viene la aceptación del término en el diccionario: “comportamiento sexual en el que la excitación y la satisfacción erótica y sexual es provocada por el sufrimiento físico infligido ajeno”. Para mí la definición es inexacta, pero sirve para entender el concepto: a los humanos, a veces, encanta (¡pero es que nos encanta!) hacer daño.

Una máquina racional, al menos, no tiene instintos animales. Pero resulta que nosotros somos animales y encima somos racionales.

La libertad o el mal, se titula, precisamente, la exposición. Encontraremos a varios artistas plásticos que le dedicaron obras, o casi toda la obra, o casi la vida: Toyen, por ejemplo, la artista sueca surrealista (y de aspecto bastante andrógino), concentró buena parte de su obra al erotismo e ilustrar toda una Justine (el libro principal del marqués), y en esta exposición vemos pesadillas y sueños de la artista donde el deseo y la frustración se besan delicadamente. Pero también veremos obviedades (la parte que encuentro menos interesante del sadismo) como esposas, sillas inmovilizadoras, látigos y toda la parafernalia carnavalesca que pueda acompañar a una vulgar mazmorra de barrio.

Ésta es la parte aburrida de Sade (y tal vez de la exposición), pero no deja de ser ineludible: los sádicos físicos se repiten como el ajo y concentran todas las energías en el ñic-ñic en los pezones, como si fueran niños pequeños, cuando si algo interesante puede tener el sadismo es el dominio mental y no las cincuenta o ciento cincuenta mil sombras de Grey. Así pues, el erotismo de las piezas de arte es mucho más interesante que los utensilios de Fisher Price para Adultos que siempre me ha parecido la limitada caja de herramientas de la comunidad BDSM.

La exposición explora el legado estético, filosófico y político de Sade en la cultura contemporánea. © Vincenzo Rigogliuso

Sade va mucho más allá de eso: la exposición nos enseña también la vertiente política del marqués, haciéndonos ver que nuestro sadismo está presente en todas partes y también en las instituciones. Votamos de manera egoísta, a veces sádica, y los gobernantes se comportan a menudo con una crueldad y una soberbia que parece que lleven por dentro la peluca. Libertad suena a liberal, como neoliberal puede sonar a libertino, y confundir la libertad con el libertinaje puede ser algo más que una frase cuñada para darnos cuenta de que es exactamente lo que a menudo deseamos en la intimidad. ¿Era Sade un libertino políticamente? Todo lo contrario: como contemporáneo de la época de la Ilustración, defendía la racionalidad y los límites y condenaba la violencia y el horror que siguió la Revolución Francesa.

Sade no nos invita a ser violentos, sino a comprobar nuestra pulsión violenta, que es muy distinta. Por mucho que en las mazmorras muchos tengan fantasías con los uniformes nazis, Sade señala el fenómeno antes del fenómeno para advertir que el mal existe y que, mucho más que existir, es una pulsión. Una pulsión que rechaza liberar en el plano colectivo o social. Es lo que nos exponen las fotografías de Andrés Serrano, mezclando religiosidad, política y sexo hasta el escándalo y la escatología. Quizás el artista más sádico de los invitados a la orgía.

La exposición nos enseña también la vertiente política del marqués, haciéndonos ver que nuestro sadismo está presente en todas partes y también en las instituciones

Pero también Joan Fontcuberta y sus murales de fotografías, en este caso conformando la sádica figura, o un cartel de la radical (y francamente insufrible) “Saló o los 120 días de Sodoma” de Passolini, tan insufrible como (por tanto) tan adecuada al estilo de nuestro protagonista. También están Paul Chan, Guido Crepax, Juan Morey, Kara Walker, evidentemente Man Ray y el gran sadomasoquista Dalí, una buena selección que podría haber sido algo menos evidente pero que cumple a la perfección con la intención monotemática, casi claustrofóbica, del sadismo: ñic-ñic-ñic. Y también cultura de masas, Sade como un precursor del pop, de tantísimos iconos, como ya lo fue (y perdónenme) la cruz de Jesús: el gran símbolo sádico por excelencia.

Literatura, cine (ineludibe Albert Serra), cómic, música (me habría faltado más referencia a la música, tan abudantísima en la temática), religión, política, filosofía, teatro (sí, el marqués también tenía vocación teatral). Todo ello bajo el hilo conductor de la palabra “pasión” en cada parte del recorrido (“Pasiones políticas”, “Pasiones perversas”, “Pasiones criminales”), que vuelve a llevarnos casi inevitablemente a la “pasión” de Cristo y esta encantadora ambivalencia del término. Y una pregunta directa para los tiempos que vivimos: cuando el maltrato o la esclavitud son consentidos, ¿siguen siendo maltrato y esclavitud? Piensa en el último contrato laboral que has firmado. Piensa en si tu superior te maltrataba. Y piensa en si, al fin y al cabo, durante un buen tiempo ya te compensó. Claro que ese es otro término en el diccionario.

La exposición presenta la influencia del legado de Sade en el ámbito del pensamiento desde principios del siglo XX hasta nuestros días. © Vincenzo Rigogliuso