Fue una institución de gran prestigio, aunque no muy popular. Hablamos de la Academia de Matemáticas de Barcelona, la escuela donde durante casi un siglo se formaron los ingenieros militares, creada en 1720 tras el fin de la Guerra de Sucesión con la caída de la capital catalana en 1714 a manos de las tropas de Felipe V. Desde el año 2016, una exposición titulada Ingenieros, soldados y sabios la recuerda en la sede del Gobierno militar.
La Academia de Matemáticas fue un hito, no solo en el diseño de fortalezas como la Ciutadella, que se erigió en el espacio que hoy ocupa el parque del mismo nombre, y el castillo de Montjuïc, sino porque los ingenieros militares también participaron en la construcción de obras públicas y en el urbanismo de ciudades y barrios. Es el caso de la Barceloneta, concebida en un trazado de calles perpendiculares e islas numeradas al estilo castrense.
La escuela, pese al citado gran prestigio, nunca gozó de gran popularidad, pues había sido creada por los vencedores de la guerra y buena parte de su obra fue construir complejos militares cuyo objetivo no siempre era la defensa ante agresiones exteriores, sino también para la represión interna. La academia se constituyó en 1720 en un edificio de la Ciutadella, pero en 1752 se trasladó a Sant Agustí Vell, un antiguo convento que resultó muy dañado en los combates de 1714 y que se reconstruyó para alojar la escuela.
Hoy, del viejo convento de Sant Agustí quedan los restos del claustro y poco más. La academia de ingenieros permaneció en el viejo convento hasta 1803, cuando se disolvió al crearse la Academia Militar de Zamora y la Academia de Ingenieros de Alcalá de Henares, adonde se trasladaron los estudios que hasta entonces se cursaban en Barcelona.
En la Academia de Matemáticas se impartía una formación puntera, bajo un modelo inspirado en la escuela de ingeniería militar de Bruselas. Su impulsor fue Próspero de Verboom, el ingeniero de referencia de Felipe V, artífice de la construcción de la Ciutadella tras la destrucción de la práctica totalidad del barrio de la Ribera, muy damnificado por los combates. Las nuevas autoridades borbónicas derribaron las casas que quedaron en pie para hacer sitio a la fortaleza y a una gran explanada que hacía las funciones de zona de seguridad. Para realojar a los pescadores, se construyó la Barceloneta, en unos terrenos ganados al mar.
La Ciutadella incluyó los últimos avances en el diseño de fortificaciones. Hoy solo quedan en pie la capilla, que aún es parroquia castrense; la residencia del gobernador, convertida en el IES Verdaguer, y el antiguo arsenal, actualmente sede del Parlament. En este edificio aún es posible contemplar su distribución en habitáculos con ventana y separados por muros de más de un metro de grosor, cuya función era impedir que las municiones allí almacenadas explotaran por simpatía en caso de accidente.
Los alumnos de la academia, entre los que había algunos civiles, recibían una completa formación. Entre las asignaturas, había aritmética, geometría, álgebra, trigonometría, física, mecánica, hidráulica, arquitectura militar y civil, artillería, óptica, astronomía, geografía y náutica. El nivel de exigencia era tal que no bastaba con aprobar los cursos, sino que al final de los estudios los candidatos debían someterse a un examen de selección que solo superaban 10 de cada 60.
Tras la marcha de la academia, el edificio siguió teniendo uso militar, y fue caja de reclutas hasta el fin del servicio militar obligatorio. Hoy, alberga, entre otros, un centro cívico y un museo del chocolate. Además, en la fachada de la calle Comerç quedan unos insólitos símbolos masónicos, un compás y una escuadra entrelazados, que son los más conocidos de esta sociedad secreta. A pesar de que ambos objetos son herramientas habituales de los ingenieros, dispuestos en el modo de la masonería mostrarían su relación. No se descarta, incluso, que en la academia hubiera una logia militar cuyo rastro se ha perdido, entre otras cosas porque en los años del franquismo se intentó borrar toda simbología relacionada con una sociedad que fue duramente reprimida. No obstante, las escuadras y compases de la calle Comerç lograron sobrevivir misteriosamente.
La exposición del Gobierno Militar repasa minuciosamente el trabajo de la Academia de Matemáticas y, por extensión, el de la ingeniería militar. No ha sido una muestra muy publicitada, tan solo a través de unas banderolas en la fachada del edificio. Aun así, y teniendo en cuenta las duras restricciones durante dos años de pandemia, ha recibido hasta la fecha más de 144.000 visitantes. Todavía puede verse de martes a sábado de 10.00 a 14.00 horas. Vale la pena.