En Barcelona estamos de enhorabuena porque, a pesar de la crisis y los pésimos índices de lectura, continúan abriéndose librerías. Una de las últimas es la Obaga, en la calle Girona 179, junto a los cines, nacida para suministrar droga escrita a los lectores de la derecha del Eixample. Me acerco al día siguiente de la sonada inauguración, con cientos de personas invadiendo el carril bici, porque quiero que me expliquen los pasos a seguir para abrir una librería. ¿Con cuántos meses de antelación la han preparado? E¿s necesario haber hecho un máster para ser librero? Y la burocracia, ¿ha sido muy pesada?
Me lo cuentan Dioni Porta y Carol Porta, la pareja de suicidas que está detrás de esta librería sombría. Se decidieron durante el diciembre pasado, después de años de darle vueltas a la idea. Porque no vienen del sector: ellos son simples locos de los libros que querían ir más allá de leerlos. El salto al vacío no hubiera sido posible sin la ayuda de otros colegas de gremio, como Jordi de la Taïfa y Albert de la Atzavara, que les explicaron cómo funciona el negocio y les aseguraron que es posible vivir (modestamente) de ello. Desde la Obaga están sorprendidos de esta solidaridad gremial, y mientras hacemos esta entrevista entrarán los compañeros de la Llibreria Sendak para felicitarles: sus consejos también han sido fundamentales.Buscaban un local cerca de casa, en el Baix Guinardó, pero se decidieron por Girona con Còrsega porque no querían instalarse cerca de ninguna otra librería y perjudicar a sus propietarios. Ha sido un acierto: no para de entrar gente a felicitarles porque «hacía falta una librería en el barrio». Los números y el plan de empresa han sido cosa de Dioni, que es contable: me confiesa que han tenido que ampliar la hipoteca de la casa donde viven para afrontar la inversión. Según Carol, la burocracia tampoco ha sido nada del otro mundo. Ella será la encargada del día a día, y confía en aprovechar las horas muertas para apalancarse en el sillón y disfrutar de la lectura. ¿Qué más quisieras?, pienso para mí: ¡todos los libreros piensan que tendrán tiempo para leer!
Han tardado tres meses para dejar listo el local. Lo han hecho ellos mismos: hay que imaginarse a Dioni (que tiene vértigo) subido a una escalera para derribar todo el falso techo. Como tuvieron que hacer una nueva instalación eléctrica (uno de esos imprevistos) reclutaron a los amigos y parientes para pintar, y también tiraron de amistades para ordenar alfabéticamente los anaqueles: tú, la A; tú, la B; tú, la C. «¿Qué haríamos sin los amigos?”, ríe Carol.
Para poder destinar la mayor parte de la inversión a los stocks de libros, los muebles también debían ser low cost: todas las estanterías son recicladas, compradas en Els Encants o encontradas en la calle; pero no hay que preocuparse, las limpiaron bien y el resultado es impresionante. Eso sí, hasta que no empezaron a colocar los libros, entraba gente pensando que vendían muebles viejos.
Por último, había que elegir la mercancía, un proceso «muy salvaje» y hecho a contrarreloj: en pocas horas tenían que repasar los 20.000 títulos que ofrece una distribuidora como Les Punxes y decidir los libros que querían. «Nos decantamos por los autores que ya conocíamos, o porque los hemos leído o porque conocemos la calidad». Y la elección es un acierto: tienen los títulos en catalán y castellano mezclados, y cuidarán especialmente a las pequeñas editoriales de aquí, con algunas mesas temáticas. Una semana antes de inaugurar empezaban a llegar las cajas de libros, y mientras los desembalaban, las redes sociales se llenaban de mensajes de ánimos y felicitaciones. El 1 de septiembre se detuvieron a tomar aire y al día siguiente empezaban a aparecer los primeros compradores.