Matthew Liu es un galerista que se ha interesado en exportar arte catalán a China, a partir de su decisión de abandonar el mundo de la banca.
Es un hombre joven con una visión del arte profundamente personal, sin querer contentar a todos, subrayando su huella como sujeto que observa, compra, vende y divulga.
En su discurso, una sonora queja sobre cómo tratamos a los artistas aquí. Pero también una contundente reflexión sobre el inmenso talento que podemos aprovechar, si dejamos de vender marca y nos dedicamos a crear arte.
— ¿Qué hace en Barcelona?
— Visitar a mis artistas.
— ¿Sus artistas?
— No los veía desde hace tres años, de hecho no había vuelto todavía a sus estudios ni había hablado con ellos en persona. Necesitaba verlos. Ellos están representados por varias galerías, pero si digo “mis” es porque yo soy el único que les traigo a China.
— ¿Cómo empezó todo esto?
— A través de Lluís Lluch, representante de artistas catalanes en China. Yo hasta entonces venía como turista, había venido unas cuatro o cinco veces, pero conectar con Lluís me permitió ver la ciudad con otros ojos: con los del sector del arte. Yo antes era sólo un banquero.
— ¿Un banquero que ahora se dedica al arte?
— En 2013 abrí mi primera galería y abandoné el banco. Y en 2014 ya me instalo en Shanghái. De hecho, yo siempre había querido vincularme al mundo del arte, aunque mi primer contacto vino a través del dinero: yo dentro del banco era un dealer, alguien que transaccionaba dinero por arte, a través de su fundación. Y un día veo que quizás era mejor dedicarme al arte a tiempo completo.
— Y de aquí a Nueva York.
— Exacto. Estuve considerando si abrir en Nueva York, ya que el interés era por el arte occidental, pero creo que es precisamente por eso que escogí Shanghái: en Nueva York ya tienen galerías de arte contemporáneo.
“Yo hasta entonces venía como turista a Barcelona, pero empecé a ver la ciudad con otros ojos: con los del sector del arte”
— ¿Y qué diferencia existe entre el arte contemporáneo occidental y el oriental?
— El arte chino tiene mucho carácter, mucha personalidad, lo que hace que la tradición deje mucha huella. Yo creo que el arte contemporáneo es, en esencia, occidental: el chino es más figurativo que abstracto, por ejemplo, y debo decir que en nuestras galerías también lo exponemos. Ahora diría que exponemos una muestra del 50% de arte oriental y el 50% de arte contemporáneo occidental en nuestras galerías.
— Y tiene delegaciones en París, Londres y Barcelona.
— Sí.
— Pero no en Nueva York.
— Exacto.
— ¿Por qué estas ciudades, entonces?
— Los artistas están infravalorados por su propio mercado. No encuentran espacio en su ciudad, no están suficientemente valorados y se les promueve poco. Seguro que así no llegan, ni se pueden plantear llegar, al mercado asiático. Ésta es, pues, nuestra tarea: acercar a los artistas occidentales a Oriente.
— ¿Tan duro es?
— Demasiado. He conocido bien unos veinte, de aquí, pero si se quedan aquí van a sufrir demasiado. Lo mismo vale para las galerías barcelonesas, que tienen verdaderos problemas para encontrar compradores de arte. Los catalanes no compráis arte.
— Hace tiempo que se dice eso. Pero si somos una ciudad turística, ¿los visitantes no deberían…?
— Error. Los turistas tampoco compran. Compran souvenirs. Sin embargo, Shanghai sí es un verdadero centro de coleccionistas.
— Y el nombre de Barcelona le ayuda a vender, ¿entiendo?
— No.
“Los artistas no encuentran espacio en su propia ciudad y no están suficientemente valorados. Seguro que así no llegan, ni se pueden plantear llegar, al mercado asiático”
— ¿En nada?
— Lo que crea una interesante marca no es Barcelona, sino su arte. Su talento, su creatividad. Primero viene el artista, después viene el interés por Barcelona. Ya es así cuando hablamos de Dalí, o de Gaudí. Podéis pensar muchas veces en vuestra marca, pero la verdadera marca es el talento que tenéis.
— ¿Y esto ocurre en más ciudades?
— A París le ocurre un poco lo mismo, que los artistas de allí son más reconocidos en Estados Unidos o Inglaterra. Lo que sí debo decir es que las nuevas generaciones suben muy fuertes, han contemporizado con el reto.
— ¿Qué quiere decir?
— No vendas Gaudí. Se Gaudí.
— Entiendo.
— Ahora estamos juzgando lo que se hizo hace cincuenta años, y por tanto lo que toca a los artistas de ahora es empujar hacia adelante. ¡Aplícate, y hazlo!
— ¿Qué tienen en común los artistas catalanes que usted promueve en China?
— Se alimentan mucho de la estética. Todos ellos (Riera i Aragó, Santi Moix, Eduardo Arranz-Bravo, Alberto Peral, Miquel Gelabert, Agustí Puig….) son muy diferentes entre sí, pero visiblemente influidos por la cultura catalana: los mitos, las historias, la fauna, la tierra, alimentos, colores… por ejemplo, veo un predominio del color naranja.
— ¿El naranja?
— Es un rasgo en el que me he fijado, simplemente. Aparece a menudo. Y esa sensibilidad estética que digo la tenéis aquí mismo, no pasa en ninguna parte más.
— Hay muchas ciudades en el Mediterráneo.
— No como Barcelona. Búscala, Barcelona ha crecido como si fuera la capital del Mediterráneo y los artistas que expongo han crecido con ella. Se ve claramente la evolución de su arte con el de la ciudad y la cultura.
“Barcelona ha crecido como si fuera la capital del Mediterráneo y los artistas que expongo han crecido con ella”
—¿Y por qué no tenemos una feria como Arco, entonces?
— Se necesitaría una feria o un festival de arte contemporáneo en Barcelona. Si funcionó Art Basel en Miami, imagínate en Barcelona: ¡tenéis una ciudad a la que la gente quiere ir incluso en invierno!
—¿Está diciendo de montar un Basel Barcelona?
— Me temo que ya es tarde por eso. Ya os ha quitado el sitio París. Haced algo propio, haced vuestra versión de un festival o feria de arte contemporáneo. Lo tenéis todo para que funcione. Y, más que en lo que tenéis, repito: fijaos en lo que sois.