Era el primer día del año 1895 y amanecía París bajo un cielo plomizo. Mientras para unos empezaba una jornada de trabajo que los llevaría a recorrer toda la ciudad, empapelando las paredes de los bulevares, las puertas del Moulin Rouge se cerraban tras los últimos rezagados de una noche marcada por la famosa Fée Verte. Debieron ser estos trasnochadores los primeros en divisar a una diosa bizantina a lo lejos, pensando que aún estaban bajo los efectos del alcohol. Pero, poco a poco, a medida que la ciudad despertaba, fueron los demás parisinos quienes descubrieron que se trataba, en realidad, del cartel que anunciaba la nueva obra de teatro de Sarah Bernhardt, La Divina Sarah, que caracterizada como la protagonista de la producción Gismonda, marcaría una antes y un después, no solo en la carrera del artista Alphonse Mucha, sino en todo un movimiento artístico.
Alphonse Mucha nació 1860 en Ivančice, en la actual República Checa. A los 19 años ya trabajaba como aprendiz de pintor de escenografías, y, pocos años después, recibió el encargo del conde Kart Khuen de Mikulov para llevar a cabo la decoración mural de su castillo, Emmahof. El conde quedó tan gratamente impresionado que acordó apadrinar el aprendizaje formal de Mucha en la Academia de Bellas Artes de Múnich, y posteriormente, costeó también su viaje a París.
Fue en la ciudad de la luz donde Alphonse Mucha dio sus primeros pasos en solitario, primero como ilustrador para varias editoriales, después recibiendo una mention honorable en el Salón de París por sus estudios al óleo para Scènes et épisodes de l’histoire d’Allemagne de Charles Seignobos, y finalmente, consolidando su éxito de la mano de Sarah Bernhardt y la creación de los carteles para sus producciones, junto a los diseños de decorado y vestuario.
Es en esta etapa de eclosión en París en que se centra la exposición del Palau Martorell que podrá visitarse hasta el 15 de octubre. Resultado de las investigaciones más recientes que examinan el aspecto teórico de la obra de Mucha, especialmente la idea de belleza, principio central de su arte, la muestra se compone de más de 80 piezas, entre las que se incluyen sus famosos carteles para el teatro, objetos comerciales con sus inconfundibles diseños, además de fotos y dibujos preparatorios de sus obras. Y también encontraremos una proyección sobre los lienzos de La epopeya eslava, uno de los proyectos más importantes que quiso realizar durante toda su vida.
Encontraremos una proyección sobre los lienzos de La epopeya eslava, uno de los proyectos más importantes que Mucha quiso realizar durante toda su vida
La exposición está organizada en tres ejes temáticos:
El primero centrado en las mujeres, protagonistas indiscutibles de sus piezas, se focaliza en el trabajo para las producciones teatrales de Bernhardt y en los carteles publicitarios para marcas famosas como JOB (papel de fumar), Lefèvre-Utile (galletas LU) o las bicicletas Waverley, así como en sus diseños para perfumes o portadas de revistas como Les Maîtres de l’Affiche.
El segundo bloque, está centrado en el llamado style Mucha, una suerte de lenguaje visual desarrollado por el artista cuyo objetivo era la expresión de la belleza a través de la armonía entre los contenidos internos (ideas, mensajes) y las formas externas, a partir de la combinación de la imagen de una mujer —el símbolo de su mensaje de belleza— con flores y otros motivos decorativos de carácter exótico y de su Chequia natal.
Y el tercero, dedicado a la belleza, nos muestra como a través de ese style Mucha, pudo trabajar por la libertad política de su país y convertir su arte en mensaje, que culminó en los lienzos de La epopeya eslava, pintados entre 1912 y 1926, donde Mucha quiso contar la historia del pueblo eslavo.
Alphonse Mucha no sólo creó un estilo propio caracterizado por composiciones armoniosas, formas sinuosas, líneas orgánicas y una paleta apagada, que daría pie al Art Nouveau, sino que, tal y como se recoge en sus notas, creía que el papel del artista era inspirar a la gente con esta belleza armoniosa y elevar la calidad de sus vidas a través de su arte, y eso es lo que trató de hacer a lo largo de su existencia: retratar la belleza y llevarla al gran público.
Mucha creía que el papel del artista era inspirar a la gente con esta belleza armoniosa y elevar la calidad de sus vidas a través de su arte
Ejemplo de ello son los paneles decorativos, carteles producidos en grandes cantidades, sin texto, diseñados puramente para decorar, que la gente corriente podía tener en sus casas. “Me alegré de participar en un arte para el pueblo y no para salones privados. Era barato, accesible al público en general, y encontró un hogar tanto en las familias pobres como en los círculos más acomodados…” escribiría en sus notas.
Quizás ese fuese el éxito de su arte, esa democratización de su obra, ese querer llegar a todos con la única ambición de que, la belleza —-ese tan basto y complejo concepto—, pudiese llegar a todos los rincones y pudiese ser contemplada por todos los ojos.
Puede que ese siga siendo el verdadero triunfo. Que hoy, aún, nos conmovamos ante esas mujeres de largos cabellos, adornadas de flores, joyas y ornamentación. O ante esa niña de trenzas y mirada fija que sujeta con fuerza los lápices, de la que Mucha pintó su historia.
No perdáis la oportunidad de sumergiros en la belleza de las creaciones del padre del Art Nouveau, Alphonse Mucha. Todavía hay tiempo de acercarse al Palau Martorell, junto a la Basílica de La Mercè, hasta el 15 de octubre.