La calle Pere IV es la Diagonal del Poblenou o, como se llamaba antiguamente, la carretera de Mataró. En medio de esta calle, muy cerca de la Sala Beckett y no muy lejos del iluso centro de Barcelona que según Cerdà debían ser las Glòries, situado en un triángulo que supone casi una manzana por sí sola entre escuelas, comercios, gasolineras, una casa modernista y los próximos brunchs del 22@, la fundación Carulla ha decidido instalar su sede, después de varios años siendo un simple despacho más cerca de las Teresianas de Ganduxer.
La manía de la dirección, encabezada por Marta Esteve pero compartida por la presidencia y el patronato, se ha acabado materializando bajo un relato que ya lleva años transformando la fundación Carulla de arriba abajo. Se trata de hacer casar varias cosas, pero con la tierra como hilo conductor, la tierra en sentido amplio: la cultura catalana y la reivindicación del mundo rural, metiendo un pedazo de la Espluga de Francolí en medio de un barrio industrial de Barcelona. Y, sobre todo, apostando por el poder transformador de la cultura: la fundación Carulla decidió convertirse en una mariposa transformada en un impulsor de transformaciones, de incidencias, de metamorfosis sociales que deberían tener su origen en la cultura. Marta Esteve nos habla de todo esto en su discurso, bajo la atenta mirada del presidente Nicolau Brossa, aprovechando un día tan especial como un 29 de febrero y mencionando la necesidad de que este nuevo espacio dialogue con el barrio y con la ciudad. Estamos ante la materialización de una idea, el nacimiento físico de una mariposa que llevaba tiempo gestándose en el capullo de Ganduxer y que ahora ha decidido volar hasta su propio espacio. Un cuartel general. Un laboratorio. Lo que seguramente es ya también, con perdón, la sala de juegos de Marta.
Nos habla de la arquitectura, del interiorismo, de los espacios, y los equipos que han colaborado: Bonsfills, Laia Ubia, Núria Vila. Estamos en un inmenso triángulo de cuatro pisos con una espectacular terraza, museo de la vía rural en miniatura en la planta baja, oficinas y salas de actos en las plantas intermedias, mucho espacio para talleres y oficinas (incluso preparado para cierto coworking) y diseñado con una voluntad familiar y acogedora, un encuéntrate en casa, un no hace falta que os vayáis, blancos y grises y maderas y feng shui y mucho cristal.
La fundación Carulla decidió convertirse en una mariposa transformada en un impulsor de transformaciones, de incidencias, de metamorfosis sociales que deberían tener su origen en la cultura
Y después de explicar todo esto y de dar muchos agradecimientos, Marta no puede evitar ser Marta y hacer participar a la gente. Es lógico, tratándose de una fundación que ha decidido trabajar muy de abajo hacia arriba y en contacto con el terreno. “Cuando nace un niño”, dice, “la gente hace deseos sobre su futuro”. Y de ahí el micrófono pasa a la expresión popular (y del equipo de colaboradores, es decir no siempre espontánea) en torno a deseos como la producción de talleres para niños sobre sostenibilidad; irradiar la lengua catalana especialmente hacia los jóvenes (dice Magrinyà, director de la Barcino); la complementación de la ciudad con el campo en una economía circular (representante de la asociación de vecinos); ser un ágora en torno a la cultura y las artes (Elisenda Guiu, creadora, fan de Mutare, que es la dinámica de la fundación para captar y desarrollar ideas transformadoras); hacer cosas conjuntamente con otras entidades como Òmnium (Laura Cendrós, no necesita presentación); ser un polo de atracción de talento y de los agentes sociales del barrio, dado que ahora las fábricas de creación se han convertido en pisos donde no vive la gente del barrio (el cofundador del festival Escena Poblenou); y sobre todo (ya era hora de que alguien lo dijera) impulsar y difundir la identidad catalana. No olvidar que el tronco de la fundación es la identidad catalana, y, después, “haced tantas ramas como queráis”. Ah: y ahora esperamos mucho más de la fundación, así que sí, sentiros presionados (Artur Carulla, patrón).
El recordatorio le sirve, también, para decir que hasta ahora la fundación no tenía sede de actividades propiamente dicha y que, por tanto, quien gana también identidad, es la propia fundación. Y cuando se acaban los deseos llega el Catalunya Freestyle, que es una entidad que mereció el premio Carulla a la mejor idea, y que (también deseando que esta disciplina de música urbana llegue a toda Catalunya) nos hace una demostración consistente en tomar cuatro palabras aportadas libremente por el público (tierra, vecindario, imaginación y catalán) e improvisar una pieza musical con caja de ritmos. Mientras, un mural pintado se va gestando en la pared entre dibujos de actividades artísticas: en efecto, una mariposa de colores.
La copa de cava y los carquiñoles en la terraza (Bernat Puigtobella, Eva Piquer, Gemma Ventura, Joan Oller, Carles Duarte, Esteve León, Joan Herrera, etcétera) dan lugar después a la visita del museo de abajo, donde, además de exponernos utensilios de la vida rural y referencias a aspectos de la vida que se van perdiendo (como las recetas de la abuela o las canciones de cuna, o las vaquerías que abundaban en este barrio), se nos traza un vial de arena. De tierra. En medio del suelo. Me doy cuenta tarde de que la cosa se puede pisar, llevaba rato pensando si ese rectángulo de naturaleza tal vez existía para ser visto, y no pisado, como si fuera la hierba de un parque. Y me sentía tan bien educado, caminando por las baldosas de alrededor. Entonces me doy cuenta del extremo al que nos ha llevado la vida en la ciudad, la desconexión con un hecho tan natural como pisar la tierra, poner los pies en el suelo, estar en tierra firme. Y creo que, a pesar de las mariposas en la cabeza o en el corazón, la gran aportación que esta verdadera supermanzana cultural de la calle Pere IV puede hacer a Barcelona es la de hacerla volver a la tierra. En su tierra. Bienvenida la nueva sede, pues, si ésta será su forma de arraigar.