Siempre me gusta coincidir editorialmente con el director adjunto de La Vanguardia Miquel Molina. De hecho, es muy habitual que comparta sus acertados análisis sobre el sector cultural de Barcelona y la necesidad del desarrollo metropolitano de la capital catalana. Hace una semana, en mi debut en The New Barcelona Post, escribía, a propósito de dos exposiciones sobre vampiros, de la cultura como eje clave y estratégico de la reactivación económica de la ciudad tras la pandemia. Y al cabo de unos días, Molina abunda en esta tesis en un debate sobre la proyección cultural de Barcelona organizado por la Societat Econòmica Barcelonesa Amics del País.
Más reconfortado me sentí aún con lo que manifestaron el resto de ponentes, pues también comparten este razonamiento la escritora Carme Riera; el promotor cultural Carlos Duran, y uno de mis grandes referentes literarios, Eduardo Mendoza. De hecho, la lectura aún en tiempos de instituto de El misterio de la cripta embrujada fue, visto ahora con perspectiva, determinante para dedicarme a esto de escribir. Todos destacaron la idea de que Barcelona debe definir una estrategia cultural de futuro a través de un gran pacto que resitúe la ciudad como referente también en este terreno que atraiga inversiones y talento.
El coronavirus va a dejar muchos sectores económicos muy debilitados. El de la cultura va a ser uno de ellos. Molina, Riera, Mendoza y Duran coincidieron en prever la situación sumamente crítica en la que van a quedar muchos equipamientos y locales culturales de la ciudad, algunos de ellos históricos. Habrá que diseñar una operación de rescate, y para eso hará falta que las administraciones se impliquen y den respuesta a la eclosión de creatividad que sin duda se producirá por parte del sector a causa de las “energías retenidas” durante estos meses, en palabras de Molina.
Carme Riera abrió un melón estimulante al afirmar que “la simpatía es cultura”, para a renglón seguido sostener que en Barcelona hay una falta de “cultura de la simpatía”. Por ello, animó a “hacer de Barcelona una ciudad simpática”, incluso a buscar algún eslogan al uso imitando aquel tan exitoso de Barcelona, posa’t guapa. Mendoza destacó que uno de los grandes activos de Barcelona es su variedad de oferta. Por la mañana puedes ir a la playa, por la tarde visitar un museo y por la noche cenar en un magnífico restaurante. Del todo cierto, pocas ciudades son tan completas en este sentido como Barcelona y ese es uno de los ganchos de su gran atractivo turístico que sin duda mantendrá cuando todo esto acabe. Sin embargo, lamentó que los barceloneses no hagamos uso de la cultura en su sentido amplio y la ausencia de una inversión de cara al futuro.
Duran insistió en este aspecto, al señalar que Barcelona viene de un “sistema agotado”, el posolímpico, y que ahora estamos “desnortados”. La Barcelona de antes no volverá, añadió, y la factura que nos va a dejar la covid-19 va a ser “muy cara”, por lo que abogó por la necesidad de generar un proyecto “común” e “ilusionante”. En este sentido, Molina avanzó que en este momento considera que se dan las circunstancias para un “pacto cultural” en el ayuntamiento de Barcelona. Mendoza reclamó más implicación de la universidad en la cultura y una ley de mecenazgo.
Hay que poner letra y música al pacto cultural y promover un conjunto de acciones, como impulsar la capitalidad literaria de Barcelona y generar inversiones que consoliden los ejes culturales de Rambla-Paral·lel y Montjuïc
El moderador del debate, el también director adjunto de La Vanguardia Enric Sierra, puso sobre la mesa la polémica sobre el proyecto de que el Hermitage se instalé en el puerto. Todos los ponentes coincidieron en mayor o menor medida en que no se entiende que Barcelona pierda la oportunidad de que una sucursal de este emblemático museo de San Petersburgo venga a Barcelona. Aunque ahí apareció la visión discordante de Miquel Roca, presidente de Amics del País y expresidente del MNAC, que hasta entonces se había limitado a presentar el debate como anfitrión. Roca dijo estar “personalmente en contra” de que se invierta dinero público en esta experiencia del Hermitage cuando los museos de la ciudad están “empobrecidos”.
La conclusión del encuentro fue que la cultura debe dejar de ser una María y aprovechar los efectos de la crisis sanitaria como una oportunidad para que la reactivación del sector forme parte de la agenda política. Hay que poner letra y música al pacto cultural y promover un conjunto de acciones, como impulsar la capitalidad literaria de Barcelona y generar inversiones que consoliden los ejes culturales de Rambla-Paral·lel y Montjuïc.
Esto es sin duda lo que mucho deseamos, pero otra cosa es lo que realmente ocurra, a tenor de la sentencia que Miquel Roca soltó al final del acto: “En política el sectarismo es malo; en la cultura es horroroso”.