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n el Grand Palais de París se puede ver la mayor exposición de Miró hecha nunca en la capital francesa. Es una exposición excepcional, mucho mejor, más completa, que la gran antológica del pintor que se presentó en 1974, aún en vida del artista, en el mismo centro expositivo.
“Ceci est la couleur de mes rêves” -este es el color de mis sueños- es el título de la sutil pintura-poema procedente del Metropolitan de Nueva York que da también título a esta muestra de la evolución plástica del pintor a través de más de 150 obras representativas de su trayectoria: dibujos, pinturas y grabados, esculturas y cerámicas.
En esta gran exposición de París hay una tela tan emblemática como La masía, procedente de la National Gallery de Washington. En esta pintura se puede comprobar la extrema minuciosidad con que trabajaba el artista. Miró pintaba con todo detalle hasta la más pequeña hoja del hierbajo más humilde. ¿No era así tal como obraban también los pintores de los retablos góticos? El apasionado romántico Walt Whitman lo creía: “La más pequeña brizna de hierba muestra que, en realidad, la muerte no existe”.
Entre otras obras, pueden admirarse también en el Grand Palais de París el Autorretrato (1919) del joven Miró, Mont-roig, la iglesia y el pueblo, el Nu debout (1918) del Museo de Arte de St. Louis (Missouri), o el Paysan catalan à la guitarre (1924) del Thyssen de Madrid. O el Interior holandés (II) del MOMA de Nueva York. O, procedente de Philadelphia, el emblemático Le chien aboyant à la lune (1926), que debería relacionarse claramente con el Perro semihundido de Goya del Museo del Prado.
La obra de Miró crece con el tiempo. Como buen poeta que era, piensa en imágenes y se expresa con imágenes. Contemplando sus obras, se podría decir que le acercan a la pulsión antifigurativa de la música. La de Miró pronto deja de ser una pintura literaria, con anécdota, y pasa a ser una pintura que se concentra en la fuerza de la emoción. Deja de ser una pintura más o menos épica para ser una pintura lírica.
La plástica más característica de Miró es aérea, volátil: musical. Eugenio d’Ors distinguía entre el arte de “las formas que pesan” y el arte de “las formas que vuelan”. Las obras de Miró deberían clasificarse entre las de esta última tendencia. Es un arte, el suyo, emparentable con la poesía y con la música, un arte de atmósferas y de silencios que se proyectan en armonía desde lo más profundo de su humanidad.
Con Miró, sobre todo con Miró, pero también con otros grandes artistas como Matisse, la pintura moderna se musicaliza. Cuando Miró se encuentra más consigo mismo es explorando sus sueños, como hacen los surrealistas. “El surrealismo me ha permitido superar con mucho la investigación plástica: me ha llevado al corazón de la poesía, al corazón de la alegría: alegría de descubrir lo que yo hago, después de haberlo hecho”.
En el Grand Palais se puede ver también una entrevista a Miró, que, tímido como era, y poco dado a hablar, sobreactúa y balbucea. “¿Qué representan los sueños para vos?” -le preguntan. “No sueño nunca. Cuando estoy despierto sí sueño siempre”. La paradoja no es una boutade y debería relacionarse con aquel “Es cuando duermo que veo claro” de J.V. Foix, el poeta con el que Miró tiene tantas conexiones.
Miró se expresa por imágenes y no por conceptos. El suyo es un visual thinking (para usar la expresión de Herbert Read), un pensamiento visual. Es ésta la manera de pensar del primitivo y del niño (el niño que fue Miró le acompañó toda la vida). Es un pensamiento que utiliza sobre todo las imágenes para identificar las cosas y la analogía para avanzar en el conocimiento de la realidad. Y esto confiere a su lenguaje prelógico una alta capacidad simbólica.
Betty Edwards, de la Universidad de California en su ensayo Dibujar escuchando artista que hay en nosotros insiste en que hay dos maneras de pensar: la verbal y la no verbal. Miró, por supuesto, pensaba no verbalmente. Como un mago que se sentía conectado con una armonía superior a él, sintetizaba en arte que perdura su particular proceso creativo. Ahora las obras hablan por él, en París, con la voz de su silencio.