Jordi Sierra i Fabra
El escritor Jordi Sierra i Fabra ha sido uno de los nombres más respetados del periodismo musical en Europa.
EL BAR DEL POST

Jordi Sierra i Fabra: La cuestión de jugársela

A los ocho años, Jordi Sierra i Fabra sufrió un grave accidente gracias al cual comprendió que en su vida él quería ser escritor y nada más que eso. “Atravesé un cristal, lo que casi me deja sin brazo y sin nariz. Estuve mucho tiempo en el hospital y ahí, sin poder leer, me puse a escribir. Entendí que había nacido para esto”, explica acodado a la barra del Bar, ante una limonada y con la versión del Baby I’m gonna leave you de Annie Briggs, interpretada por Led Zeppelin, sonando de fondo.

“Nadie pudo conmigo, —prosigue— ni mi padre, al que lo de escribir le parecía una pérdida de tiempo con la que me iba a acabar muriendo de hambre, ni el colegio, ni el bullying que sufría de los compañeros porque además yo era tartamudo. Cada golpe me hizo más fuerte”. A los 12 años había escrito una gran cantidad de relatos e incluso una novela de quinientas páginas y ahora, a sus 76, está cerca de alcanzar las seiscientas obras, entre juveniles, policíacas, biografías, libros musicales y personajes ya canónicos en nuestro acervo literario como el inspector Mascarell, el comisario Soler o Magda Ventura. La última aventura de ésta, La constant picassiana (Univers), acaba de aterrizar en las librerías, tras un trabajo de únicamente veintisiete días entre el guion y la escritura de la obra, “al que hay que sumar el incalculable tiempo que tardas en investigar y conformar la historia en tu cabeza, antes de ponerte manos a la obra”.

–Vale, ¡pero menos de un mes para escribir este libro! ¡Alucinante!

–Y espérate, que la siguiente novela de Magda Ventura ya la tengo terminada y entregada para que salga el año que viene. ¡Llevará por título La conversió de Habib!

Un constante desafío al destino 

“Cuando me tocaba ir a la mili, soborné a un oficial para que me declararan no apto. Me la jugué mucho, porque aquello podía haber acabado conmigo entre rejas”. Pero el plan le salió bien, y en el año en que hubiese tenido que estar desfilando bajo el sol ceutí, Jordi se casó, tuvo su primera hija y publicó su primer libro. No iba a ser la última vez que se la jugara.

A los 22 años trabajaba en la construcción, estudiaba y colaboraba en la prensa musical. Ahí es, precisamente, donde vio un posible porvenir. “Me metí en la música para ser conocido y, así, poder dedicarme a escribir”. Un día, le llovió una oferta de oro. “Me propusieron entrar como director de Disco Express”. Pero en vez de decir que sí, antes de que acabar de escuchar la oferta, de nuevo se la jugó. “La única manera que tenía de conseguir que mi padre respetara que yo me fuera a dedicar a esto, era ganar más dinero que él, que en la época cobraba trece mil pesetas al mes, un buen sueldo. Así que a Disco Express les dije que aceptaría si me pagaban quince mil, que era un sueldazo. Me pasé una semana acojonado. Si me decían que no, yo iba a seguir trabajando en la construcción y perdía una gran oportunidad. Finalmente, me dijeron que sí, y cuando se lo dije a mi padre, alucinó.

La constant picassiana (Univers).

En 1976, a sus treinta años, el escritor era uno de los nombres más respetados del periodismo musical en Europa. “Viajaba en primera clase a Nueva York y Londres, iba a conciertos, cenaba con los músicos, Bowie, Ian Anderson, Incredible String Band, Dylan… Aunque nunca me coloqué con ninguna droga, mi cabeza me tiene que servir para escribir”. Dirigía Disco Express, había fundado Popular 1, había escrito la primera historia del pop jamás publicada en este país y, quien quisiera saber algo sobre los Who, los Kinks o John Mayall, tenía en él a la fuente más solvente. “Y entonces, me la volví a jugar. Dejé la música. Dejé de lado el lujo y el poder que yo tenía, pues que un disco se vendiera mejor o peor, podía depender de lo que yo opinara”. Pero él quería escribir. Así, cambió los viajes en Concorde a Manhattan por viajes en turista a la India. “Mi mujer, Antonia, me dijo ‘ya comeremos’”. La cuestión es que, de nuevo, plantar cara al destino salió bien. “A partir de ese momento sigo metido en la música,  pero de forma tangencial, como asesor, escribiendo biografías de gente como Springsteen, Serrat o Sinatra; o fundando la revista Súper Pop donde jamás escribí ni una línea”. La cuestión, recalca, es que “si no te la juegas, no llegas a ningún lado”.

Hoy escribir le salva la vida. “En noviembre, Antonia, mi mujer, murió en un accidente. Habíamos estado 54 años juntos, desde el día que la cité en La Cova del Drac de la calle Tuset para declararme”. Pensar y plasmar historias, es el asidero que le permite afrontar un momento tan complicado. “Eso, y el hecho de que en la Fundación Jordi Sierra i Fabra, al premio de literatura para jóvenes hemos sumado otro galardón: el Antonia Cortijos de ilustración”.

Jordi Sierra i Fabra
Jordi Sierra i Fabra dirigió Disco Express y ha escrito biografías de Springsteen, Serrat o Sinatra.

No asesinar a la ciudad

Para explicar el amor total y sin paliativos que siente por Barcelona, el escritor se remite a un episodio de la próxima aventura del inspector Mascarell, “que transcurre durante el Congreso Eucarístico de Barcelona, en 1952. Ahí, un personaje planea atentar contra el acto de ordenación de 820 presbíteros que tuvo lugar en el estadio de Montjuïc y Mascarell le advierte de que, si detona esa bomba, no sólo matará a los curas, sino que matará la memoria de Barcelona. A partir de entonces, todos la recordarán por este hecho. Habrá asesinado cualquier otro de sus atributos”.

Cansado del exceso de obras, “en todas partes y al mismo tiempo, en toda la ciudad”, el parroquiano no querría vivir en  ningún otro lugar. “Me pude ir a vivir a Madrid en 1974, con la oferta de dirigir mi propio programa en Televisión Española, pero dije que no. Me pude quedar a vivir en Nueva York o en Londres, cuando estaba metido en el mundo de la música. Siempre echo de menos mi ciudad. Viajo mucho, pero al cabo de un mes siempre necesito volver”.

— Es que aquí se come muy bien. Sin ir más lejos, en este mismo Bar tenemos una oferta gastronómica insuperable, por si quieres comer alguna cosa después de la limonada.

Jordi Sierra i Fabra se detiene, paladeando unos pocos segundos de los seis minutos del Like a rolling stone de Dylan, que suena ahora de fondo. Luego toma la palabra:

—Mis dos grandes vicios son la pasta italiana y el chocolate negro.

—¡Pues que no falte nada!

Y el parroquiano sonríe, mientras sigue Dylan, con esa expresión de quien reconoce una de sus canciones con las que irse al fin del mundo.