Patrícia Soley-Beltrán
Patrícia Soley-Beltran. © José Manuel Ferrater
EL BAR DEL POST

Patrícia Soley-Beltran: En cuerpo, mente y alma

En 2015, Patrícia Soley-Beltran ganó el premio Anagrama de Ensayo por su ¡Divinas! Modelos, Poder y Mentiras. Por entonces, algunos medios se hicieron eco de la noticia de que una exmodelo y presentadora de televisión había sido galardonada con este prestigioso reconocimiento, lo que de inmediato activó a toda esa parroquia cuñada que, llevándose las manos a la cabeza, ellas y ellos, pertinaces lectoras y lectores, determinaron que qué bajo había caído Anagrama. ¿Una exmodelo? Puaj. Poco importaba que, además de haber ejercido esa profesión en los años 80, la autora de aquel brillante ensayo —que hoy es referencia absoluta— también atesorara dos décadas de vida académica, con una titulación en Historia Cultural por la Universidad de Aberdeen y un doctorado en Sociología por la Universidad de Edimburgo.

Ahora, tomándose un mañanero vermú de la casa con sus olivas, centrada en una conversación al servicio de la que la radio ha sido debidamente apagada, recuerda —sin perder la sonrisa y un optimismo y simpatía que se contagian— cuando, en 1989, dejó de desfilar y se fue de aquí para retomar los estudios: “Tuve clarísimo que tenía que irme lejos de España. De hecho, me fui pensando en no volver hasta mi jubilación, pero mi salud y la necesidad de luz solar me hicieron regresar. Me había olvidado de lo difícil que es este país y éste se encargó de recordármelo”.

Habían pasado veinte años y, renunciando a la seguridad de unas oposiciones para entrar en la Generalitat, Patrícia Soley-Beltran optó “por pagar el altísimo precio de la precariedad e ingresar en el mundo académico”. La crisis del 2008 acuciaba y fue cuando se puso a escribir ¡Divinas!, “y así jugármelo todo a una carta, porque aún no sé si aquello fue una temeridad”.

Aquel libro recogía “mi investigación realizada durante veinte años. Tardé cuatro en escribirlo, dando lo mejor de mí misma, como persona y como investigadora”. Ese orgullo emerge cuando gente joven de institutos contacta con ella para entrevistarla al respecto, “porque hice aquel libro con un ánimo divulgativo para tratar de evitar que alguien cometa los mismos errores que yo”. Se toma una pausa y prosigue: “La verdad es que, en mi vida, me he sorprendido a mí misma porque he resultado ser mucho más resiliente de lo que nunca hubiera imaginado: supongo que por conseguir ir aprendiendo y renovando mis aptitudes profesionales”.

En 1989 dejó de desfilar y se fue de aquí para retomar los estudios. © José Manuel Ferrater

Una educación integral

Esta “barcelonesa, muy barcelonesa”, como le gusta definirse, recuerda con especial cariño la escuela donde estudió, “donde me enseñaron la norma y como transgredirla. Ricard Salvat nos dirigía las funciones de teatro y mi profe de física y de inglés era un arquitecto cubano que había hecho la revolución con Castro y después se había peleado con él. Nos enseñaba inglés con canciones de Leonard Cohen. ¿Te imaginas cantar Suzanne con 11 años? Íbamos a todas las galerías de Consell de Cent y a la Miró y la Maeght. Vi muchísimo cine. En la Escuela Estudio Pippo nos dejaron crecer siendo especiales, como son todos los niños, aunque no nos lo dijeron, con que nos parecía que ser especial era lo más normal. La sorpresa vino después. También estudié piano en la Academia Granados-Marshall y danza en la Magrinyà: amo la música y la danza y en Barcelona tenemos mucho de eso”.

Esta innata inquietud y amplitud de miras, donde tan importante son el bienestar y la expresión corporal como cultivarse intelectual y emocionalmente, es lo que, posiblemente, defina más a fondo a esta mujer que tuvo dos vidas: una sobre las pasarelas y en platós de televisión, y otra en el mundo de las ideas, la cultura y el conocimiento. Ambas, además, harmonizadas.

— ¿Y actualmente en qué estás trabajando?

— Tras publicar una guía sobre gestión cultural paritaria, por encargo del Ayuntamiento de Barcelona, ahora estoy trabajando como consultora en perspectiva de género para el Institut de Cultura de Barcelona (ICUB). En concreto, revisando los relatos, los roles, la comunicación y la gestión de los trece museos y archivos municipales. Es un trabajo precioso y pionero de re-visión para la innovación. También estoy abriendo una nueva galería de arte exclusivamente online para La Térmica.

Eso no es todo, porque, en el plano literario-ensayístico, Patrícia tiene entre manos “un libro que retrata varias décadas de la historia cultural de la ciudad, mediante anécdotas que sucedieron en los restaurantes de mi familia. Historias que mi padre me contó”.

En el nombre del padre

De los momentos felices anclados en su memoria, la investigadora recupera “los del restaurante Petit Soley de mi padre, particularmente brillantes”. Son esos los recuerdos con los que está apuntalando esa remembranza sentimental con la que honrar a su progenitor, “que murió a inicios de verano del 2020 y, aunque yo supiera que podía ocurrir, ahora me está costando seguir con el libro sola. Pero su alegría era tan expansiva que no podría escribirle algo triste” afirma, a la espera de que la covid dé un respiro para poderle organizar “una fiesta-funeral de despedida, tal como él me pidió”.

Enamorada de su barrio, el Gòtic —“aunque esté lleno de historias de sangre y fuego”—, Patrícia asegura haber crecido sobre cinco metros de esplendor y ruinas: “A mí Barcelona me conoce muy bien ¡las piedras me hablan!”, ríe.

— ¿Y algo de la ciudad que no te guste?

— Me molestan mucho el clasismo, el nepotismo, la sobreturistificación, la contaminación acústica y la del aire, pero lo que me repugna de verdad es el olor a orines en los callejones de Ciutat Vella, particularmente en verano. ¡Es intolerable!

Pero ni siquiera eso le hace perder la sonrisa a Patrícia Soley-Beltran que, cómoda en su condición de parroquiana del Bar, pide otro vermú y echar un vistazo a la carta.

Patrícia tiene entre manos “un libro que retrata varias décadas de la historia cultural de la ciudad”. © José Manuel Ferrater