Onair Barcelona danza aérea
Festival de Onair Barcelona, con danza sobre telas y aro. ©Andrea Silván / Rafa Rubiales

Diez años de danza aérea en la ciudad

La escuela Onair Barcelona celebra su primera década con 400 alumnos que aprenden a dominar su cuerpo en el aire, con telas, hamaca y aro como compañeros de baile

En el número 99 de la calle Pere IV, en el barrio del Poblenou, una puerta da entrada a lo inesperado: un espacio donde se baila sin tocar con los pies el suelo, donde se ejercita el sorprendente arte reversible de volar bailando o bailar volando. 

Más de doscientos metros cuadrados y diez metros de altura son escenario de las danzas aéreas que hace diez años enseñan a hacer Jorge Alcover y su equipo, ahora ya muy numeroso, de profesores y profesoras. Algunos de ellos empezaron siendo alumnos, y en una década se han convertido en formadores de la escuela Onair Barcelona. 

En una nave donde tiempo atrás se habían reparado barcos, Onair dispone de una escenografía donde aprendices desde los cuatro y hasta más allá de los cincuenta años siguen los pasos para dominar su cuerpo en un autodescubrimiento que va sorprendiendo a cada uno, día a día. El progreso de todos ellos se va mostrando al público en espectaculares festivales que organizan en el corazón del distrito tecnológico de la ciudad. 

Onair Barcelona comulga totalmente con el espíritu de la asociación de la cual forma parte, Poblenou Urban District, que reúne a profesionales, empresas y organizaciones del sector creativo y cultural del Poblenou. La escuela Onair es una iniciativa privada impulsada por las ganas de Jorge Alcover de dar a conocer todo aquello que él sentía, y siente, como bailarín de danza aérea, llevando su cuerpo a moverse en el aire dejándose ayudar tan solo de telas, aro, cuerda o hamacas. “Las telas son mi pareja de baile”, dice.

No hace falta experiencia previa, ni mucho menos vocación de acróbata de circo para probarlo. La escuela ofrece diferentes opciones para poder hacerlo. Se puede empezar por una primera clase para conocer a la gente del grupo y ver cómo nos sentimos, y experimentar las diferentes disciplinas: el baile con telas, aro o hamacas. Se pueden hacer tres clases de prueba iniciales a un precio más económico para poder sentir qué es lo que más atrae. 

“A pesar de que ahora ya es más conocida —explica Jorge Alcover—, todavía se piensa que la danza aérea es para gente muy específica, que se dedicará después a ello profesionalmente. Pero desde nuestra escuela siempre hemos querido difundir y enseñar que la danza aérea es para todo el mundo, y en la medida que se desee”. 

A unos seis metros del suelo, la danza aérea pone en juego el dominio del cuerpo en un sinuoso flirteo con la gravedad

Por eso, en los diferentes festivales que organizan abiertos a todo el mundo, los estudiantes que  participan se presentan diciendo su nombre, la edad, los años que llevan en la escuela y su profesión. “De este modo, el público ve que el perfil de alumnos es muy variado, y esto le da un valor increíble en la escuela”, considera Alcover. Es el caso de la gala Demuéstrate, que tuvo lugar en febrero, cuando la escuela Onair Barcelona alcanzó sus diez años desde que se inauguró. Demuéstrate es un espectáculo abierto al público que se hace una vez cada año, donde alumnos de la escuela tienen la oportunidad de hacerse con una beca de formación, demostrando en una exhibición su nivel danzando en el aire.

También, coincidiendo con la celebración de la Open Night y el Open Day que se organizan desde el Poblenou Urban District para dar a conocer toda la creatividad de la comunidad del Poblenou, Onair Barcelona muestra el aprendizaje de sus bailarines. En el marco de la Open Night, escenifican el espectáculo bautizado como La Catedral del Cel. Son entre treinta y cincuenta minutos de danzas al aire inspiradas —luz, colores, maquillaje e indumentaria— en temáticas religiosas que vinculan lo terrenal con una dimensión más celestial. La Catedral del Cel se ha convertido en un sello de presentación del estilo propio de esta escuela barcelonesa. Y, con ocasión del Open Day, en mayo, Onair monta una exhibición muchas veces dedicada a sus alumnos de categoría infantil, así como una exposición fotográfica para dar visibilidad a su arte, en imágenes, y en movimiento. Además, cada dos años preparan un espectáculo de gran formato, que clausura el curso en el Mercat de les Flors y que reúne a entre 350 y 400 alumnos en escena. 

Sensaciones en el vacío

Además de las clases semanales, la escuela organiza a lo largo del año talleres y clases especiales de un día, de una semana o de varios días. Es el momento de tensar y fluir, coger y soltar. A unos seis metros del suelo, la danza aérea pone en juego el dominio del cuerpo, en un sinuoso flirteo con la ley de la gravedad. “La sensación allí arriba es espectacular, sobre todo cuando empiezas a poder fluir y desconectas de poner el pie aquí o allá. Cuando sientes que solo estás tú, conectada con tu cuerpo y la música. Es una actividad muy diferente de todo, muy intensa, y te deja la mente bastante en blanco”, explica Marta Vila, una joven de treinta y dos años que hace dos que es alumna de la escuela. Ha probado las telas, la hamaca y el aro, y dice que “a pesar de que cada aparato es diferente, la sensación de evasión y de liberación se siente con todo”. 

Esta alumna, que es responsable de comunicación en una empresa tecnológica, asegura que “la danza aérea tiene un punto mágico, porque no bailas tocando el suelo, estás flotando, volando”. Y, añade, “tiene un punto de adicción. Siempre tienes ganas de volver y probarlo con músicas diferentes. Comprende perfectamente, sin embargo, las reticencias que se pueden sentir si nunca se ha probado: “Cuando tú vas a ver un espectáculo de danza aérea, piensas que es muy difícil, que no está a tu alcance, y creo que lo más difícil de todo es aprender a subir la tela. Una vez empiezas a sentirte cómoda, si te engancha, aprendes muy deprisa. Yo ahora disfruto mucho”, dice. Y ha podido sentir todo lo ha ido progresando, y esto cree que tiene que ver con cómo saben transmitir la técnica en Onair. 

Las clases se graban muy a menudo en video para ver cómo pueden y van mejorando. “Si se siguen las directrices correctas, cualquier persona lo puede disfrutar mucho”, afirma Marta. Ella diría a quien no lo ha probado nunca y le causa impresión: “Que ponga primero un pie, después otro y, paso a paso. Es una experiencia preciosa. A mí me llena muchísimo la vida, me da adrenalina, felicidad, un objetivo, me desconecta de todo el resto, es como hacer terapia”.

Onair Barcelona
Clases de danza con telas en Onair Barcelona. ©Andrea Silván

Fuerza en las manos, que son timón y seguridad en las telas. Con ellas se articula y desarticula cada movimiento, “se aprende a escuchar la música, a entender el ritmo y la melodía, con un bajo o una batería”, explica el creador de Onair Barcelona. 

La danza aérea combina una parte más deportiva, de ejercicio físico, con la más creativa. Dejarse ir y perder la vergüenza también entran en juego. “Se enfrentan a un teatro, de golpe”, añade Jorge Alcover. Un teatro donde se actúa en tres dimensiones.

La danza aérea permite ganar fuerza así como concentración y conexión con el momento presente y con el propio cuerpo

Carolina Robleto tiene treinta años. Poniendo a prueba sus capacidades de movilidad, ha descubierto que también le aporta herramientas psicológicas, como la concentración, la conexión con el momento presente, con su cuerpo y la relajación que eso comporta. Todo a parte “de las magníficas amistades que he hecho, con las cuales nos une una misma actividad”. Recordando sus inicios, cuando no era capaz de colgarse, se da cuenta de su evolución y de que todo ha sido muy progresivo. “Tengo más conocimiento sobre mi cuerpo y cada vez hay más retos. Pasas uno y vas al siguiente, como la vida, continúas evolucionando y aprendes del cuerpo, de las emociones, de la psicología, de ti misma. Y todo eso con un muy buen acompañamiento de los profesores. Primero, impresiona. Pero, como todo, es cuestión de práctica. Todos empezamos desde cero, igual que cuando aprendimos a andar”, expone.

Cantera

En estos diez años de clases, la escuela ya ha podido crear una buena cantera. El segundo año ya empezaron a recibir a niños y a niñas, y ahora, dice Alcover, “somos parte de su vida. Han empezado en infantil, ahora ya están en la categoría juvenil y, después, se incorporarán con los adultos”. Además, explica, “hay padres que, como igualmente vienen a traer a sus hijos y los tienen que esperar, se apuntan también a seguir las clases con los adultos”. 

Danza con telas durante un espectáculo de Onair Barcelona. ©Andrea Silván / Rafa Rubiales

Ester Rams fue una de las primeras alumnas de la escuela. Ahora tiene cuarenta y siete años y empezó con 36. Hace danza con telas y de su experiencia destaca sobre todo “la sensación de ligereza y ese juego con la gravedad, un caer sin caer, quedando frenada antes de llegar al suelo”. También se siente haciendo “algo mágico que aporta mucha adrenalina”. Dice que siempre sale mejor que cuando llega a clase. “Llego cansada, pero salgo ligera y con energía. Es muy saludable porque sientes que la mente se ha parado y ha entrado en juego solo el cuerpo”.

Reflexionando sobre los años que lleva haciéndolo, llega a la conclusión de que “lo que más me ha dado la danza aérea es la conciencia corporal”. También, fuerza. “Yo nunca había hecho nada de fuerza y ahora, sin hacer nada extra, la he ganado en clase. Es una disciplina de reto; cada intento, cansa, pero eso también engancha y, al final, avanzar es muy gratificante. Yo animaría muchísimo a venir porque es un espacio accesible. Yo empecé ya muy mayor, y creo que todo el mundo puede encontrar su espacio aquí”.

El coraje para danzar y hacer danzar en el aire

Patinar, pintar, pero sobre todo bailar era el deseo de Jorge Alcover, ya de niño, en su pueblo, Lloret de Mar. Por sus calles se deslizaba sobre patines de bota con solo cinco años. Después de un episodio de acoso en la escuela, un cambio de aires en Girona donde continuó estudiando le permitió empezar a bailar en una escuela de danza. Más tarde, la formación en danza y teatro musical lo llevaron a participar en espectáculos como el musical Hoy no me puedo levantar. De una pareja de trapecistas aprendió la disciplina que lo llevaría a abrir la primera escuela de danza aérea de España. 

Momento de uno de los espectáculos de Onair Barcelona. ©Andrea Silván / Rafa Rubiales

Ser joven, valiente y muy enérgico hicieron posible que aquel chico de treinta años arriesgara ahorros y pidiera un préstamo al banco. Él ya daba clases de telas, y con aquello que tanto le gustaba hacer decidió generar la marca Onair. Con una amiga de la infancia, la actriz y bailarina Sara Miquel, montó en Barcelona aquello que no existía. “Yo vengo del mundo de la danza, y estas disciplinas como la danza aérea vienen del mundo del circo. Pero yo lo que quería era bailar en el aire, no hacer acrobacias. Hace diez años nadie hablaba de danza aérea, solo de danza vertical, que es con arneses, y eso aquí no se hacía, solo en otros países, como Argentina, por ejemplo”.

En la escuela Onair Barcelona, los alumnos no vienen de las artes escénicas, ni del mundo del deporte. “Son cocineros, abogados o arquitectos, gente a quien quizás no le gusta el gimnasio y quiere hacer una cosa diferente”, explica Alcover. Las amistades generadas entre los alumnos de este arte hecho con el propio cuerpo son un fuerte pilar de esta primera década de historia de una ilusión que supo levantar el vuelo.

Onair Barcelona
Danza con aro en uno de los espectáculos de Onair Barcelona. ©Andrea Silván / Rafa Rubiales