La estrella de la noche era sin duda Rubén Blades, músico que definió entre otras cosas el Caribe urbano. También forma parte de la historia de la música latina la cubana Omara Portuondo, ya nonagenaria, que el fenómeno de Buena Vista Social Club sacó de las vitrinas de las músicas caribeñas y la devolvió a la actualidad. En horario todavía diurno, el concierto se pareció bastante a su última visita al Teatre Grec, de Barcelona, en el verano de 2021. En esta ocasión, la cantante cambió el quinteto de Roberto Fonseca por el cuarteto de José Portillo, ambos combos con la enseña del jazz cubano por bandera. Omara canta poquito, pero susurra de maravilla, como en la inicial Drume Negrita.
Unos cuantos miles de personas se acercaron a escucharla y a bailar piezas inmortales como Quizás, quizás, quizás, Solamente una vez y Tal vez, en esas piezas se esforzó en su canto. El cuarteto la acompañó con el tumbao característico de los músicos cubanos que se saben del valor poderoso de la tradición musical de su país, que envuelven y reinterpretan con sabor, ritmo y jazz. Cerraron con Dos gardenias, Lágrimas negras y Bésame mucho. La platea, es decir, el inmenso cemento, sucio, frío y nada caribeño, hizo de pista de baile para un público intergeneracional, variado en sus muchos acentos y colores, en que predominaba el negro en las mujeres, y las camisetas y las sospechosas camisas hawaianas de viscosa, en los hombres.
Las bambas, coloreadas de mil formas distintas, fue el calzado escogido por los improvisados bailadores que, luego, se desplazaron, hasta el escenario donde la orquesta de Roberto Delgado arropó a Rubén Blades, que se dio un baño de multitudes, entre la historia —la suya propia, pues explicó cómo y cuando surgieron canciones que radiografían cinco décadas de su vida, y de millones de latinos y, también, de muchos anglosajones— y la angustia de estar en medio de un aire viciado, caliente, que obliga tanto a estar más pendiente de los codazos y los pisotones, como de observar con tristeza los miles de móviles que sustituyen la memoria oral por la memoria digital. La falta de espacio personal llevó a más de un espectador al borde de la lipotimia.
En este tipo de concentraciones, la música hace rato que ha dejado de ser el objetivo principal de los asistentes. A Rubén Blades lo vieron miles y miles de personas, pero en realidad le escucharon una pequeña gran minoría. Ya lo anunciaron, en los lejanos sesenta, Sam Cooke y Bob Dylan, que el cambio estaba al caer.
Antes, hizo acto de presencia una formación que hace mucho entró en la historia de la música cubana, como es Los Van Van, de la mano del bajista, compositor y arreglista Juan Formell (1942-2014), que la fundó en 1969. En los años ochenta, el son montuno giró 180 grados, gracias a su talento e innovaciones, como fue introducir instrumentos eléctricos y dar espacio a la batería, en la sección de percusión. La tarde de ayer fue sabrosa y bailable, pero los clichés hacen que la esencia cubana se vuelva monótona. Los años pasan y miembros originales ya no están.
Blades fue otra cosa. Otra fiesta. Otra rumba. En definitiva, habita en su propio universo, con un ojo puesto en lo que pasa en el mundo. En medio del cariño que le dispensaba la audiencia, el cantante y, por ende, la orquesta, magnífica casi siempre, se mostraron académicos en exceso. Largos parlamentos y extensos desarrollos instrumentales lastraron un tanto la función. Además, alguna cosa pasó, pues el sonido de la orquesta, perfilado en los detalles, percusión y vientos a la cabeza, no llegó a la explanada lo suficientemente nítido que hubiese sido deseable. Sin embargo, la formación siempre salió al rescate, con guaguancó y el swing por bandera.
Ahora el factor sorpresa ha desaparecido. La sorpresa surgió hace seis años, en 2017, el compositor llegó al Poble Espanyol, con la orquesta de Roberto Delgado. Aquella noche se concentraron los habituales, apenas unos miles. Y sin agobios en la plaza. El repertorio de entonces fue el esperado, con arreglos distintos e, incluso, más imaginativos. Los bailadores se lo pasaron en grande. Una noche para el recuerdo. En esta ocasión, Blades, a punto de hacer 75 años, nos hurtó esa maravillosa tonada que se llama Ligia Elena.
El panameño es un relator de estampas urbanas, de reclamaciones populares y políticas y como bien sabe cualquier aficionado atento a este trovador y cronista que ha sabido como ninguno definir El Barrio, el vastísimo barrio panamericano, que guarda ese Caribe urbano, que Blades ayudó a concretar y visualizar, que de tanto en tanto, tiene una delegación en Barcelona.
Pero nadie, o casi, gana al cantante en entusiasmo escénico. Una vez que cayó El cantante, en homenaje a Héctor Lavoe, sí, el cantante de la Fania All-Stars —formación que también acogió a Blades, en los años setenta—, el concierto tuvo una parte final briosa. Paula C., Mack, The Knife, Pedro Navaja como Maestra Vida congratularon a la audiencia. Antes hubo tiempo para homenajear, en clave de swing, al gran Tonny Bennet en Watch What Happens. Al final, miles de caras sonrientes desfilaron hacia otros puntos, con sus tobillos alegres y su cháchara a cuestas.