El año que acaba ha traído decenas de novedades gastronómicas a Barcelona, recuperada de la debacle de la pandemia y ávida de sabores y barras por descubrir tras largos meses de contención creativa e inversora. Pero entre los que mejor han aterrizado y más posibilidades tienen de una larga vida en la capital catalana –donde tantas aventuras culinarias son flor de un día– figura Tangana, ese invento del chef Josep Maria Masó, que hace honor a su nombre y solo por su firma tenía terreno ganado.
Y que con una carta sin pretensiones, solvente, con la dosis de mercado y tradición que la pospandemia aplaude, y con facturas moderadas, ha encontrado su lugar en una coqueta calle de Gràcia. Lo bastante cerca del centro, de la zona alta y de la Vila, para saborear el triunfo de llenar nada menos que en lunes, cuando lo visitamos.
Barcelona, una urbe con discreta agitación en días laborales, donde los comensales autóctonos son propensos a la moderación, no tiene muchas opciones con animación los lunes o martes. Pero la sorpresa fue encontrar la barra llena, y su aforo de mesas muy concurrido, en la recta final del año.
Echar un ojo a su carta y un vistazo a los platillos servidos basta para entender que la capital catalana clama por opciones de tapeo bien ejecutadas, sin filigranas, con un buen fondo de cocina tradicional, el toque renovador, y un servicio esmerado, ese bien tan escaso en la ciudad.
Un dúo en estado de gracia
En su primer año de vida, el local cuya cocina comandan Masó y su discípulo (aventajadísimo) Álex López Lamiel, ha hecho diana en la calle de la Riera de Sant Miquel, 19. Su carta, no muy extensa pero tentadora, arranca con propuestas para picar que van de las ostras a los molletes de pringá o de calamares. Josep Maria, que a sus 59 años vive una segunda juventud y ha liderado proyectos propios en la Cerdanya y el Garraf, ya dio en el clavo con su imprescindible aportación a Cañete o Martínez. Y ese ADN pervive. Su melosa ensaladilla rusa con mayonesa de aceite de atún entra sola y ha ido mejorando su fórmula a lo largo del año.
Pero más imprescindibles aún son los croquetones de fricandó, sin aderezos y donde cada bocado tiene lo mejor de dos mundos: tan explosiva y crujiente, como evocadora de los guisos que, por suerte, ya no se extinguen. Entre los platillos, las flores de alcachofa con romesco picante también se han convertido en hit. Deliciosas y abiertas sobre el plato, incitando al pecado.
Como la Tortilla vaga con pan con tomate y jamón de bellota, poco hecha y abierta, mostrando los ingredientes en sus entrañas, en una nueva versión de la que inmortalizase el mítico La Florentina hace unos años, en el Putxet.
El Lomo de salmón curado con salsa Café de París muestra la delicadeza de la cocina, abierta al ruedo, con producto de primera. No probamos sus pescados al horno, pero sabemos que ya son marca de la casa. En el repertorio, no obstante, sacan pecho las elaboraciones sin cronómetro: jarrete de cordero confitado a la francesa; ravioli de pollo rustido con ciruelas; mar y montaña de mollejas y gambas…
Y los platos del día buscan lo más fresco del mercado, como un calamar de primera (ese día) que pueden despachar sin más rodeos que a la plancha, aunque no dé lugar a descubrir su cocina.
Otro punto a su favor es contener los precios pese a estar en territorio cotizado. El picoteo se mueve entre los 4 y 9 euros, en su mayoría, y los platillos sobre todo entre los 10 y 16 euros. Aunque también exhiben piezas especiales como el Chateubriand y el chuletón de vaca vieja.
Como remate dulce, presumen del Baba con ron y chantilli, y de la Bomba Tangana, entre otros. Probamos una Dama blanca con chocolate blanco y negro: trufas bañadas de blanco, elegantes, ideales para cambiar de registro sin saturar la digestión.
Servicio de nota
Otro punto a favor de Tangana es contar con un servicio competente, conocedor de cada plato y de la óptima selección de vinos que despachan por copas, lo bastante ágil para que barra y mesas fluyan sin esperas.
Estas fiestas, han lanzado su menú de grupos navideños, con un pica-pica y un segundo que puede ir del chuletón a otros principales menos, con propuestas que adaptan al presupuesto del cliente, explica Ricard Torres, uno de los propietarios. No abren los domingos, precisamente por respeto a ese personal que quieren mimar y conservar, con acierto.