Escribe Carlos Fuentes que Frida “era una Cleopatra quebrada que escondía su cuerpo torturado, su pierna seca, su pie baldado y sus corsés ortopédicos bajo los lujos espectaculares de las campesinas mexicanas, que durante siglos han escondido celosamente las antiguas joyas, protegiéndolas de la pobreza, mostrándolas sólo en las grandes fiestas de las comunidades agrarias. Los encajes, los listones, los huipiles, los tocados tehuanos enmarcando como lunas ese rostro de mariposa oscura, dándoles alas: Frida Kahlo, diciéndonos a todos los presentes que el sufrimiento no marchitaría, ni la enfermedad haría rancia, su infinita variedad femenina”.
Frida Kahlo fascinó en vida y sigue fascinando más de seis décadas después, convertida ya en ícono pop. Así, lo mismo inspira a adolescentes que se disfrazan de ella en Carnaval que a grandes de la moda, que le dedican sus últimas colecciones. La nueva temporada de Stradivarius está protagonizada por espectaculares modelos con cejas muy pobladas y tocados floreados en la cabeza, que visten camisetas con el rostro de la artista y frases tipo “a besos entiendo, a veces no”.
“¿Cómo han podido convertirla en eso? No puedo creer que hayan hecho una Barbie de nuestra Friducha, que nunca trató de parecerse a nadie y siempre celebró su originalidad”, ha protestado Salma Hayek desde su cuenta de Instagram. Pero la actriz, que fue candidata al Óscar por su interpretación en “Frida” (Julie Taymor, 2002), se olvida de que Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón suma todos los elementos para ser fagocitada ferozmente por el mercado: valentía, originalidad, resiliencia (uno de esos conceptos de moda que, según la RAE, apela a la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”), tradición, ambigüedad, sensualidad, feminismo, lucha y color, mucho color.