Hedwig Fijen, la directora fundadora de Manifesta, conoce a Barcelona mejor de lo que parece. En esta decimoquinta edición, la bienal nómada ha querido reivindicar las periferias de las ciudades (de nuestra ciudad, pera ser más exactos) y unirlas a una reflexión sobre el mundo que estamos configurando.
El encargo o la invitación se produjo durante la legislatura anterior y quizá por eso la entrevista aborda la crisis de valores, las ideologías, las corrientes, los retos, el poder, la gentrificación, enfocando esta bienal como una forma de despertar conciencias sobre la vida en las ciudades. Hay muchas preguntas, pero Fijen también dibuja muchas respuestas. E incluso conseguimos hablar, también un poco, de arte.
— ¿Quién sois y qué hacéis en Barcelona?
— La alcaldesa Ada Colau, en 2018, conoció en Palermo al alcalde Leoluca Orlando, un conocido luchador contra la mafia, durante la edición de Manifesta de ese año. Es entonces cuando ella se pregunta cómo es posible que las instituciones y las infraestructuras importantes se encuentren siempre en el centro de Barcelona, aunque la gente, los ciudadanos, los votantes, vivan en la periferia. Se le ocurre que una edición barcelonesa de la bienal podría traer pensadores y filósofos que desarrollaran este tema y encarga a la crítica e historiadora del arte Ángela Molina explorar la posibilidad. Sobre todo partiendo de la base de que el turismo en Barcelona se acumula en el centro, pero la gente no. Se trataba de crear una cohesión simbólica entre ciudad y periferia, para poner el foco en esa anomalía.
— Pero esa problemática no es solo barcelonesa.
— Yo vengo de Ámsterdam, donde también está este problema, por supuesto. Existe hoy en día un “parlamento de alcaldes” que comprueban, cuando se reúnen, que sufren problemas muy similares. Uno de ellos es esa necesidad de descentralizar los núcleos urbanos.
— ¿Qué entendemos como centro de Barcelona?
— Es curioso porque, si lo tomamos desde el punto de vista puramente geográfico, el centro no sería plaza Catalunya sino plaza de las Glòries.
— Sí, Cerdà, también lo decía, pero una cosa es el centro geográfico y la otra es el corazón.
— Exacto, porque todo viene condicionado por unos límites naturales también muy claros: Llobregat, Collserola y el mar. Precisamente por eso hemos escogido ubicaciones simbólicas que identifiquen este sistema alternativo cultural. Con el concejal Jordi Martí Grau fuimos a ver las Tres Xemeneies de Sant Adrià, por ejemplo: era increíble ver esa instalación industrial, tan cerca de la playa, e inutilizada. Ese edificio sí que suponía un reto para nosotros. Había que encontrar edificios que simbolizaran los problemas, con un relato imaginativo. En ellos podíamos hablar de sequía, de calentamiento global, de movilidad, de la ausencia de árboles…
— Faltan parques, en Barcelona.
— Por supuesto. Yo vivo en el barrio de la Sagrada Família y sufro, sobre todo, el ruido de la calle Rosselló con Nàpols.
— ¿Pero sólo hablan de medio ambiente los edificios tematizados por Manifesta?
— No: en la CIBA de Santa Coloma hablamos de feminismo, por ejemplo. En la Ricarda, en la Casa Gomis, ¡es impactante comprobar cómo cada minuto pasaba un avión por encima nuestro! La pregunta importante, al final, es cuánto necesitamos crecer. O decrecer. Manifesta no elige, Manifesta no se manifiesta: sólo nos preguntamos qué pasaría si decidiéramos decrecer.
— Hablaba de un parlamento de alcaldes, pero aquí han hecho un parlamento de árboles.
— En la Casa Gomis, precisamente, una escultura de Elmo Vermijs en forma de hemiciclo de madera. A través de ella invitamos a pensar en el cambio climático, que puede leerse e interpretarse en los anillos de los troncos de los árboles. El árbol está diciendo “ciudad, ¡me estás matando!”.
— Y aparte de los árboles, ¿la gente qué dice?
— Hicimos dos asambleas ciudadanas preguntando qué creían los asistentes que significaba descentralización de la ciudad. Y todos se emocionaron con la idea de incubar un proyecto propio, genuino, de Barcelona y su área metropolitana. Esto suponía un alto grado de implicación local, por supuesto, y crear una entidad legal. Cuando llegamos, de hecho, lo primero era saber dónde estamos. Y preguntamos mucho sobre historia.
— ¿Historia?
— Sí, por supuesto. Donde estamos tiene que ver con los antecedentes: la Guerra Civil, Franco, la colonización, el nomenclátor…
— ¿También luchan por los cambios en el nomenclátor?
— Ayudamos a reflexionar. No han cambiado lo suficiente. En Holanda, tan civilizada como la ves, todavía hay apología del esclavismo en los nombres de las calles. ¡Nuestra reina ganó dinero con el esclavismo! Y aquí, en este maravilloso edificio donde tenemos la sede, la antigua Editorial Gustavo Gil, tenemos una exposición de Tania Safura Adam que se llama Arxius Negres y que habla de la comunidad negra silenciada en Barcelona desde el posfranquismo. O Germán Labrador, profesor en Princeton, nos ilustró sobre el imaginario de la Guerra Civil, de la Segunda Guerra Mundial, del régimen de Franco, y de cómo esto todavía afecta a las mentes de los ciudadanos. ¿Qué queda de eso?
“No existe un solo sistema que pueda ser adquirido por todos de forma homogénea”
— No solo lo hacía el franquismo. También hoy se eliminan nombres de plazas de fenómenos sociales recientes.
— Todo resulta especialmente complicado después de la Guerra Fría, con la caída del muro de Berlín. Nadie iba al Este antes, pero empezar Manifesta en Rotterdam ayudó a crear una plataforma accesible tanto para el Oeste como para el Este como para el centro de Europa: una unión de conocimiento y de arte. George Soros fue uno de los primeros que nos ayudó, porque le preocupaban los centros culturales de la antigua Unión Soviética y lo que podía salvarse de ellos.
— ¿Son ustedes unos utópicos?
— Entonces éramos irrealistas y optimistas, lo reconozco. Especialmente sobre cómo se desarrollaría el fin del comunismo. Yo viví dos años en Rusia, en Eslovenia… y comprobé como no todo el mundo se convertía en el sistema capitalista fácilmente. ¡Gente de fuera empezó a adquirir propiedades a un precio bajísimo!
— ¿Especuladores? ¿Los primeros gentrificadores?
— Sólo digo que no existe un solo sistema que pueda ser adquirido por todos de forma homogénea. El dictador Tito, por ejemplo, fue capaz de hacer perdurar una identidad alternativa. Incluso siendo equivocada, posiblemente todo aquello se perdió de forma demasiado rápida.
— Franco murió en la cama, en cambio.
— Franco todavía es reciente, pero eso es porque aquí no hubo un Núremberg. ¿Por qué hoy la sociedad catalana es así? Durante los años 30 tenían ustedes unos de los sistemas más avanzados de Europa en enseñanza, la Escola del Mar, la Escola del Bosc… ¡Todo esto quedó fulminado por Franco!
— Parece que la Escola del Mar quería recuperarse, hace poco.
— Collboni se lo planteó pero no ha sido posible.
— Entonces ¿qué debemos hacer ahora? ¿Y qué puede hacer Manifesta?
— Manifesta será un éxito si deja un legado. Qué habremos dejado en Barcelona el próximo año, en cinco años, diez. Especialmente en términos de provocar discusión, como ahora mismo, que provocamos casi un artículo diario en los medios escritos.
“El crecimiento del turismo se lleva toda el agua de Barcelona, despersonaliza el centro, hace que estén en todas partes las mismas tiendas y el mismo centro de yoga y la misma cafetería”
— ¿Y cómo ve el futuro?
— Esto es que lo que debe preguntarse Barcelona. ¿Cuál será el futuro de las Tres Xemeneies? ¿Y de la Ricarda, y del aeropuerto? ¿Y de este magnífico edificio donde estamos? Manifesta es un outsider, un observador que viene a agitar cuestiones que en efecto son políticas. Que afectan a la política de los insiders. Nosotros no les decimos “id a vivir a Granollers”, pero sí que hacemos que se pregunten si hay algo interesante en estas zonas. Y esto se hace provocando actividades, ¡no sólo hablando!
— ¿Cuáles son los principales problemas que ha detectado usted en Barcelona?
— La movilidad, primero: ¿te puedes creer que no puedo ir hasta Sant Adrià con el servicio de Bicing de Barcelona?
— ¿En serio?
— O los problemas para ir de Mataró a Granollers, por ejemplo. O el crecimiento del turismo, que se lleva toda el agua de Barcelona, que despersonaliza el centro, que hace que estén en todas partes las mismas tiendas y el mismo centro de yoga y la misma cafetería, y que encima hace que suban los precios de los alquileres.
— ¿Qué más?
— Nosotros sólo pretendemos ser un espejo de lo que ocurre. Y queremos que el policía, la enfermera, el trabajador de Barcelona se pregunten por qué no pueden vivir ya en la ciudad. ¡Piensa que las Tres Xemeneies es el último pedazo de playa de Barcelona no gentrificado! ¿Qué queremos entonces? ¿Otro hotel W? ¿Un parque? ¿Un espacio para ir en bici?
— Hablamos un poco de arte: ¿Barcelona tiene un divorcio con el arte contemporáneo?
— Yo esto no lo sé. Sí sé que, por mucho que nos preocupen los problemas locales o la identidad catalana, es necesario estar más abiertos a los problemas internacionales o globales. Y el arte y la cultura tienen un rol muy decisivo para crear nuevas narrativas para las culturas y las instituciones.
— ¿Cómo es que debe venir una bienal de fuera a hacernos todas estas preguntas?
— Esto pregunto yo. ¿Cómo es necesario que venga alguien de fuera a provocar estas preguntas? Tenéis museos, tenéis universidades, tenéis talento… ¡Y tenéis problemas!
“El arte no puede ser considerado un hobby: la cultura y el arte son inversiones en cohesión”
— ¿Ha sido necesaria mucha inversión pública para esta edición?
— Toda la inversión pública ha sido reinvertida. Tres millones para rehabilitar infraestructuras en el área metropolitana, dos millones para salarios, un millón de educación y divulgación. Piensa que el 40% de los proyectos son catalanes, ¡y que el 99% de nuestro equipo es catalán! Y hemos pedido a la Universitat de Barcelona que realice una auditoría para analizar la eficiencia de la inversión pública realizada. Muy probablemente el retorno será el doble de la inversión hecha, y de hecho muchas ciudades nos llaman porque somos una entidad muy transparente.
— También tenemos una bienal, pero del pensamiento, para todas estas reflexiones.
— Pero el arte no puede ser considerado un hobby: la cultura y el arte son inversiones en cohesión, algo muy necesario en una sociedad liberal. Ah: y salir de la pantalla del móvil.
— En esto estamos de acuerdo.
— ¿Verdad que sí?