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mmanuel Guigon (Besançon, 1959) asumió la dirección del Museu Picasso en febrero del 2017 y a los pocos meses aplicó su manera de ver la gestión cultural. Enjuto, dinámico y ameno conversador, este doctor en Historia del Arte Contemporáneo por la Sorbona ha cambiado el piloto automático por los golpes de timón que amplían las geografías picassianas. «Hay que acabar con la idea de que este es un museo para turistas, hemos de atraer también a la gente de aquí. Y eso se consigue con exposiciones temporales atractivas y transversales». La primera decisión: ampliar horarios y abrir los lunes en los meses de verano. Resultado: 2.500 personas más cada lunes. La apertura de los lunes se aplicará definitivamente entre el 1 de marzo y el 30 de septiembre del 2018, acompasada con un palpitante ritmo expositivo.
Recientemente, el museo de la calle Montcada ha superado en 100.000 los visitantes con respecto al 2016, con cuatro exposiciones temporales simultáneas: «1917. Picasso en Barcelona», «El taller compartido de Picasso, Fín, Vilató y Xavier», «Lucien Clergue: veintisiete encuentros con Picasso» y «Arthur Cravan. Maintenant?».
En 1917, Barcelona se enriquecía gracias a la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. Los mecenas brindaban con champán. Y Picasso se vino para aquí con su primera esposa, Olga Khokhlova. Estuvo seis meses, de junio a noviembre, acompañando el debut de los Ballets Rusos de Diáguilev y disfrutando del espumoso bullicio. Guigon nos muestra las fotos que inmortalizaron el reencuentro del malagueño con su ciudad adoptiva: en el Tibidabo, en Las Ramblas, asomado al paseo de Colón. Una factura del Gran Hotel Balneario Oriental Miramar de Coma-ruga evoca una escapada a la playa el 14 de julio de hace un siglo. Son 25,75 pesetas desglosadas en los siguientes conceptos: 5 por el traslado en tartana, 12 por el alojamiento de aquel día en el hotel y 8,75 por gastos extraordinarios.
Después de pasear la mirada por los lienzos barceloneses de aquel 1917 (el paseo de Colón, Olga con mantilla en su sillón y el conocido Arlequín) constatamos la filosofía «guigoniana» sobre lo que debe ser un museo en el siglo XXI: «Además de conservar el patrimonio, restaurar e incorporar obra, debe potenciar su función científica: colaborar con las universidades en tesis doctorales y estudios, reforzar el centro de investigación. Trabajar, mediante programas de creación propia: en el 2018 lanzaremos los Quaderns Picasso. Plantear un diálogo radical con la cultura el siglo XXI a propósito de Picasso: sobre él o contra él». Y todo eso sin olvidar la apertura a nuevos segmentos de público: «El museo debe convertirse en un actor cultural local, y no solo en un lugar que se visita», insiste el director.
Guigon viene de una familia culta, entre Francia y Suiza. En su casa había una buena biblioteca y mientras se aficionaba al arte, la literatura y la poesía, su padre ponía discos de Charlie Parker y Thelonious Monk. El primer cuadro de Picasso lo admiró con solo diez años en la exposición del palacio papal de Aviñón. Tres lustros más tarde (hacia 1985, ya doctorado), vivió año y medio en Barcelona y se pateó más de una vez la calle Montcada aliñando la pasión por las vanguardias artísticas con las sabias acotaciones de Rafael Santos Torroella y J. V. Foix o la inmersión en la obra de Torres García. Más que picassiano, Guigon se confiesa bretoniano: «A raíz mis estudios sobre el arte del ensamblaje y el collage, el encuentro con Picasso era inevitable: escribí una historia del collage en España y, claro está, ahí estaba él», comenta.
Guigon se acomoda con aire pensativo en una silla de mimbre ante Las Meninas cubistas. Otro aniversario: se cumplen sesenta años de la fascinante exploración velazqueña desplegada en 58 piezas: «A la muerte de su amigo Sabartés, Picasso la donó a Barcelona para su propio museo», apunta. Nos planteamos una pregunta puñetera. En la memoria, el despiadado comentario de John Berger en Fama y soledad de Picasso acerca del cuadro: «Lo vacía de su propio contenido y luego es incapaz de encontrar ningún otro para el suyo. Queda en ejercicio técnico. De haber alguna furia o pasión implícitas, será la del artista condenado a pintar sin tener nada que decir…».
A Picasso le fascinaba el boxeo: lo demuestran sus poses pugilísticas en algunas fotos y las entradas de combates que se han conservado.
Más que las visiones subjetivas y estancas, el director del Museu Picasso se interesa por todas las maneras de mirar el arte: la transversalidad, las nuevas tecnologías, el diálogo permanente con otras disciplinas creativas.
Como teoría programática siempre queda bien, pero, ¿algún ejemplo práctico? El 2018 será el primer año 100 % Guigon en la dirección del museo. Por ejemplo, una exposición acerca de Picasso y la cocina con vocación multidisciplinaria: «Nunca se ha abordado la relación del pintor con la gastronomía, un asunto que recorre toda su obra desde que compuso el menú de Els Quatre Gats. Picasso comía poco y trabajaba mucho. La cocina le interesaba como espacio. Pintó bodegones cubistas como Le Bouilloncube, utensilios de cocina, habló de la comida en textos que se anticiparon a Ionesco o Beckett, ilustró los Alcools de Apollinaire, plasmó una relación erótica con los alimentos, participó en cenas de homenaje a sus amigos, dibujó sobre naipes en la brasserie Le Catalan…».
¿Con qué pieza se quedaría si tuviera que huir despavorido del museo? Guigon esboza el gesto de quien no se sorprende. «Si no se destruyen, que eso no tiene remedio, las obras de arte nunca desaparecen, siempre acaban en algún lugar porque tienen valor económico», advierte. «Yo me quedaría con una pintura de formación, Ciencia y caridad; ese óleo barcelonés de 1897 será restaurado en París el próximo año y contará con un estudio, los bocetos de la obra y las fotografías que publicó Paris Match a finales de los sesenta».
En otra de las salas del museo, nos vamos a topar con Arthur Cravan, aquel poeta boxeador que buscaba la aventura en el ring y aseguraba ser el sobrino de Oscar Wilde. Cravan combatió contra Jack Johnson el 23 de abril de 1916 y cató la lona en el sexto asalto. A Picasso le fascinaba el boxeo: lo demuestran sus poses pugilísticas en algunas fotos y las entradas de combates que se han conservado. Guigon comisarió esta exposición para decirnos que el boxeo, con sus dosis de lucha, espectáculo, fuerza y valentía constituía para Picasso una «metáfora de la creación». ¡Segundos fuera! Imaginamos al pintor en calzón corto; el taller a modo de ring: cada pincelada, un asalto; cada obra, un combate. «Que la inspiración nos sorprenda trabajando», dicen que dejó dicho.
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mmanuel Guigon (Besançon, 1959) asumió la dirección del Museu Picasso en febrero del 2017 y a los pocos meses aplicó su manera de ver la gestión cultural. Enjuto, dinámico y ameno conversador, este doctor en Historia del Arte Contemporáneo por la Sorbona ha cambiado el piloto automático por los golpes de timón que amplían las geografías picassianas. «Hay que acabar con la idea de que este es un museo para turistas, hemos de atraer también a la gente de aquí. Y eso se consigue con exposiciones temporales atractivas y transversales». La primera decisión: ampliar horarios y abrir los lunes en los meses de verano. Resultado: 2.500 personas más cada lunes. La apertura de los lunes se aplicará definitivamente entre el 1 de marzo y el 30 de septiembre del 2018, acompasada con un palpitante ritmo expositivo.
Recientemente, el museo de la calle Montcada ha superado en 100.000 los visitantes con respecto al 2016, con cuatro exposiciones temporales simultáneas: «1917. Picasso en Barcelona», «El taller compartido de Picasso, Fín, Vilató y Xavier», «Lucien Clergue: veintisiete encuentros con Picasso» y «Arthur Cravan. Maintenant?».
En 1917, Barcelona se enriquecía gracias a la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. Los mecenas brindaban con champán. Y Picasso se vino para aquí con su primera esposa, Olga Khokhlova. Estuvo seis meses, de junio a noviembre, acompañando el debut de los Ballets Rusos de Diáguilev y disfrutando del espumoso bullicio. Guigon nos muestra las fotos que inmortalizaron el reencuentro del malagueño con su ciudad adoptiva: en el Tibidabo, en Las Ramblas, asomado al paseo de Colón. Una factura del Gran Hotel Balneario Oriental Miramar de Coma-ruga evoca una escapada a la playa el 14 de julio de hace un siglo. Son 25,75 pesetas desglosadas en los siguientes conceptos: 5 por el traslado en tartana, 12 por el alojamiento de aquel día en el hotel y 8,75 por gastos extraordinarios.
Después de pasear la mirada por los lienzos barceloneses de aquel 1917 (el paseo de Colón, Olga con mantilla en su sillón y el conocido Arlequín) constatamos la filosofía «guigoniana» sobre lo que debe ser un museo en el siglo XXI: «Además de conservar el patrimonio, restaurar e incorporar obra, debe potenciar su función científica: colaborar con las universidades en tesis doctorales y estudios, reforzar el centro de investigación. Trabajar, mediante programas de creación propia: en el 2018 lanzaremos los Quaderns Picasso. Plantear un diálogo radical con la cultura el siglo XXI a propósito de Picasso: sobre él o contra él». Y todo eso sin olvidar la apertura a nuevos segmentos de público: «El museo debe convertirse en un actor cultural local, y no solo en un lugar que se visita», insiste el director.
Guigon viene de una familia culta, entre Francia y Suiza. En su casa había una buena biblioteca y mientras se aficionaba al arte, la literatura y la poesía, su padre ponía discos de Charlie Parker y Thelonious Monk. El primer cuadro de Picasso lo admiró con solo diez años en la exposición del palacio papal de Aviñón. Tres lustros más tarde (hacia 1985, ya doctorado), vivió año y medio en Barcelona y se pateó más de una vez la calle Montcada aliñando la pasión por las vanguardias artísticas con las sabias acotaciones de Rafael Santos Torroella y J. V. Foix o la inmersión en la obra de Torres García. Más que picassiano, Guigon se confiesa bretoniano: «A raíz mis estudios sobre el arte del ensamblaje y el collage, el encuentro con Picasso era inevitable: escribí una historia del collage en España y, claro está, ahí estaba él», comenta.
Guigon se acomoda con aire pensativo en una silla de mimbre ante Las Meninas cubistas. Otro aniversario: se cumplen sesenta años de la fascinante exploración velazqueña desplegada en 58 piezas: «A la muerte de su amigo Sabartés, Picasso la donó a Barcelona para su propio museo», apunta. Nos planteamos una pregunta puñetera. En la memoria, el despiadado comentario de John Berger en Fama y soledad de Picasso acerca del cuadro: «Lo vacía de su propio contenido y luego es incapaz de encontrar ningún otro para el suyo. Queda en ejercicio técnico. De haber alguna furia o pasión implícitas, será la del artista condenado a pintar sin tener nada que decir…».
A Picasso le fascinaba el boxeo: lo demuestran sus poses pugilísticas en algunas fotos y las entradas de combates que se han conservado.
Más que las visiones subjetivas y estancas, el director del Museu Picasso se interesa por todas las maneras de mirar el arte: la transversalidad, las nuevas tecnologías, el diálogo permanente con otras disciplinas creativas.
Como teoría programática siempre queda bien, pero, ¿algún ejemplo práctico? El 2018 será el primer año 100 % Guigon en la dirección del museo. Por ejemplo, una exposición acerca de Picasso y la cocina con vocación multidisciplinaria: «Nunca se ha abordado la relación del pintor con la gastronomía, un asunto que recorre toda su obra desde que compuso el menú de Els Quatre Gats. Picasso comía poco y trabajaba mucho. La cocina le interesaba como espacio. Pintó bodegones cubistas como Le Bouilloncube, utensilios de cocina, habló de la comida en textos que se anticiparon a Ionesco o Beckett, ilustró los Alcools de Apollinaire, plasmó una relación erótica con los alimentos, participó en cenas de homenaje a sus amigos, dibujó sobre naipes en la brasserie Le Catalan…».
¿Con qué pieza se quedaría si tuviera que huir despavorido del museo? Guigon esboza el gesto de quien no se sorprende. «Si no se destruyen, que eso no tiene remedio, las obras de arte nunca desaparecen, siempre acaban en algún lugar porque tienen valor económico», advierte. «Yo me quedaría con una pintura de formación, Ciencia y caridad; ese óleo barcelonés de 1897 será restaurado en París el próximo año y contará con un estudio, los bocetos de la obra y las fotografías que publicó Paris Match a finales de los sesenta».
En otra de las salas del museo, nos vamos a topar con Arthur Cravan, aquel poeta boxeador que buscaba la aventura en el ring y aseguraba ser el sobrino de Oscar Wilde. Cravan combatió contra Jack Johnson el 23 de abril de 1916 y cató la lona en el sexto asalto. A Picasso le fascinaba el boxeo: lo demuestran sus poses pugilísticas en algunas fotos y las entradas de combates que se han conservado. Guigon comisarió esta exposición para decirnos que el boxeo, con sus dosis de lucha, espectáculo, fuerza y valentía constituía para Picasso una «metáfora de la creación». ¡Segundos fuera! Imaginamos al pintor en calzón corto; el taller a modo de ring: cada pincelada, un asalto; cada obra, un combate. «Que la inspiración nos sorprenda trabajando», dicen que dejó dicho.