Escuchábamos a Maite Casademunt en Juno House Barcelona como parte de nuestra serie de almuerzos Women Who Inspire, y dijo algo que se me quedó grabado: la pasión no es nada sin valentía. Maite me pareció absolutamente fascinante. Con estilo , directa, y con los pies en la tierra, transmitía esa confianza —y esa experiencia— que se adquieren con el tiempo y, quizás, con algunas batallas. Está al frente de una empresa familiar de moda nacida en España que ha logrado expandirse a nivel global, algo difícil y poco común en cualquier parte del mundo, y aún más en una sociedad como la nuestra, donde el talento existe pero a veces no se manifiesta quizás por temor al riesgo.
Sentirme rodeada de mujeres como Maite y otras socias de Juno House con su espíritu emprendedor me inspira y me recuerda por qué emprendí este camino. Hoy, tres años después del lanzamiento de Juno House, me encuentro reflexionando sobre quién era entonces y quién soy ahora. Pero primero, un poco de contexto para explicar de dónde vengo: mi padre es catalán, mi madre estadounidense, y crecí en Chicago, en una familia multicultural, llena de pasión y tradición.
Mi padre se trasladó a Estados Unidos al terminar su carrera de medicina para dedicarse a la investigación científica y como otros médicos españoles de su época se hizo un nombre fuera de su país. De adolescente fui nadadora competitiva y un poco rebelde: me aburría con facilidad, era radicalmente independiente desde pequeña, y siempre seguía lo que me fascinaba antes que lo que resultaba más práctico. Esa mentalidad me llevó a trabajar en la campaña de Obama en 2008, a escribir para la televisión pública, y a producir campañas globales para grandes marcas en la multinacional empresa de publicidad, Edelman en Nueva York.
Mi camino nunca ha sido lineal. Cuando me mudé a Barcelona, lo hice por el estilo de vida de esta ciudad, y me quedé por amor. Una vez tomada la decisión, supe que tenía que empezar algo nuevo. En 2016, el ecosistema tecnológico de Barcelona estaba en auge. Por impulso, dejé mi carrera en Nueva York y me uní a una startup tecnológica catalana de travel tech en fase inicial. La primera semana estaba aterrada. ¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba? ¿Ese iba a ser mi nuevo camino profesional?
Pero cuando pasó el susto, llegó la adrenalina. Me encantó tener un impacto directo: definir la estrategia de marca, ayudar a posicionar la empresa para una venta a un gigante tecnológico. A partir de ahí, encontré mi lugar en Barcelona como creadora de marcas. Trabajé desde dentro de startups, vendiendo visiones, colaborando con emprendedores y enamorándome del lado más empresarial de la creatividad. Aun así, sentía que algo faltaba: la ambición, la chispa que había sentido en Nueva York. No encontraba esa misma motivación, ni esa comunidad de mujeres abiertas, ambiciosas, con ganas reales de cambiar el mundo.
Fue durante mi primer embarazo cuando surgió la idea de Juno House. Pensé: “Si no existe en esta ciudad un espacio para mujeres ávidas y con mentalidad emprendedora donde conectar, colaborar, aprender y tomarse un buen cóctel… entonces lo crearé yo misma”. Así que imaginé nuestro destino y tracé el camino para hacerlo realidad.

Me encanta soñar, construir, presentar ideas, diseñar. La realidad es que la gestión puede disminuir la creatividad. Y en estos tres años, he visto a muchísimos fundadores que dan por hecho que tienen que gestionar cada aspecto de lo que han creado. ¿Es ego? ¿Es miedo? Tal vez ambas cosas. Lo que he aprendido es que los mejores emprendedores —y, a menudo, los más exitosos— saben cuándo soltar y confiar el liderazgo operativo a equipos sólidos. Es profundamente liberador crear algo extraordinario y, por fin, tomarte un momento para admirarlo, verlo evolucionar y profesionalizarse. Porque solo cuando sueltas, el proyecto despliega todo su potencial.
Como tantas otras fundadoras, llevo mis propias cicatrices de aprendizaje. Le dan carácter. También las intuyo en líderes como Maite, y eso me hace admirarlas aún más. Quiero escucharlas, conocer sus batallas, compartir historias reales. Espacios como Juno House hacen posible tener conversaciones honestas y normalizar el camino emprendedor. A menudo me pregunto por qué sigue siendo tabú hablar de crecimiento, ambición o aprendizajes entre mujeres. Me enorgullece que Juno se haya convertido en un referente para abrir estos diálogos necesarios, sin filtros ni disfraces.

Tres años después, me siento profundamente agradecida al equipo fundador, y a todas las socias que creyeron en esta visión desde el principio y la hicieron posible. Fundar algo es, en esencia, una forma de aprender y transformarse. Empiezas con una idea, y en el camino, esa idea también te transforma. Con gratitud en el corazón y la mirada puesta en el futuro, seguimos construyendo.