El histórico restaurante de Barcelona Casa Leopoldo fue testigo hace dos semanas del momento en el que pude superar una de las asignaturas pendientes acumuladas durante mi vida. Y es que por fin pude conocer en persona a uno de mis referentes, el escritor Eduardo Mendoza, estrechar su mano y confesarle que es el culpable de que escriba. La historia se remonta a los tiempos del instituto, cuando nos hicieron leer su novela El misterio de la cripta embrujada. Aquello cambió mi vida. Quedé muy impresionado con aquella historia que rompía los moldes de la narrativa que hasta entonces, hace 45 años, conocía. Se podía escribir de otra manera, divertida, a veces, transgresora. No hacía falta hacerlo como Dumas, Stendhal o Pío Baroja. Conocer a Mendoza, y en el Leopoldo, fue un gran momento.
Y eso fue posible porque el icónico local del Raval organizó una comida para rendir homenaje a la antigua propietaria Rosa Gil, nieta de los fundadores, que regentó el restaurante hasta que lo traspasó en 2015. Además de Mendoza, allí asistieron otros ilustres comensales, como la chef Carme Ruscalleda, los empresarios Pedro Balañá y Carles Vilarrubí, el hotelero Joan Gaspart y el hijo de Manuel Vázquez Montalbán, Daniel Vázquez Sallés, y su pareja, la somelier Meritxell Falgueras, del Celler de Gelida. Hasta el alcalde, Jaume Collboni, estuvo al principio, aunque no pudo quedarse a comer.
Se notó la ausencia de grandes de otros tiempos que ya no están entre nosotros, como el citado Vázquez Montalbán, Juan Marsé y Terenci Moix, aunque una pantalla sobre la barra de la entrada les recordaba. También se echaban en falta grandes nombres del periodismo ya desaparecidos, como Martí Gómez y Joan de Segarra. Tampoco pudo asistir por motivos personales otra periodista de renombre, Maruja Torres. Sin embargo, la representación de miembros de la prensa fue nutrida. Entre ellos, Víctor Amela y Joaquín Luna. Y, sobre todo, nostálgicos de los toros que rememoraron viejos tiempos, cuando Casa Leopoldo era una de las zonas cero de las tertulias taurinas.
Qué bien que Casa Leopoldo haya regresado; ahora es Barcelona la que tiene que regresar a Casa Leopoldo
El restaurante nació en 1929 de la mano de Leopoldo Gil. La historia de Casa Leopoldo está ligada casi desde el principio al toreo. El padre de Rosa Gil, Germán, fue torero, y ella se casó con otro matador portugués, José Falcao, que murió en la arena de la Monumental una tarde de agosto de 1974.
En 2015, Rosa traspasó el restaurante. Tras unas experiencias que no se consolidaron, hace un año Casa Leopoldo pasó a manos del grupo Banco de Boquerones, que, liderado por el matrimonio Bruno Balbás y Sofía Matarazzo, regenta otros restaurantes en Barcelona. Su objetivo es devolver el Leopoldo a Barcelona, lo más fiel posible a su glorioso pasado. Por fortuna, la fantástica decoración del local se ha podido mantener al estar protegida.
Ahora, los nuevos propietarios se centran en recuperar los platos sobre los que el restaurante de la calle Sant Rafael construyó su leyenda. Los comensales invitados al homenaje de Rosa Gil pudieron comprobarlo. En el menú no faltaron algunos que durante décadas formaron parte de su carta, como las albóndigas con sepia o el mítico rabo de toro. Sin embargo, muchos echaron en falta el famoso tortell que se solía servir de postre y que suministraba la cercana pastelería Lis.

Como fin de fiesta, no podía faltar el fado interpretado por la propia Rosa Gil, con el que acostumbraba a deleitar en las interminables sobremesas del Leopoldo. En esta ocasión, interpretó el Romance de la Otra.
Qué bien que Casa Leopoldo haya regresado. Ahora es Barcelona la que tiene que regresar a Casa Leopoldo. Durante casi una década, hemos estado huérfanos de un restaurante con historia por el que pasaron gente como Lola Flores, Manolo Caracol, Orson Welles, Rita Hayworth, Edith Piaf, Juliette Binoche… Y una larga lista que la propia Rosa recordaba el mismo día del homenaje.