Gracias a Sin tiempo para morir, la entrega número veinticinco de la saga de James Bond con la que Daniel Craig se pone, por última vez, en la piel del legendario 007, he descubierto Matera, una ciudad fascinante del sur de Italia. Conocida como la cittá dei Sassi (la ciudad de las piedras), Matera es una población de callejuelas empedradas, casas excavadas en la roca e iglesias subterráneas de origen remoto y belleza inquietante. Sólo por las escenas rodadas en Matera, ya merece la pena ir al cine a ver la última de 007, aunque hay muchas más razones para hacerlo como explicaba, días atrás en La Punyalada, Bernat Dedéu, aquí mismo, en The New Barcelona Post.
Siempre he sido muy fan de las películas de 007. De niño, me fascinaban especialmente los gadgets que Q ponía en las manos de Bond. Todos aquellos artefactos que, cuando parecía que 007 ya no tenía escapatoria, le ayudaban a sortear el peligro o a cargarse al villano de turno. Me viene a la memoria el propulsor con el que Sean Connery conseguía escapar de Spectre en Operación Trueno y el reloj-láser que Pierce Brosnan utilizaba para cortar el suelo de acero de un tren en marcha Goldeneye.
Me gusta sumergirme en las películas de Bond porque son sofisticadas y elegantes, ¡qué queréis que os diga, en la vida real ya hay bastantes Torrente! La saga de 007 ha marcado tendencia: moda, diseño, grafismo… Las bandas sonoras también son memorables. Sólo por citar algunas especialmente deliciosas: Skyfall, de Adele; Goldfinger, interpretada por la maravillosa Shirley Bassey; GoldenEye, escrita por Bono y The Edge e interpretada por Tina Turner, o Die Another Day, de Madonna.
Me gusta sumergirme en las películas de Bond porque son sofisticadas y elegantes, ¡qué queréis que os diga, en la vida real ya hay bastantes Torrente!
Otro de los principales atractivos de las películas de Bond son los escenarios por los que discurre la acción. Londres es, por supuesto, el punto de partida de la mayor parte de las aventuras de este agente al servicio de su majestad, pero 007 es un espía muy viajero. Lucha contra el mal donde sea necesario y, por tanto, las películas que ha protagonizado a lo largo de más de medio siglo son también una sucesión de escenarios espectaculares por todo el planeta.
Sólo en Sin tiempo para morir, Bond nos hace viajar a Jamaica –curiosamente donde Ian Fleming escribió los libros de 007, esta localización quiere ser un homenaje al padre de la criatura– y Noruega –la película empieza en una casa aislada, rodeada de nieve y hielo, en las afueras de Oslo–, además de Italia y Reino Unido. Por cierto, el Santiago de Cuba donde Craig comparte escena con una estupenda Ana de Armas es, en realidad, un decorado construido en los estudios Pinewood de Londres.
Bond da vueltas por el mundo, pero, curiosamente, nunca ha pisado Barcelona. Ni para hacer escala. En ninguna de las veinticinco películas de la saga no hay ni una sola escena que discurra en la capital catalana. Es raro porque Barcelona es un gran plató de cine y publicidad, pero parece que al espía más famoso del cine no le hace tilín. En Sólo para sus ojos, Roger Moore estuvo en Madrid. Más de una década después, una nueva misión de Bond –entonces ya encarnado por Brosnan–, le traía de vuelta a España, en concreto, al Museo Guggenheim de Bilbao para el rodaje de El mundo no es suficiente. 007 también ha pisado tierras españolas en otras ocasiones, pero sólo para rodar escenas que supuestamente pasaban en países como Azerbaiyán y Kazajstán. Sin embargo, Barcelona ni por casualidad.
En ninguna de las veinticinco películas de la saga no hay ni una sola escena que discurra en la capital catalana
Tan bien que quedaría persiguiendo a algún malvado por el Park Güell o escapándose de un tiroteo haciendo rápel desde lo alto de la Torre Agbar. El Edificio Fórum podría ser perfectamente la sede de una oscura corporación internacional dedicada a producir un virus capaz de aniquilar a toda la humanidad y, si fuera necesaria una gran explosión por exigencias del guion, podría hacerse saltar por los aires –digitalmente, por supuesto– el Palau Nacional. ¿Dónde se alojaría 007? Yo creo que en el Mandarin Oriental. También se me acaba de ocurrir que, si los dueños de la Seat pusieran un poco de dinero en la producción, podríamos conseguir que Bond condujera, a toda velocidad, un Cupra eléctrico de diseño futurista, Via Laietana abajo, para pillar al malo de la película antes de que zarpara a bordo de un lujoso yate amarrado en Marina Port Vell. ¿No lo estáis viendo, ya?
Estoy convencido de que muchos barceloneses fans como yo mismo de 007 también disfrutarían de lo lindo si pudieran participar como extras en una eventual nueva entrega de la saga ambientada en Barcelona. Solo espero que si, finalmente, el agente creado por Fleming un día de estos recorre las calles de la ciudad el resultado sea mejor que nuestra película de Woody Allen. Definitivamente, Vicky, Cristina, Barcelona no es la mejor obra del director neoyorquino.