Una ciudad es aquella suma de hombres y mujeres libres que disfrutan compitiendo en un lugar determinado para demostrar que su idea de libertad es la que da más frutos para todos. Aristóteles lo tenía muy claro, y poco hemos avanzado después de su definición de “ciudadano”, en la Política: a diferencia del residente, o del mero visitante, el ciudadano es quien tiene derecho (exousia) a deliberar sobre el buen gobierno de su entorno, siendo éste la multitud de ciudadanos que han de disfrutar de una vida auto-suficiente. No hay deliberación (a saber, la capacidad de discriminar lo que es conveniente o bueno) sin libertad, ni auto-suficiencia (a saber, la capacidad de auto-determinar las propias acciones y garantizar la propia subsistencia económica) sin libertad.
Esto que os cuento, como cualquier reflexión filosófica, no tiene nada de metafísico; al contrario, es la cosa más concreta del mundo. Es por eso que amamos las ciudades y adoramos primero la nuestra, Barcelona, pero también las más bellas del mundo, como Nueva York, ya que son los lugares donde abrazamos con más placer la libertad; son los lugares donde nos permiten ser más como sabemos que somos.
Las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid se centraron en el concepto libertad —a menudo lo sobaron en exceso y de forma un tanto patosa—, pero resulta notorio que la mayoría de medios catalanes se despacharon los comicios que ganó ampliamente Isabel Díaz Ayuso como una mera cuestión sobre pimplarse cañas en los bares de Malasaña y ejercitarse en el jolgorio nocturno. Pocos gacetilleros de mi tribu entendieron que Díaz Ayuso ganó porque era la candidata con un discurso más ambicioso –muchas veces hiperbólico y demagógico, es cierto–, pero, en cualquier caso, el que encarnó mejor el sentido de libertad de los madrileños.
El tiempo dirá si su gestión hace honor a sus palabras, pero resulta palmario que la derecha madrileña hizo creer a los ciudadanos de la capital española que Madrid es uno de los mejores lugares de Europa para tener una idea, ponerla en práctica, y que acabe generando pasta. Contrariamente, la izquierda del kilómetro cero (que antaño lideró de movimientos importantísimos como la movida) se estancó en un puritanismo de la negación que ni Pablo Iglesias consiguió revertir.
Resulta palmario que la derecha madrileña hizo creer a los ciudadanos de la capital española que Madrid es uno de los mejores lugares de Europa para tener una idea, ponerla en práctica, y que acabe generando pasta
Desgraciadamente, el gobierno comunero-podemita de Barcelona ha seguido el credo de sus cofrades madrileños, con la diferencia de que nuestra ciudad no disfruta de los servicios y de las infraestructuras de la capitalidad de un estado. Hace muchos años que los ciudadanos de Barcelona sabemos todo que no le gusta a la administración Colau: no le place el turismo, Uber, Cabify y Airbnb, desestima la ampliación de El Prat y proyectos culturales (de un interés artístico dudoso, así lo escribí la semana pasada) como el Hermitage. La administración barcelonesa, como la mayoría de la izquierda del viejo continente, es reactiva y, por tanto, conservadora. La mayoría de enemigos del colauismo suelen denostar a nuestra alcaldesa acusándola de “activista”. Servidor piensa todo lo contrario: ojalá hubiera una activista de verdad en el consistorio (el diccionario del IEC define la palabra como “propaganda activa al servicio de una doctrina política o social”), porque así sabríamos cuál es la idea de libertad, cuáles son los ámbitos de negocio, intelectualidad o simple ocio que interesan a la más alta instancia de la ciudad.
Mi estimado The New Barcelona Post hace bien en recordarnos diariamente la cantidad ingente de empresas y de iniciativas culturales que eligen Barcelona para ubicar su negocio y hacer que sus altos directivos pasen aquí una temporadita (esta misma semana recibíamos el neobanco Qonto y celebrábamos la reapertura de la Fira con el salón de tecnología audiovisual ISE y también el B-travel), lo que certifica que la ciudad no se encuentra en la decadencia ni la sequedad de ideas que pregonan los espíritus más apocalípticos.
Sin embargo, la administración del Ayuntamiento, y su táctica de responder “no” a la mayoría de iniciativas ciudadanas (poco ayuda que las clases medias catalanas sean sistemáticamente castigadas por la administración en forma de impuestos crecientes) ha calado fuerte en una ciudadanía cada día más resistente al riesgo y a la iniciativa. No es necesario elaborar muchas encuestas ni encargar excesivos informes; sólo hay que preguntar a la mayoría de zentennials y jóvenes que acaban de cursar sus estudios universitarios para ver cómo Barcelona se aleja paulatinamente de su zona de intereses laborales.
Ojalá hubiera una activista de verdad en el consistorio, porque así sabríamos cuál es la idea de libertad, cuáles son los ámbitos de negocio, intelectualidad o simple ocio que interesan a la más alta instancia de la ciudad
Tiene cierta gracia que nuestra ciudad siga aguantando su fuente de atracción económica mientras la mayoría de sus espíritus más jóvenes y activos piensan en huir al extranjero para trabajar. Esto quiere decir que, a pesar de poder acabar encontrando fuentes de subsistencia, la ciudad está desangrándose como lugar deliberativo-libertario en opinión de nuestros ciudadanos del futro. El fin de la pandemia y la reactivación económica de las ciudades del mundo configurará una especie de tabula rasa en que las urbes del planeta podrán resetear su oferta turística, industrial y cultural. Esta pugna se dará en un momento histórico en que los ciudadanos de Europa y del mundo, tras un año de apremios de derechos básicos, querrán reganar ámbitos de libertad, y de forma lo más rápida posible.
De momento, conocemos casi todos los “no” que Barcelona ofrece al mundo. Ahora deberíamos pensar cuáles son sus “sí”. Necesitamos urgentemente una idea de libertad, y diría que también una nueva generación de políticos municipalistas que, a poder ser, hayan deliberado sobre ello con un poco de ahínco. Si encuentran a un hombre o una mujer realmente libre en Barcelona, créanme, pónganse en su estela, porque no abundan mucho.