Setxu Xirau Roig (Canet de Mar, 1968) es un artista visual que parece más una obra ambulante. Al igual que su amplísima experiencia en escenografía, se puede detectar en su impecable puesta en escena: discurso preciso, tono amable, cara delgada con barba de hijo bueno de Satanás. El Museu Nacional d’Arte de Catalunya es, a su vez, un equipamiento cultural público que intenta por todos los medios traspasar los obstáculos burocráticos y las limitaciones presupuestarias para proponer proyectos más divertidos, más originales y más universales que la simple actividad expositiva y de conservación (iba a decir conservadora, pero Pepe Serra es lo contrario a un conservador). Esta ansia por salir del marco de la obra, pero también del marco administrativista, ha hecho que acabaran confluyendo dos ángeles caídos en una iniciativa tan seductora como elegante: L’Ull del Cabirol, se llama. En el Museu Nacional hasta el 26 de febrero. Otra cosa.
¿Qué significa poner un corzo a pasear entre las obras del arte catalán? Quiere decir quitarnos el corsé y la peluca, ser un poco más atrevidos y hacer algún gesto hacia esa cantidad (nada menospreciable, hoy) de visitantes que acabarán saturados de gótico, de románico, de Modernismo y de vanguardia. De barroco no, el barroco está todo en Madrid, con todo el respeto por los esfuerzos del legado Cambó. El caso es que, cuando lleguemos a la altura del Mural para IBM de Miró en el vestíbulo superior (mural creado para la sede de la empresa IBM de la Via Augusta, edificio diseñado por Coderch, posteriormente Departament d’Ensenyament de la Generalitat), veremos que el mural ya no sólo dialoga con los mármoles desconsolados de los llimonas sino que, antes, un pequeño corzo disecado acerca el hocico hacia el mural como diciendo no tanto “¿qué es esto?” sino “¿qué te pasa?”. “¿Qué tienes, Joan”? “¿Qué os pasa, humanos?”. “¿Qué estáis haciendo?”.
Setxu Xirau Roig tiene la especialidad en Escultura por la Facultad de Bellas Artes Sant Jordi de la Universitat de Barcelona (UB), pero también una fuerte relación con París y con la École Supérieur des Beaux-Arts: de hecho, esta intervención viajará a París durante la primavera de 2023, concretamente a la Sorbonne, en colaboración con el Institut d’Estudis Catalans (IEC). Cuando lo comentamos, Setxu, de quien conocí la obra a través de las mariposas y grandes cuadros cromáticos del Reial Cercle Artístic hace ya unos cuatro o cinco años, me remarca la diferencia entre París y Barcelona: no es ningún mito, no es que volvamos al tema del paso de Dalí o de Miró, de Picasso, es que es verdaderamente la actitud de la ciudad. “En París hay un respeto”, me dice. Me lo creo. En Barcelona parece que un artista catalán con talento tenga que arrastrarse pidiendo el favor de poder existir pero allí, tanto si eres más reconocido como si no lo eres tanto, consigas exponer o no, se te respeta como a artista. Alfombra roja, facilidades, una mínima curiosidad, una mínima admiración. Cuando me lo comenta, creo que quizás lo que hemos perdido no es tanto la curiosidad (que también) sino el respeto. Un corzo, sí. La ingenuidad, la delicadeza, la vulnerabilidad frente a la obra. Una actitud que no te perdone la vida, sino que te conmueva y te haga sentir en un mismo espacio. En un mismo planeta, en un mismo momento. Y verlo como lo que es: un lujo.
Aparte del mural de Miró, verán otro corzo en la sala educArt bajo la cúpula del museo: en este caso el corzo no acerca el hocico sino que levanta la cabeza y se mira en un espejo. Nosotros no podemos estar en la sala, sólo hacemos de voyeurs de una escena donde el animal explora su propia imagen. Como si espiáramos el camerino de una diva. Xirau Roig ha querido llevar al máximo exponente de la civilización, que es un museo de arte, toda la inocencia de la naturaleza y de los animales “liminares” (que viven en el límite entre la ciudad y el bosque, como la invasión que sufrió Barcelona por los jabalíes durante la pandemia). Observar al animal que observa nos devuelve a la actitud de “mirar lento”, empezando de cero y sin apriorismos, y sobre todo sin prisa, todo lo contrario de las carreras de los jóvenes de Godard por los pasillos del Louvre en Bande à part. Volver al otro lado de las cuevas de Altamira, recapitular, qué ha pasado durante todos estos milenios en los que los humanos pintaban corzos y bisontes hasta ahora, en los que la naturaleza nos interpela a nosotros y a nuestra prisa inhumana. Qué habéis hecho, mientras tanto. Qué me explicáis. Como si el reino animal despertara de un extenso letargo y se hubiera perdido tanto el románico como el gótico como el Modernismo como las vanguardias y ahora, ante un Miró y ante un espejo, tratara de entender la relación entre un espejo y un Miró.
Hay una especie de museos que exponen, conservan y difunden: existen otros que, además, pretenden animar. Los animales, los dibujos animados, las almas, son para Xirau Roig la parte más pura de la expresividad. Volver a Disney, es decir a Esopo, es decir a las bestias con propiedades humanas que nos ponen frente al espejo y nos paralizan como en una taxidermia. Una especie del “alma de las cosas” de Sagarra, pero de mamífero a mamífero: ante el ojo del corzo nosotros somos el negro de Banyoles, la criatura del zoológico, los “humanimales”. Este autor, que antes de ir a París expondrá una importante instalación en la galería Artur Ramon de Barcelona (con muchas ganas de ver las reliquias de “santos sin nombre”, que promete ser todo un homenaje al fetichismo espiritual), no sólo pide un respeto como el que tienen en París, sino que nos presenta una intervención llena de respeto hacia nosotros. Un corzo es un remedio contra nuestro cinismo, una invitación a aceptar la fragilidad y a abrazar el inmenso lujo de tener vida. Es decir, tener un alma.