Dalí taxi Barcelona
Dalí en un taxi de Barcelona.

‘Happening’ daliniano en la Catedral

El Museo Diocesano de Barcelona acoge la exposición 'La Barcelona de Dalí- Un intinerario fotográfico', comisariada por Ricard Mas, uno de los máximos expertos sobre la vida del pintor. Distribuida en formato mapa, con imágenes y textos integrados en cuadrados en forma de islas con chaflanes recortados del Eixample, la muestra es una deliciosa travesía por los lugares más emblemáticos del paso de Salvador Dalí por una ciudad que, curiosa e imperdonablemente, todavía no le ha dedicado ni una calle y una plaza ni un pequeño monumento.

Ha sido una agradable sorpresa ver la dimensión, calidad, profundidad e interés de la exposición dedicada a la relación de Dalí con Barcelona, ​​una ciudad donde se le vio más frecuentemente de lo que parecería (en ninguno de sus cuadros aparece un paisaje o icono barcelonés) y que nunca dejó de pisar. Su madre era barcelonesa y su padre se crió en la capital catalana, y es donde realizó sus primeras exposiciones individuales. Desde su juventud (la exposición en las galerías Dalmau, Ateneu, tío Anselmo) hasta su regreso triunfador (Ritz, Via Veneto, Gaudí, el zoo…), Dalí cultiva su propio intinerario de lugares privilegiados y les hace jugar casi siempre un papel importante en su cosmogonía: como en todos sus escritos y pinturas, nada en Dalí es casual. Como nunca lo es una figura en un sueño. Y, por tanto, si ha ido a hacer una performance con el mono blanco es porque quiere que la escena quede para la historia. Y, si quiere ir a ver un partido del Sant Andreu, también.

Ya de entrada, una vez pagado el acceso (que incluye visita a la Catedral) se te ofrece un mapa de la ciudad donde quedan marcados los lugares que se visitan durante la exposición, por lo que puedes hacerte una idea general de la Barcelona daliniana e incluso llevarte un resumen en el bolsillo. La exposición en sí, que se puede visitar hasta el 1 de diciembre, está distribuida en paneles negros recortados por islas con chaflanes, rellenas de textos e imágenes que las convierten (estas sí) en verdaderas supermanzanas con sentido.

Me explica el comisario Ricard Mas que el encargo le ha venido de sus visitas a Sant Felip Neri, es decir orando, concretamente a raíz de la muerte de su padre. Aparte de esta explicación casi freudiana y mística, casi daliniana, la muestra ha sido hecha a partir de imágenes que provienen de aportaciones diversas: la Biblioteca Nacional, la Fundación Gala Dalí, particulares, RTVE, los archivos públicos… Me dice, en sentido figurado, que ha sido una exposición hecha “con un Excel”, es decir, el máximo de eficiente entre el coste y el contenido, y la verdad es que el contenido es verdaderamente excepcional. Repito, una delicia. Un descubrimiento en cada frase, en cada escena, en cada espacio.

Toros Dalí Puig Palau
Dalí en los toros con Puig Palau.

“La gente no lee”, me dice: por tanto, se encuentra cómodo haciendo una exposición de imágenes a pesar del exhaustivo libro que publicó con el mismo título. Vemos las “animaladas en el zoológico”, que nos llevan a la infancia (Dalí evidentemente iba al zoo de pequeño) y de aquí directamente al happening con un rinoceronte que protagonizó el artista en el 60, dejando la huella de su mano junto a las del animal (el cuerno de rinoceronte es, para él, la forma más perfecta del Universo) y el homenaje que hizo a Duchamp en 1969, encarando el maniquí de una novia al recién llegado gorila albino Copito de Nieve, experiencia que repitió en 1970 con la modelo Amanda Lear (sin olvidar el depósito que hizo de un elefante indio algunos años antes). A continuación veremos la referencia a los restaurantes más frecuentados por el genio, que van desde la sofisticación de la cocina francesa a la cocina popular catalana (y desde restaurantes de lujo como Via Veneto o el Altaya hasta más populares como El Canari de la Garriga o Los Caracoles). Para Dalí, no hay término medio y tiene una declarada alergia en la zona de la burguesía: o estás con la nobleza y la realeza, o estás con el pueblo (de ahí la barretina y las alpargatas combinadas con chaquetas y camisas de los mejores sastres). Pero el concepto clase media lo consideraba vulgar y despreciable.

El Ateneu (concretamente la peña de Quim Borralleras, la más importante, donde iba su tío Anselm —entre otras cosas cofundador del Orfeó Català—, donde el joven Dalí dictó su escandalosa conferencia Posición moral del surrealismo, donde despotricó contra el antiguo presidente Àngel Guimerà, y donde, de mayor, conferenció Por qué fui sacrílego, por qué soy místico con elogios a Llull, Gaudí y Pujols). Esta escena, acompañada del famoso vídeo en el jardín romántico, viene seguida del panel correspondiente a la suite 108 del hotel Ritz (donde Dalí regresó siempre después de su exilio estadounidense, donde llevó desde caballos disecados a contorsionistas checas, caracoles esparcidos sobre modelos y happenings de todo tipo). Sin embargo, en medio de cada espacio también hay sitio para vitrinas con objetos diversos: cartas, postales, telegramas, revistas, Paris Matchs, Patufets, libros, manifiestos…

Dalí Ateneu
Dalí en el Ateneu.

Los espacios vienen separados por corinas ilustradas con fotos (la exposición es diseñada por Jesús Galdón), y las temáticas se extienden desde la Barcelona flamenca (tablaos, Tarantos, bailaoras), la afición a los toros (donde se menciona el proyecto nunca realizado de corrida surrealista con Dominguín, el submarino de Monturiol y el Autogiro de la Cierva que se llevaría el toro muerto y lo tiraría a la cima de la montaña de Montserrat…), el fútbol (el grabado para los 75 años del Barça acordado con Armand Carabén —que podemos contrastar con lo que hoy ha hecho Miquel Barceló para los 150—, la ayuda al Sant Andreu a través del cuadro Gol!), y sobre todo un largo apartado dedicado a la arquitectura comestible del Modernismo y a Gaudí (los actos en el Park Güell con castellers y bombas de humo, el Palau de la Música Catalana, la Pedrera —que quería que fuera sede del Comisariado de la Imaginación Pública—, la Sagrada Família —frente a la que quería estrenar L’Atlàntida de Verdaguer—, la Casa Batlló…) o a la relación con Lorca (barcelonés de adopción, Mariana Pineda, el Turó Park) o con Llongueras (con happening violento pero fallido en la inauguración de su salón de peluquería, la peluca gigantesca de la Sala Mae West del Teatro-Mueu de Figueres), Foix, Picasso, Abelló, Subirachs…

En definitiva, conviene ir a verla y vivirla, tocarla, presenciarla. Dice Ricard que la quiere hacer girar por España, y que la quiere ceder al Llull y al Cervantes para que la lleven a otros países. Yo me voy con ganas de una segunda visita y, con el mapa en el bolsillo, material para llevarme a casa. Y en efecto, cuando salgo a la calle vuelvo a la Barcelona desagradecida de siempre: ni una calle, ni una plaquita conmemorativa, ni un rincón de ciudad. Quizá por eso Dalí decidió instalar sus museos en latitudes menos putrefactas.