Este año se cumplen diez años de la desaparición del pintor, escultor y teórico del arte Antoni Tàpies (1923-2012), el máximo exponente del informalismo abstracto y uno de los artistas catalanes más internacionales de la segunda mitad del s. XX. Para adentrarnos en la obra de Tàpies diez años después de su muerte es imprescindible conocer su momento histórico y contextualizar el informalismo abstracto, un movimiento pictórico que, a grandes rasgos, surge en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, a raíz del malestar en el que se encontraba sumergida la sociedad después de esta catástrofe. Como consecuencia, los artistas pierden el interés por representar la realidad que les rodea, la falta de esperanza genera un gran desencanto y el arte toma el camino de la experimentación formal y de la abstracción, que sirve a los artistas para exteriorizar los sentimientos de angustia y frustración que turban su día a día.
En el caso de Catalunya, este desencanto se agudiza aún más con la represión que se vive después de la Guerra Civil. El informalismo abstracto que se respira en Europa se filtra a través de algunos artistas que se sienten identificados e importan esta corriente estética hasta aquí. Estos artistas pertenecen principalmente al grupo del Dau al Set (que definiremos más adelante) y Antoni Tàpies es el máximo representante.
Tàpies nace en una familia de la burguesía intelectual barcelonesa. Destaca la conexión de su entorno con la vida política de la ciudad de antes de la Guerra Civil, marcada principalmente por la figura de su padre, abogado y asesor jurídico de la Generalitat. Desgraciadamente, su formación primaria (durante la que dibuja de manera autodidacta) se ve interrumpida por serios problemas de salud el año 1940, cuando se ve obligado a hacer una larga convalecencia en diferentes sanatorios de Puigcerdà o La Garriga. Es durante este período que el joven artista desarrolla su mirada interior y nace su interés por la filosofía. Se nutre de autores como Nietzsche, Ibsen, Stendhal o Proust y también descubre la música de Wagner o Brahms y se siente muy atraído por el romanticismo alemán. La enfermedad sumada a la caída de la República y la desaparición de la sociedad que Tàpies había conocido durante su infancia marcarán profundamente su obra y su carácter.
Durante su juventud inicia estudios de Derecho, que no finalizará porque siente una vocación mucho más profunda por el mundo del arte, al cual quiere abocarse completamente con la esperanza de que éste dé un sentido a su vida, que se le ha hecho insoportable. Durante esta etapa, entra en contacto con algunas personalidades con quien tendrá una gran afinidad durante su vida y que influirán también en su carrera: los poetas J.V.Foix y Joan Brossa, el galerista Joan Prats o el artista Joan Miró, de quien fue un gran admirador.
También corresponde a esta etapa el nacimiento de la revista Dau al set, que merece especial atención y que surge como fruto de una serie de amistades muy fructíferas entre personajes estrechamente vinculados a la vida de Tàpies: Joan Brossa, Arnau Puig, Joan-Josep Tharrats, Joan Ponç o Modest Cuixart. La revista (que aparece de manera clandestina por estar escrita en catalán) supone un soplo de aire fresco y de modernidad casi miraculoso en una Barcelona en plena postguerra. Pretendía recuperar la vanguardia artística catalana interrumpida forzosamente por la Guerra Civil. Tal fue su impacto que el museo MoMa de Nueva York consideró esta publicación como una de las primeras revistas vanguardistas publicadas durante el s. XX, destacando su contenido y espíritu surrealista, la estética que combina textos con poemas visuales, obras pictóricas y mucho más.
Dau al set supone un soplo de aire fresco y de modernidad casi miraculoso en una Barcelona en plena postguerra
En esta primera etapa, encontramos a un artista joven que transita por los caminos ya explorados del arte figurativo y en seguida surge en él la necesidad de ir más allá, de investigar con los materiales como entidad activa de la obra de arte y de aplicar estos materiales de manera no convencional, generando nuevas realidades a través del collage y de la superposición, que son constantes en su obra. Así pues, encontramos en su obra pastas espesas, exceso de materia y una concepción innovadora de la obra de arte, no entendida como algo que representa la realidad, sino como un objeto de poder que aporta valor en sí mismo con su presencia, conectando con el primitivismo más puro de sociedades ancestrales por las que se sentía atraída y que eran tan lejanas a la suya.
Durante esta etapa, el artista se sumerge también en el estudio del surrealismo y del dadaísmo. Artistas como Duchamp o Dalí influirán fuertemente en su obra que, poco a poco, perderá densidad de material e incorporará también otros elementos como cabos, cerámica y chatarra. También se siente atraído por artistas como Ives Tanguy, Max Ernst o Paul Klee, de quien le interesa su gran variedad de técnicas y su comunión con la naturaleza.
Tàpies planteó una concepción innovadora de la obra de arte, no entendida como algo que representa la realidad, sino como un objeto de poder que aporta valor en sí mismo con su presencia
A principio de los años 50, el artista se traslada a París motivado por una beca otorgada por el gobierno francés y conoce a Picasso y J. Sabartés. Viaja también por Bélgica y Holanda y hace algunas pinturas de temática social motivadas por la preocupación de la situación política que se vive en España. El año 1952 expone en la Bienal de Venecia, y más tarde es invitado a participar en el certamen del Carnegie Institute de Pittsburgh (donde también participan artistas como Jean Dubuffet, Karel Appel, Willem de Kooning o Robert Motherwell). El salto a los Estados Unidos continúa un año más tarde con su primera exposición en Nueva York, donde entra en contacto con el expresionismo abstracto de la época, con el cual su obra establece una gran conexión.
Durante esta etapa, su obra se caracteriza por una experimentación constante en el taller, que da lugar a accidentes y errores, a la espontaneidad y al expresionismo en estado puro. Encontramos manchas ambiguas, disolventes, frottage, polvo, arena, barniz, gouaches o acrílicos, como si se tratara del laboratorio de un alquimista que trastea con todos los elementos buscando su propio lenguaje.
Finalmente, su búsqueda obtiene un resultado: después de la experimentación exhaustiva ha creado un lenguaje único que requiere además de una firma propia. Como si de un espejo se tratara, su obra lo refleja a sí mismo y Tàpies firma sus obras con una T simplificada, que acaba teniendo forma de cruz griega, un elemento que lo define de la manera más sintética y clara posible ya que, a fin de cuentas, una tapia no es más que un trozo de pared, igual que la apariencia que han acabado teniendo sus obras aunque, como sabemos, esconde mucho más significado detrás.
La trayectoria del artista es imparable, y expone en centros de primer orden entre los que encontramos el Museum of Modern Art y Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, el Museum of Contemporary Art de Los Angeles, el Institute of Contemporary Arts y la Serpentine Gallery de Londres, la Neue Nationalgalerie de Berlín, la Kunsthaus de Zurich, el Musée d’Art moderne de la Ville de París, el Jeu de Paume y el Centro Pompidou de París, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, el Institut Valencià d’Art Modern de Valencia o el Museu d’Art Contemporani de Barcelona.
Después de dejar huella en muchos de los museos más importantes del mundo y formar parte de sus colecciones, Tàpies tiene otro objetivo: crear un espacio en Barcelona para promover la creación contemporánea, y es con esta finalidad que la actual Fundación Tàpies abrió sus puertas el 1990 en la sede de la antigua Editorial Montaner y Simón, obra del arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner, otro pionero de su época.
Después de estas décadas de historia, la Fundación Tàpies continua fiel a su objetivo y destaca por tener un enfoque plural que permite una mejor comprensión del arte y de la cultura contemporáneas, combinando la organización de exposiciones con otras actividades complementarias, además de promover y conservar el legado de Antoni Tàpies con una de las mayores colecciones de obra del artista, cedida por él mismo y por su mujer, Teresa Barba.
Tàpies tiene otro objetivo: crear un espacio en Barcelona para promover la creación contemporánea
Y es a causa de Teresa Barba que culminan los sueños de la pareja, ya que culminando la fundación encontramos la escultura Núvol i Cadira (1990), que según se explica se trata de la representación material de un sueño que tuvo Teresa, donde volaba entre nubes por encima del cielo en una silla. Teresa compartió su sueño con Tàpies y este lo materializó coronando el edificio de la Fundación y elevando así su altura, ya que se encuentra entre dos edificios sustancialmente más altos.
Acabo estas líneas saliendo de la Fundación Tàpies, donde me gustar ir de vez en cuando para redescubrir a Tàpies después de Tàpies, para corroborar que se trata de un artista que continúa vivo a través de su obra ya que, diez años después de su muerte, continúa haciendo algo que era muy propio de su arte y de su persona: generar sinergias con la obra de otros artistas para enriquecerse mutuamente, en este caso con aristas emergentes que a menudo llenan sus paredes y conviven con la obra del maestro, estableciendo nuevos diálogos y formas de conexión que nos permiten redescubrir nuevos matices de su obra.
Detalle de la escultura Núvol i Cadira (1990), culminando la Fundació Tàpies.