[dropcap letter=”V”]
ista sobre plano, la vieja Lübeck, a la que algunos han llamado “la Venecia del Norte”, tiene forma de ojo, o de ojal, ovalada. Thomas Mann, el gran escritor, nació en esta ciudad del norte de Alemania. Hoy declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, una ciudad que, desde la Edad Media, sobresalió por el comercio por vía marítima entre los puertos del Báltico y del mar del Norte y las vecinas tierras escandinavas.
“Soy ciudadano, burgués, un hijo y descendiente de la cultura burguesa alemana” -escribía Thomas Mann, con un orgullo que hoy llegaría a parecer incluso políticamente incorrecto, en las Consideraciones de un apolítico (Entrelíneas), su gran profesión de fe, aparecida precisamente el año en que terminó la Primera Guerra Mundial.
“Mis ancestros ¿no fueron artesanos nuremburgueses, del temple de aquellos que Alemania envió por el mundo entero, y hasta el extremo Oriente, para mostrar que era el país de las ciudades? Fueron adjuntos al burgomaestre de Mecklemburgo, vinieron a establecerse en Lübeck, fueron marchantes del Sacro Imperio Romano”.
La historia de la familia Mann en Lübeck se remonta al siglo XVI. En 1790, el bisabuelo del escritor fundó la firma Johann Siegmund Mann, comisiones y transportes. Cuando él tenía dos años, en 1877, el padre fue elegido senador, o sea adjunto al burgomaestre, de Lübeck (que conservó el estatus de ciudad-estado libre nada menos que hasta el 1937).
La casa familiar, la casa de la abuela, a la Mengstrasse número 4, frente a la iglesia, fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial y recuperada hace unos años como Casa de los Buddenbrook, donde hoy se puede visitar un Centro Heinrich y Thomas Mann con un archivo y una exposición permanente de paneles y pantallas sobre la vida y la obra de los dos hermanos escritores.
Thomas Mann consideraba que nada caracteriza mejor nuestra forma de vida que las relaciones con la naturaleza, y específicamente con la naturaleza extrahumana. En Lübeck, en un paisaje marcado por las casas de techo muy inclinado y los pinchos verdosos de sus grandes iglesias, transcurrió su infancia y su juventud. Y a ocho kilómetros de la ciudad, en la desembocadura del río Trave, en Travemünde, ya en la misma raya de la costa donde hoy está el gran puerto comercial, descubrió, de niño, asociado a los juegos estivales, el misterio del mar: “Es la mar, la mar Báltica, que de muy niño he visto por primera vez en Travemünde (…) con su viejo establecimiento de baños de estilo luísfilipesco, los chalets suizos y el templete de la música en que Hess, el directorcete con el pelo largo de gitano, daba conciertos al frente de su orquesta (…) en este lugar, en Travemünde, el paraíso de las vacaciones, he pasado los días más felices de mi vida -declara cuarenta años más tarde. Jornadas y semanas cuya profunda quietud, cuya ausencia de todo deseo, nunca han sido sobrepasadas en el curso de una existencia que tampoco puedo llamar desvalida; y nada no sabría hacérmelas olvidar”.
Thomas Mann, que sólo vivió en Lübeck hasta los diecinueve años, recordaba mucho más adelante (en 1926, cuando fue invitado a pronunciar una conferencia en ocasión del 7º centenario de la elevación de Lübeck a ciudad libre) que lo que distinguía a la gente lubequesa era el elemento “cívico-patricio”, como él lo llamaba. O sea: el espíritu emprendedor del viejo patriciado burgués, quizás el elemento más específicamente hanseático de la gente de Lübeck, tan comprometida siempre con la continuidad de su historia de éxito.