La escritora y periodista Lillian Neuman, vecina de Ciutat Vella, lamenta los problemas de acceso a la vivienda en Barcelona.
El Bar del Post

Lillian Neuman: Barcelona al pie de la letra

“Estoy en la barra, pensando, reflexionando con la mirada en ninguna parte. Durante años, en mi bar preferido, me sentaba delante de los tiradores de cerveza, así me podía quedar con la mirada fija en ellos y no llamaba la atención del barman. Es una especie de privacidad en público que siempre me gustó conservar”, explica, absorta en su taza de café, Lillian Neuman, rosarina que surca, incansable, las calles de Barcelona en busca de sus secretos y rincones literarios.

Con su inseparable perro, Ron, a sus pies, todo él cara de buenazo y mala uva legendaria, a Lillian le gusta trabajar y pensar en bares: “en lugares públicos donde leí grandes libros. Mi primera o segunda lectura de Proust fue, en parte, en un sitio ruidoso de éstos. También leí así a Fredric Brown, o hacía dibujitos con un rotulador fino. Que sigo haciendo”.

Así que cuando se trata de definirse, de describir quién es, se toma un breve respiro, y responde: “soy un producto de tantos años de combinar esa privacidad y la compañía de la gente”. Así le han pasado tantas cosas: “conocí a mi marido echándole una bronca en la barra, por invadir mi privacidad”.

Periodista, crítica literaria, escritora (fue finalista del Nadal en 1999) y agitadora, esta argentina residente en Barcelona adora “caminar por ciudades buscando su literatura”, creando rutas literarias de las que, en breve “inauguraré una por las Ramblas”.

Mamá y Proust

Tengo dos recuerdos que a mí me parece que definieron mi vida, y son de mi infancia. En el primero, estoy haciendo los deberes y oigo a mi madre que le dice a mi tía que yo hago mis deberes sin que tengan que mandármelo. El otro: hay una pelea entre niños del barrio y aparecen dos madres a resolver el asunto. Una de las madres dice, señalándome, que yo soy la única que se salva: una muy buena niña que jamás crea problemas. La otra madre -la mía- le contesta que no se fíe de mi aspecto de angelito. Puedo ser un pequeño demonio”.

Por extraño que suene, Lillian asegura que ambos recuerdos definen su vida. “Siempre le agradeceré a mi madre que haya dicho eso. Detesto a las madres que hablan maravillas de sus criaturas, y detesto aún más a las que repiten las frases de sus hijos como quien cita la sabiduría de la espontaneidad”.

Otro momento que define a Lillian ocurre a sus veinte años: “leí por primera vez a Marcel Proust, no sabía que esto iba a ser la constante de mi vida. Y así fue. Estoy orgullosa de caminar por Illiers (Combray) y detenerme una y otra vez en cada rincón, paseo y atmósfera que me pasé la vida imaginando y releyendo. Y de hacer eso, o lo que sea, sin pensar en la opinión ajena”.

Neuman pretende inaugurar una ruta literaria por las Ramblas.

Al final, aquella educación de cariño y verdad, y aquella prosa de evasión y reflexión, han acabado siendo dos pilares que conforman a la persona que es hoy, alguien que se refiere al trabajo lento y paciente como algo de lo que enorgullecerse. “Cada vez que he hecho algo sin pensar demasiado en los resultados. Todo lo que se refiera a tener fe en algo y seguir en ello. Y sin darle tampoco demasiada relevancia, porque lo puedo estropear todo”.

Un barrio de Barcelona

Lillian considera que “hay algo grave, muy grave, a lo que nos hemos ido acostumbrando y es, desde luego, el difícil o imposible acceso a la vivienda en la ciudad: alquileres descomunales por pequeños pisitos sin luz, la inmoral relación entre salarios y vivienda, la fuga inevitable de vecinos y negocios”. Esos rostros que ella, como vecina de Ciutat Vella, tan bien conoce.

La escritora y periodista adora leer en los bares de Barcelona entre el bullicio de la gente y su privacidad.

“Al vivir siempre en el mismo barrio, llegó un día, no sabría decir cuándo exactamente ni cómo, en que sólo bastaba bajar las escaleras de mi casa y darme una vuelta para tener con quién charlar. Algunas noches salía sólo un rato, pero me encontraba con mi amigo Jordi Laplana, que me invitaba “a fer un entrepanet” y, gracias a él, volvía a mi casa a las cuatro”.

Un barrio que sigue paseando con Ron pese a “los imparables y criminales asaltos en patín de los que, de momento, me estoy salvando por un pelo”.

–Van como locos.

–Sí. Le pregunté a un mosso qué se puede con estas gentes que nos rozan a alta velocidad, burlándose de nuestras vidas y su respuesta, entre la furia y la mordacidad, fue: “nada, matarlos”.

Mientras la conversación a pie de barra avanza, se cuela desde la calle el silencio de la ciudad vacía. Y Lillian vuelve a abstraerse antes de observar: “Llevamos un año de pandemia y muchos nos preguntamos, cuando llegue la supuesta normalidad ¿qué clase de normalidad será?”.