En el prólogo esencial de Deu Obres de Àngel Guimerà, editado por la militantísima Arola, nuestro espléndido escritor-lector Toni Sala recuerda que L’Aranya es una obra magna que se asoma a uno de los temas predilectos de nuestro dramaturgo nacional; la paternidad y la familia. Pero, sigue Toni, si en obras como Pólvora o Sol, solet… el autor discurre sobre el sentido moral de esta temática como una fuente de lazos problemáticos, donde los hijos pagan las faltas de los padres, en este texto demencial “existe el peligro de que sean los hijos quienes hagan pecar a los padres… antes de nacer”. En efecto, Guimerà creció fuera del matrimonio y, de anciano, se refugió (quién sabe si eróticamente, como explican Xavier Albertí y Albert Arribas en su excelente Guimerà; home símbol) en la calidez de la familia Alabert; vivió, en definitiva, el desarraigo y los hipotéticos peligros que implican desviarse del orden biológico.
L’Aranya es una pieza maestra de una violencia moral tremebunda, donde las dificultades reproductivas de una pareja devienen la brecha por donde se cuela todo el cinismo y la sexualidad maquiavélica de la vida ciudadana, con una protagonista (¡eso sí que es una mujer empoderada!) que decide pirarse a la ibseniana manera de una prisión en donde sólo hay sinvergüenzas y torturados. En este sentido, los primeros instantes de la adaptación que ha realizado Jordi Prat i Coll para el TNC —que se podrá ver hasta el 9 de marzo– pueden incomodar a quien tenga el texto en la cabeza, y las referencias más cubaneras-berlanguianas se arriesgan a que el espectador quede despistado del drama troncal de la obra. Pero el director sabe lo que se hace y se curra los textos patrimoniales que redimensiona; nuevamente, el tráfico de la Barcelona de principios de siglo a la Girona franquista (y fonética) de los años sesenta puede despistarnos unos minutos, pero la convicción de Prat i Coll dinamita nuestros prejuicios.
Resulta un gozo importante admirar a un grupo de actores en estado de gracia familiar, con Mima Riera y Paula Malia malacostumbrándonos a verlas en permanente estado de gracia. Y esto de Albert Ausellé (que me ha recordado mucho a Albert Prat, uno de mis actores predilectos) es un trabajo artesanal, entre lo ingenuo y la animalidad descarnada, que poquísimas carcasas corporales-vocales pueden llegar a despacharse. Todo el mundo está genial, pero debemos elogiar por encima de todo la valentía de un director que ha tratado el magma de Guimerà con respeto y, justamente por ello, lo ha regurgitado con total libertad. Tristemente, esta obra es una de las escasas alegrías noticiables de un centenario que se ha despachado a la catalana manera; a saber, sin la obra crítica del autor publicada como Dios manda, accesible a todo el mundo, y con sólo un título (¡uno, sí!) de su inmenso corpus programado en un teatro que dicen que tiene una “N” en su nombre.
Sé que da mucha pereza permanecer en la queja, pero resulta incomprensible celebrar una conmemoración importante como es un centenario de un autor con el delirante hecho de que sus lectores no tengan su corpus a disposición y, pequeño detalle, ¡sin representar sus fucking obras! Que cada uno busque un equivalente similar a nivel internacional; sea en el país que sea, ese ostracismo de Guimerà resulta incomprensible. Yo recomiendo al lector que se precipite hacia el volumen que citaba antes, las Deu Obres, donde, además de la introducción maravillosa de Sala, encontrará unos textos que son de primera línea mundial. Algunos cretinos aún los tildan de “obra menor”; después de adentraros en ellos, veréis que de menor… tu tía en patinete. De hecho, si estas piezas se programasen a menudo, aunque fuera en versiones de corte tradicional, los teatreros gozarían aún más de recreaciones como L’Aranya.
Pero esto no ocurrirá, pues de Guimerà podemos hacer documentales muy seguidos (aunque absolutamente prescindibles) o volúmenes universitarios a raudales (imprescindibles, pero demasiado alejados del lector no especializado). ¡Cualquier cosa, en el fondo, menos mover el culo para subir a escena el patrimonio del país para un público que, al verlo bien representado, se daría cuenta de los tesoros que guarda! A falta del pan entero, viajad al Nacional y escuchad este texto de Guimerà en una recreación estimulante. Yo tengo alguna reserva (habría dotado de mayor trascendencia la escena de la violación y pondría algo más de adagio en las peleas del almuerzo y en la traca final, pues tanta rapidez quizás hace perder la atención en alguna réplica, y más aún en un lugar de funesta acústica como la Sala Gran); pero todo esto son mandangas y el director sabe más que un servidor, que por eso él monta obras y yo disparo artículos pedantes de alta caducidad.
En otra excepción a la política centralista-teatral barcelonesa, el TNC girará L’Aranya por todo el país hasta junio. Disponeros a verla, os lo ruego, porque da igual si tuvo el Nobel o no; Guimerà es un autor de primerísima talla mundial. Lástima que, de momento, lo tengamos prisionero sobre una telaraña.