Roda el món i torna al porn

Me sentaba yo en las últimas horas de 2020 a escribir esta columna, la primera mía que verá la luz en The New Barcelona Post en 2021, y pensaba dedicarla a un memorable fin de año que pasé en Barcelona, saltando de fiesta en fiesta como una abeja de flor en flor. Era yo entonces muy amiga, qué digo amiga, amiguísima, de otra reportera dicharachera que determinado 31 de diciembre recibió del periódico para el que trabajaba el siguiente encargo: “cubrir” hasta doce celebraciones de fin de año, a razón de media horita cada una, llegando por supuesto a tiempo de rendir la crónica para la edición del día siguiente. Una especie de maratón de speed dates. A saber.

 

Como sabido es que todas las fiestas divertidas se parecen, pero cada cual se aburre en ellas a su manera, el reto era ofrecer al lector experiencias tan disparatadamente dispares como, pongamos, el seráfico canto de una coral infantil y una sesión de porno en vivo en el Bagdad. Sí, ya saben, el famoso templo erótico en Nou de la Rambla que durante años puso a Barcelona en el mapa del turismo sexual mundial, entendiendo por turismo sexual mundial, en este contexto, caravanas de autocares que venían a conocer aquel antro con decorado de película de la Pantera Rosa y con un contundente reclamo irresistible: “follar de verdad”. El mismísimo Magic Jordan llegó a firmar en el libro de visitantes ilustres (por decir algo), y hasta a desmentir que se hubiese contagiado allí del sida, algo que la dueña le agradecería pública y sentidamente.

Mi paso por el Bagdad fue breve pero inolvidable. Mi amiga era la que hacía el reportaje, no yo. Es decir, que mientras ella se afanaba en hablar con la madame y con las unas y con los otros, yo aguardaba apostada en la barra. Yo sola. En mi mano un vaso largo que, ahora ya lo puedo decir, bajo una sofisticada apariencia de gintonic escondía agua mineral pura y dura con mucho hielo: porque nos quedaba todavía mucho reportaje de fiestas por delante, y porque, bueno, digamos que no me parecía el sitio ideal para bajar la guardia.

Creo que nunca en mi vida he sido más consciente del aplastante poder de las apariencias. Cada vez que me acercaba el vaso de agua a los labios me parecía oír al entero local contener la respiración. Supongo que había que verlo para creerlo: una mujer de menos de 30 años (entonces), aparentemente bebiendo sola como la una, la noche del 31 de diciembre, en la barra del Bagdad. Ese sitio al que la clientela solía ir no ya en pareja o en grupo de amigos sino directamente en manada, para ver pues eso: “follar de verdad”.

¿Hay algo más falso que “follar de verdad” por dinero y con un local lleno de gente mirando? Será que yo nunca le he pillado el punto al porno; he visto torneos de petanca más eróticos que el escenario del Bagdad. No puede ser el morbo lo que ahí se busca, tiene que ser otra cosa. Otro algo. Algo que a mí se me escapa y que intuyo que el día que dejara de escapárseme, me encontraría como en una de esas pesadillas que estás con los pies atrapados en alquitrán mientras se te viene una apisonadora encima….

Bueno, yo iba a escribir sobre todo esto cuando, al buscar información por Internet, voy y me entero de que el Bagdad está “temporalmente cerrado”. Es uno de los locales que han sucumbido al coronavirus. Indago un poco más y descubro que el confinamiento ha sido veneno para la taquilla del “follar de verdad” en vivo. No así, o no tanto, para el porno más telemático o virtual. Aunque hay profesionales que se quejan de que a los clientes les falta “intimidad” para consumir el producto —no es lo mismo echar las horas muertas en la oficina que en casa, con la familia…—, asumo que siempre habrá quien se las apañe para encerrarse con el móvil o con la tablet en el baño, igual que antaño con el pitillo… ¿No era Santiago Carrillo quien se quejaba de tener que acabar su vida como la empezó, fumando a escondidas en el retrete?

Dicen los entendidos (¿en qué?) que en tiempos de confinamiento desaparece o baja mucho lo que podríamos llamar la clase media del sexo, el que sin ser por amor, ni por costumbre, tampoco llega a ser por vicio. El casual sex que surge de la nada, pero también de la improvisación y de la buena fe. De una magia efímera, pero magia….

Ojalá 2021 sea generoso y nos depare algo mejor que “follar de verdad”.