Delfos en mitad de l’Eixample

He conocido a un archipoeta argentino para quien al parecer no existe la palabra imposible. Asegura haberme echado las cartas, el tarot, sí, antes de conocerme en persona. Por telepatía, dice. Habrá que ver si sus predicciones se cumplen. Ojalá porque eran todo cosas buenísimas…

Pero el control de calidad va a ser extremo, porque en mi vida hay un antes y un después del tarot que durante años me estuvo echando una persona muy especial en un bar muy especial de Barcelona: Les Gens Que J’Aime. Una embrujada coctelería modernista en un semisótano de la calle València, exquisito rincón canalla agazapado entre las esquinas más inflamadas del Eixample. Llir entre cards. Allí solía ir yo en busca de momentos de rara belleza anacrónica y también a ver a Jeannine.

Durante años disfruté de tener una bruja particular y de ver qué cara ponía la gente cuando se lo decía. Aviso a navegantes y a lectores incrédulos: no pienso gastar ni un átomo de energía convenciendo a nadie de si esto del tarot funciona o no funciona, si es pseudociencia, si es sugestión o si es superstición… Digamos que yo no discuto el maná cuando cae del cielo ni la ley de la gravedad cuando una manzana me abolla la cabeza. Jeannine me lo “adivinaba” todo con un nivel incluso inquietante de detalle, fin de la discusión.

Además me gustaba ir a verla por el mero placer de su compañía, de hablar con ella. Imaginaos a una francesa entrada en años, en carnes y en hijos (diez llegó a tener, de más de un marido), que se gana la vida echando las cartas al personal pero que, por lo demás, es cartesiana y librepensadora a más no poder. Era un contraste divertidísimo. Lejos de adornar su oficio con siete velos de misterio, hablaba y actuaba como el ser más descreído de la tierra. Llegué a preguntarme si su raro don (porque el don, ya os digo yo que lo tenía…) no era una broma macabra del karma o incluso una perfidia cósmica más elaborada, comparable, pongamos, a la pobre Casandra de Troya, condenada a profetizarlo todo pero sin que la creyera nadie.

Pasaron los años y las ciudades en mi vida, te vas a Madrid, te vas a Nueva York, vuelves de los dos sitios, y no siempre, pero muchas de las veces que pasaba por Barcelona, me gustaba escaparme, casi casi escabullirme a Les Gens Que J’Aime, a ver a Jeannine. El mundo se iba volviendo aceleradamente menos mágico pero ella seguía allí, ocupando su raro, solemne centro, donde se daban la mano la videncia y la razón más afilada, la hechicería y la Ilustración.

Muchas veces la fui a ver por vicio pero alguna vez sí me urgía preguntarle algo. Me quedé con un dolorido palmo de narices cuando, hace unos añitos, fui y no sólo no estaba, sino que me dijeron que no estaría nunca más. Que se había retirado a no sé qué pueblo de la Catalunya interior, ya mayor y demasiado enferma para seguir siendo el oráculo de Les Gens Que J’Aime.

La sustituyó otra pitonisa, o echadora de cartas, o tarotista, o como se quiera llamar. Los epígrafes profesionales son cada vez más líquidos, por ejemplo un amigo mío escritor se ha enterado de que Hacienda le tiene registrado como “repartidor de periódicos”… Al tema: la sucesora de Jeannine era una buena mujer, y hasta diría que era también buena en lo suyo. Gracias a ella me libré de un saco de patatas que tenía entonces por casi novio. Etc. Pero supongo que a ciertas alturas de la vida, te pongas como te pongas, hay complicidades que ya las tienes cogidas. En mi vida cabía una Jeannine, y no me imagino abrir hueco para otra más.

Unos meses después de mi última visita a Les Gens Que J’Aime me llamó la nueva, Montse. Yo le había pedido que si se enteraba de cualquier cosa de Jeannine me lo hiciese saber. Bien, se enteró y me lo hizo saber: Jeannnie había muerto.

Lloramos juntas al teléfono, y fue algo desgarradoramente dulce, limpio y definitivo. Por eso me lo pienso dos y tres veces antes de cuestionar la capacidad de alguien de echar las cartas por telepatía. Porque yo he visto cosas que no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta que se abre…ahora mismo.