Mafalda entró por la Diagonal

Que se haya muerto Quino es una noticia triste. Pero hay tristezas que ennoblecen. Que sacan a flote lo mejor de tu naufragio. Mafalda siempre brilló con luz propia bajo las aguas, como los doblones de un galeón pirata hundido, y nos regaló un tesoro sin isla, un pedazo de infancia imborrable. Un Neverland lúcido.

Supongo que no es casualidad —aunque también sea triste—, que Quino dejara de dibujar a Mafalda, salvo efemérides y fiestas de guardar, allá por 1973. Esos años 70 que para muchos parecían tan efervescentes, tan cargados de promesas, para él ya contenían un aldabonazo de advertencia. A nosotros ni siquiera se nos había muerto Franco y Quino ya lo veía venir. ¿El qué? Pues qué va a ser, Guille, qué va a ser: todo.

Sigo con mis tristezas de altos vuelos. Fue triste que la Covid-19 obligara a suspender la última edición del Saló del Còmic de Barcelona, y es un orgullo que en esa magia suspendida quede flotando el último gran homenaje a Mafalda. A los cincuenta años de Mafalda en España, a la que llegó, precisamente, por Barcelona. Mafalda entró en nuestra vida por la Diagonal.

Esther Tusquets, la editora que nos la trajo, era sobrina del sacerdote Juan Tusquets, que fue consejero de Franco. Pero que también era fundador de una editorial en Burgos y que después de la guerra creó Lumen en Barcelona. Se la acabó vendiendo a su hermano, el padre de Esther, una chica superbien de la época, educada en el Colegio Alemán. Bueno, pues ella fue de las primeras en lanzarse a degüello a publicar obras de Virginia Woolf, de Djuna Barnes, de Alejandra Pizarnik…y las historias de Mafalda.

Yo siempre he sido fan. Pero me acuerdo de una compañera mía del instituto que literalmente se le caía la baba. Era ponerle una viñeta de Mafalda delante, y perder el mundo de vista. Lo sé porque un día lo comprobé: le arrojé a traición un libro entero al regazo en plena clase de Naturales. Mientras se comía página tras página con los ojos, ni se enteró de cómo la profesora la llamaba a salir a la pizarra, educadamente primero, a gritos después…

Lo más divertido de la “bronca” que siguió, es que mi amiga pretendía acusarme a mí de ser demasiado “pija” para vibrar con Mafalda como ella, que es verdad que venía de un barrio muy humilde. Pero que conste que yo nunca he pasado de la clase media. Y últimamente, media cada vez más apretada, media de media en la cara, a ver si me armo cualquier día de valor para atracar un banco…

A lo que iba: las historias de Mafalda nos las trajo la gauche divine, esa gran gauche divine barcelonesa brotada de familias bien que, te pongas como te pongas, algo tenían que haber ganado la guerra. Un poquito. Pero que en lugar de reinventarse el pasado, o de negar sus privilegios, supieron convertirlos en llave de paso de grandes sueños colectivos. Ellos fueron la última gran burguesía catalana del espíritu, que no necesariamente de las pelas: Milena Busquets, la hija de Esther Tusquets, contó en un libro inolvidable —También esto pasará, Alfaguara 2015— que ella y su madre se arruinaron o estuvieron a punto varias veces. Por ejemplo, cuando fundaron juntas la editorial RqueR.

También esto pasará es un libro magnífico, límpido en paladar, con poderoso retrogusto. Tuvo un exitazo instantáneo que pasmó a la misma autora, y yo siempre he creído que en parte se debió a llegar, como Mafalda, en el momento ideal: la criatura de Quino trajo el punto justo de transgresión a una España sedienta de libertades, sobre todo sedienta de ironía. Milena Busquets atinó a recordarnos la no tan lejana ambición de nuestros mejores mayores, arrastrándonos a pisar tremendas, encantadoras minas de nostalgia.

Y decía Milena Busquets, cuando le preguntaban que cómo era esa gauche divine de generosos niños bien, sobre todo generosos en belleza y en talento, cuando una espalda adolescente en una playa de Cadaqués podía decidir un poema de Jaime Gil de Biedma:  «La prioridad de entonces no era hacerse ricos, sino arriesgarse con cierta pasión por la vida. Cuando el dinero se convierte en el centro de las cosas da asco. Ahora somos más puritanos en todos los aspectos: nos falta pasión y sin pasión no vale la pena vivir, aunque tengas dinero y estés muy protegido».

       Mafalda no lo habría dicho mejor.