Del lobby al cielo del Majestic

Cuando yo tenía la suerte de vivir en Barcelona del día y de noche (años enteros volviendo a casa Ramblas abajo…), no me gustaba nada el hotel Majestic. Le tenía manía. Me tenía harta.

¿Por qué? Cosas mías.

Evidentemente no me iba a poner a  discutir, ni entonces ni ahora, que era y es un hotel muy poderoso. Clásicamente proporcionado. Admirablemente distribuido. Sobre todo, admirablemente plantado en una de las mejores esquinas del Passeig de Gràcia. Cuando, como es mi caso, has vivido seis años en Nueva York, no veas cómo agradeces que las baldosas del pavimento encajen como un milagro. No digamos si encima son más o menos de Gaudí…

Yo ya llevaba años en Madrid cuando descubrí que el Majestic no siempre se ha llamado Majestic y ya está. En el momento de su fundación en el año 1918, el nombre completo era Majestic Inglaterra. Más tarde, allá por los años 40, a consecuencia de un cierto mal ambiente antibritánico (¡Gibraltar, español!, parece ser que había quien se entretenía en gritar en pleno Passeig de Gràcia…), lo dejaron en Majestic y ya. En simplemente Majestic.

El Majestic puede presumir de huéspedes ilustres, incluso trascendentes. Antonio Machado pasó allí sus postreros días antes de tomar el penoso camino hacia Colliure. Leo Messi puede que se tome allí cualquier día su último mate con cacaolat antes de… También han desfilado por ahí León Felipe… Lorca… Picasso… El indefectible Hemingway (en este país empieza a ser una vergüenza regentar un buen establecimiento con licencia para vender alcohol donde Hemingway no llegara nunca a poner los pies)…Una reina….Yo misma pasé allí hace tiempo una noche en blanco tan inesperada como inolvidable. Resulta que voy y me reencuentro por sorpresa con mi primer amor quince años después de dejarlo, resulta que acabamos en el Majestic, resulta que…

Sólo por eso (bueno, y por los espléndidos gintónics…) todo el hotel ya debería quedar humanizado para mí. Ya tendría que tenerle cariño. Pues no, le seguía teniendo manía. Por cosas mías, como ya antes dije. ¿Qué cosas? Bueno, cuando te pasas la tira de años cubriendo como periodista todas las noches electorales de un mismo partido político (o aunque sea de una coalición de partidos, que uno solo no se pelea ni queriendo…), es normal que acabes ligeramente intoxicada. Más cuando todas y cada una de esas noches electorales se celebran siempre en ese mismo hotel. Al margen de consideraciones morales, sopesando estrictamente la estética de las cosas, la política tiene en común con el juego y con la prostitución que siempre parecen más interesantes y originales vistos desde fuera. Vista por dentro, la política es muy sórdida. Peor que sórdida: és ásperamente repetitiva, es un sonsonete infernal…

Durante mucho tiempo, en el patio trasero de mi mente, el lobby del Majestic era el sitio donde una vez llegué a presentarme de camuflaje, del brazo de un colega periodista de La Vanguardia, fingiendo ser matrimonio. A mi sólo me faltaban el trajecito chaqueta y el sombrerito si es, no es, de Ingrid Bergman en Casablanca, él parecía la mar de capaz de poner en cualquier momento a todo el bar del hotel a cantar La Marsellesa… Yo había reservado una mesa para cenar a nombre de Maria Arias (mi segundo nombre y apellido reales), porque un pajarito nos había dicho que allí se rifaban salvoconductos firmados paea salir de la zona ocupada por los nazis, perdón, me he liado, quiero decir que allí estaban a punto de cenar en secreto las planas mayores de dos grandes partidos políticos (y medio), que hasta entonces no se habían podido ver ni en pintura, pero que si lograban sobreponerse al asco mutuo y lograban pactar, ay, si pactaban …Ríete tú de Ribbentrop y de Molotov.

Lo que pasó esa noche es Historia. Incluso para mí, que tuve que fajarme con un Mosso d’Esquadra que pretendía echarme, que me quería echar del lobby del Majestic. A mí. Ahí va la escena:

Mosso: ¡Usté sabe perfectamente que aquí, hoy, no se puede estar!

Servidora: ¿Ah, no? ¿Quién lo dice?

Mosso: ¡Usté sabe perfectamente que hoy por aquí está prohibido pasar!

Servidora: Oiga, jefe, haga el favor de decirles, usté ya sabe perfectamente a quiénes, que si se quieren reunir a escondidas, que lo hagan en la Casa dels Canonges, no en uno de los mejores hoteles de Barcelona…Porque sucede que estamos en un lugar público…Y usté no sé quién se cree que es para echarme a mí de un lugar público…

Mosso: ¡Pero es que yo sé que usté no es clienta!

Servidora: ¿Cómo que no? ¡Tengo reserva para cenar!

Mosso: ¿Ah, sí? Vamos usté y yo a ver si se puede comprobar eso…

Jamás olvidaré el hondo palmo de narices de aquel pobre Mosso cuando le confirmaron que sí, que una tal Maria Arias tenía reserva… Fue un palmo de narices comparable al mío al ver que, según avanzaba la noche, aquello se llenaba hasta la bandera de periodistas (adiós, exclusiva…). Y encima me quedé sin cenar.

Resumiendo: que yo en el Majestic a lo largo de los años he ido haciendo un poco de todo, pero lo que nunca había hecho es cenar ahí. Hasta ahora. Hasta hace diez días.

Hace exactamente diez días, contando hacia atrás a partir de hoy, se me ve a mí bajando de un taxi en la esquina de Passeig de Gràcia con València y entrando en ese lobby lleno de oscuros recuerdos… Por de pronto toca parpadear de sorpresa. Todo se ve mucho más moderno y mejor iluminado de lo que yo recordaba. También se ve mucho más vacío. No és que no haya ni un Mosso ni un político, es que no hay gente. A duras penas se atisba personal, com en aquel bar desierto de la nave espacial de Passengers, donde servía las copas un robot interpretado por Michael Sheen…La Covid-19 nos ha puesto a todos a vivir una cierta vida de astronauta…Noto un pequeño nudo en la garganta…Piso una esterilla que se supone que debe desinfectar mis zapatos, me aplico gel hidroalcohólico, un caballero con todo el aire de ser, pues eso, Michael Sheen haciendo de robot, me indica dónde debo poner la mano para que un sensor me tome la temperatura…

Servidora: Yo es que he quedado para cenar en la azotea…Pero como no he ido nunca, ni sé por dónde se sube…

Michael Sheen: (Tras asegurarse de que mi temperatura es correcta) Con gusto la acompaño al ascensor…

En serio, nada es ni de lejos como yo lo recordaba. ¿Ha cambiado tanto el hotel? ¿He cambiado yo? ¿Volverá alguna vez el mundo a ser como era antes? ¿Queremos que vuelva a serlo?

Todas las dudas, la angustia, la tensión existencial, etc, duran lo que tardo enh salir del ascensor para ir a parar a…Dios mío, la más encantadora y resplandeciente de las azoteas. No es que yo no haya visto azoteas carismáticas en mi vida. Nueva York y Madrid –donde vivo ahora, ¿se acuerdan?-, rebosan de hoteles y garitos con azotea, que explotan con gran éxito de crítica y de público.

© Majestic Hotel & Spa Barcelona

Pero esto es distinto. La azotea del Majestic se me abre como el sueño de una noche de verano, una de las primeras en que corre una brisa gentil, que deja vivir, que deja respirar. El horizonte que va de mesa a mesa es tan extenso y tan limpio (no sé si por el diseño, si por el Covid, o si porque queda gente lo suficientemente fina como para hacer de la necesidad virtud, y de la distancia social un arte…), que me siento más persona que de costumbre. Como con derecho a una intimidad mayor. Predomina por todas partes la madera, podría parecer un barco, un inmenso barco volador… Un zeppelin mágico? A un lado veo las luces de Montjuïc, y por el otro emerge airosa la Sagrada Familia como si sólo tuviera que extender los dedos para tocarla, como una casa de muñecas largamente extraviada, que vuelve a ti cuando ya no la esperabas encontrar…

Y luego los detalles: los gintónics que aguantan el tipo y la leyenda, cenar bien, con un servicio diligente y esmerado sin resultar cargante ni servil, la piscina, el detalle de la bolsita que te dan para guardar la mascarilla, hasta la buena presencia generalizada de la parroquia, se diría que han hecho un casting a todo el mundo antes de dejarles subir…¿Lo habré pasado también yo, sin saberlo?

Por un intensísimo instante espectacular, todos mis sentidos se empapan de aquel prodigioso poder de seducción sin límites que un día no tan lejano caracterizó y definió Barcelona. Sin matices. Sin pegas. La añoranza de aquel poder es tan grande, que la cabeza entera me da vueltas.

Siento que en esta azotea empieza una nueva aventura, una nueva historia de amor con Barcelona. Siento que hoy echa a rodar un futuro completamente diferente.

Continuará.