“De lo que puedo decir que estoy más orgulloso es de saber que mi madre, que me inculcó el placer de la lectura, me vio crecer como escritor y pudo leer algunas de mis novelas”. Flemático y sobrio, Rafa Melero Rojo se acoda a la barra del Bar y disfruta de un hilo musical de clásicos del pop de los 80 sonando de fondo, mientras pide un café, “que para los de mi profesión son como el agua”.
— ¿Querrás azúcar o sacarina?
— No, gracias, desde que tuve un percance hace unos años con el corazón, me lo quité —suspira—, entre otras cosas…
Mosso d’Esquadra desde hace casi tres décadas —“¡hay que ver cómo pasa el tiempo!”—, el escritor Rafa Melero aprovecha la primera luz del alba, de cinco a siete, para pergeñar historias que oscilan entre la novela negra, a momentos rayana con un glorioso estilo hard boiled, y el thriller de intriga. Su dilatada trayectoria profesional en grupos de homicidios, delitos contra la salud pública y delitos contra el patrimonio lo convierte en una voz más que solvente a la hora de retratar, con veracidad quirúrgica, los procesos investigativos y los entresijos policiales.
Debutó hace doce años de manera insólita, autoeditando su primer libro, La ira del Fènix, primera aventura de su personaje Xavi Masip, cuyo éxito hizo que fuera traducido al castellano y publicado por AlRevés. Aquel fue el comienzo de una trayectoria que lo ha llevado a publicar varias novelas y ganar premios como el Cartagena Negra de 2017. En total, siete obras, la última de las cuales, Dragones de papel (Ediciones B), nueva aventura de Masip, ha cosechado un notable éxito, que posiblemente se va a repetir muy pronto.
“Ahora mismo tengo una novela en corrección y otra que estoy empezando a perfilar”, anuncia, demostrando una capacidad innata de escribir en esas dos horas matutinas. De poner sobre papel todo lo que ocurre en su cabeza: las tramas, los personajes, la visión del mundo y de la vida, que es lo que un escritor arroja al prójimo en forma de relato. Todo eso, antes de enfrentarse a jornadas de trabajo y “quehaceres familiares con dos hijos pequeños”. Y vuelve a suspirar, aunque sin perder la sonrisa.

Correr y escribir para exorcizar los demonios
Antes de enzarzarse en la carrera de fondo que supone escribir narrativa de ficción, Rafa Melero corrió mucho, llegando a ser varias veces campeón de Catalunya en los 800 metros y oro en los mundiales de policías y bomberos de Barcelona en 2003. Se puede decir, de hecho, que correr le salvó de sus demonios, probablemente como ahora lo haga el escribir.
“Con diecinueve años yo estaba en proceso de superar la muerte de mi hermano, Javi, por un desgraciado accidente de moto. Entonces, decidí retomar mis entrenamientos de atletismo y allí me encontré con Quim Erta, un entrenador que me puso las pilas. Creo que eso era lo que necesitaba en aquel momento: centrarme en algo de verdad“.
“Pero lo más importante es que encontré a una persona maravillosa que me ayudó en el peor momento de mi vida y me permitió adquirir unos valores que, junto al deporte que practicaba, seguramente son en parte los responsables de la persona que soy hoy en día”. A aquel amigo y mentor, el autor dedicaría una de sus obras más aplaudidas: la dura, sórdida e implacable Todos me llaman Ful.
El placer del anonimato
La vida de este barcelonés cosecha del 72 ha oscilado siempre entre la capital catalana y Lleida, donde actualmente reside. “He vivido en varias etapas de mi vida en Barcelona y creo que es de las mejores ciudades del mundo por su gente, por su arquitectura, su oferta cultural, por el mar”. Sorbe un trago de café. “Supongo que, por eso, mi primera novela y mi personaje más conocido vive y trabaja en Barcelona. ¡Me encanta recorrer con Xavi Masip las calles de esta ciudad!”, añade.
El escritor Rafa Melero echa la vista atrás, “en la temporada en la que regresé a Barcelona, en mi primer destino como sargento de homicidios en L’Hospitalet de Llobregat. Yo vivía en la calle Rocafort y cada día cogía el metro para desplazarme. Acostumbrado a Lleida, alucinaba con la cantidad de gente que había metida allí dentro, cada uno a lo suyo. Eso sí, en poco tiempo yo era uno más con mis cascos de música, entre la gente que cada día acudía a las entrañas de la urbe. Era uno más en el anonimato de una gran ciudad y, con esa sensación, que puede parecer vana, me volví a sentir barcelonés de nuevo”.

Pero también hay aspectos que le duelen de esta Barcelona que, a menudo, concita el amor y el odio a partes iguales, disipando la escala de grises en categóricos blancos o negros. “No hace mucho patrullé por el Raval y pude ver el deterioro que ha sufrido en pocos años. Esa dejadez es un buen ejemplo de la hipocresía de algunos miembros de la clase política, que durante años han aplicado políticas que perturban mucho a los ciudadanos de a pie sabiendo que no les afectan a ellos”. Liquida su café con el ceño fruncido.
— Lo que permanece inmune a cualquier forma de deterioro es la oferta gastronómica de este Bar. Te lo digo por si después del café querrás comer algo, que ya es hora.
Rafa Melero Rojo no puede reprimir una carcajada.
— ¡Me animo! Haré menú— replica, sabiendo de antemano que se tomará otro café en vez del postre. Por aquello del azúcar. Ay.