— ¿Qué estarías haciendo hoy a esta hora si no hubieras quedado conmigo para merendar?
— Estaría haciendo la siesta.
— Somos amigos desde hace años y no sabía que hacías la siesta.
— Todos los días.
— ¿Durante mucho rato?
— Es imprevisible. Intento que no pase de la hora, porque te despiertas muy tonto. Pero el momento aquel en el que sabes que has comido y que tienes tiempo para hacer la siesta, es el mejor momento del día.
— Hemos quedado en viernes 13. ¿Eres supersticioso?
— No tenía ni idea. No lo soy para nada.
— La gente de teatro acostumbráis a serlo un poco.
— Puedo llegar a tener rarezas, pero no son supersticiones. Al contrario. En algún espectáculo mío he salido con camiseta amarilla para contrarrestar lo del amarillo y el teatro. Pero no soy supersticioso, más bien son hábitos. Por ejemplo, nunca como antes de los espectáculos y tampoco he probado nunca las olivas.
— ¿Perdona?
— Nunca las he probado.
— No es que no te gusten. ¿No las has probado?
— Nunca.
— ¿Por alguna razón?
— No lo sé y como hasta ahora la vida me ha ido bien sin probarlas, no quiero probarlas.
— No sabes lo que te pierdes…
— Existe la posibilidad de que de pequeño tuviera una mala experiencia con olivas en el colegio, pero yo no lo recuerdo. Dices: “¿Es una manía? No. Es una chorrada”. Pero quiero morirme sin probarlas.
“No soy supersticioso, más bien son hábitos. Nunca como antes de los espectáculos y tampoco he probado nunca las olivas”
— ¿Qué más no se imagina la gente de ti?
— Que soy mucho más aburrido de lo que pueden llegar a pensar (ríe).
— ¿Crees que la gente cree que eres divertido?
— A veces la gente —y está bien que sea así— cree que tú eres como esa persona que ellos conocen y ven en la televisión: temerario, intrépido, siempre con ganas de hacer cosas y predispuesto a todo. Yo no soy así.
— ¿Cómo eres?
— Soy un rara avis antisocial. Supongo que por tener un trabajo tan social y que cuando vas a grabar te estás tres días que sólo ves gente por todas partes, cuando tengo mis momentos busco precisamente lo contrario: tengo ganas de encerrarme en casa, de estar tranquilo, de ver a poca gente. Yo nunca he sido mucho de ir de estrenos o dejarme caer por eventos muy sociales. Y ahora incluso menos. Por lo tanto, yo creo que hay mucha gente que se sorprendería al saber que no soy precisamente la persona que ellos conocen. Pero creo que esto está bien.
— ¿Por?
— ¡Porque tengo compañeros y compañeras que se dedican a este trabajo y que están todo el puto día super happies! Hostia, un fontanero cuando tiene tiempo libre no va por la calle arreglando farolas ¿no? A ver, que cada uno sea como quiera, ¡eh! Faltaría más que yo tuviera que ir diciendo cómo debe ser la gente. Pero en este trabajo nuestro hay peña que se piensa que siempre debe dar una buena imagen y no, ¡no, no, no! Son la gente que lideran las cenas.
— ¿Y tú no eres de esos? ¿Estás ahí y ya está?
— Exacto. Estoy allí y ya está. Es más, yo tengo amigos que si no vienen a una cena se les echa de menos. En cambio, estoy convencido de que a Quim no se le echa de menos. A mis padres es una pregunta que les hacen muy a menudo: “¿Quim es como se le ve?”
— ¿Y qué dicen?
— Supongo que deben decir que sí, porque quieren hacerme quedar bien (ríe). ¡Pero yo tengo mi mal humor!
“Yo tengo amigos que si no vienen a una cena se les echa de menos. En cambio, estoy convencido de que a Quim no se le echa de menos”
— Nunca te he visto enfadado. ¿Cómo eres cuando te enfadas?
— Esta pregunta podrías hacérsela a mi hija. Pero sí, es cierto que intento ahorrármelo. Y cuanto más mayor me hago, más. Te das cuenta de que hay cosas que antes eran sagradas y ahora dices: “Bueno mira, no pasa nada”. Enfadarse debe ser por algo que valga mucho la pena, que te toque mucho.
— ¿Cumplir años te ha hecho relativizar las cosas?
— ¿A ti no?
— La vida te va dando bofetadas.
— Claro, yo ahora he notado que “esto va en serio”. En la vida ahora ya tienes muy claro de qué va ese juego. Te vas haciendo mayor y antes pensabas que físicamente nunca fallarías. Vengo de tres días seguidos de actuación y un cuarto lo habría hecho, ¡pero soplando! Y yo había llegado a hacer siete, ocho, diez. Ahora cargas con mochilas muy llenas de cosas. La naturaleza te pone en tu sitio.
— Las plantas (riendo).
— Las arrugas. Y la vida.
— ¿Piensas en que esto se acaba?
— Sí, porque durante mucho tiempo tiendes a esconderlo para salir adelante. Cuando eres joven piensas que puedes comerte el mundo.
— Y que somos eternos.
— Y que quizá no envejezcas nunca. Los demás sí, pero tú no, porque no tienes ningún síntoma y tienes ganas de conseguir cosas y reconocimientos. Y a medida que te vas haciendo mayor te das cuenta de que aquí hay unas reglas que imperan. Y que la ambición que tenía hace 15 años ahora no la tengo y la fuerza que tenía hace 15 años ahora no la tengo, y entiendes muchas cosas. Porque a veces jugamos de espaldas a las leyes de la naturaleza. Yo he sido padre mayor y ahora entiendo por qué los hijos deben tenerse siendo joven.
“A medida que te vas haciendo mayor te das cuenta de que aquí hay unas reglas que imperan. Y que la ambición y la fuerza que tenía hace 15 años ahora no las tengo”
— Yo también.
— Pero claro, yo pensaba que mandaba yo y resulta que mandaba la naturaleza. Durante mucho tiempo pensamos que nuestras leyes las marcamos nosotros: “Yo seré padre mayor porque así podré aprovechar para…” ¡Y no! Todo esto está escrito y tú vas hacia allí. Somos un rebaño que vamos tirando y ahora estamos en una edad en la que te das cuenta de esto, que estás atrapado, que tú no puedes cambiar nada y de que lo único que puedes hacer es seguir al rebaño.
— Nos estamos poniendo muy intensos.
— Yo ahora estoy en un momento en el que me doy cuenta de todo esto, de que he perdido ambición o de que mis objetivos son otros muy diferentes, mucho más pequeños, mucho más básicos.
— La ambición la debes tener cubierta con creces.
— Porque he tenido mucha suerte y porque me he sentido muy realizado profesionalmente. Y cuando digo profesionalmente quiero decir vitalmente, porque mi vida y mi profesión se mezclan mucho. Y porque puedo hablar desde esa posición, pero sí que es cierto que ahora soy muy diferente a hace unos años atrás.
“Todo esto está escrito y tú vas hacia allí. Somos un rebaño que vamos tirando y ahora estamos en una edad en la que te das cuenta de esto”
— ¿Desde que has sido padre?
— Desde que han pasado suficientes años como para darme cuenta de que los amigos no son para siempre, de que las relaciones sentimentales no son para siempre, de que con aquella persona que creías que estarías toda la vida ya no está, pero no está porque se ha muerto. Yo echo de menos las comidas de fiesta mayor en mi casa y pienso: “La mitad ya no están”. La vida va de eso. No va de lo que pensábamos cuando teníamos 25 años. Es que los tópicos son todos verdad.
— ¿Se acaban cumpliendo?
— Sí, y me da rabia, pero se acaban cumpliendo. Si ahora nos ponemos a decir tópicos, ya verás cómo se cumplen todos. “No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita”. Vaya mierda de tópico. ¡Pero es que es verdad! Todos son verdad y da mucha rabia.
— ¿Por qué estudiaste Turismo?
— Por miedo.
— ¿Por miedo?
— Es una forma de definirlo que ahora intentaré explicarte. Yo terminé COU y desconocía que se pudiera estudiar teatro, pero al mismo tiempo, dudaba de si era necesario estudiar teatro. A mí me gustaba mucho el teatro, tenía una compañía, pero en casa teníamos un negocio familiar y me costaba mucho decirles que yo no quería continuarlo. Entonces pensé: “Haz Turismo, porque así tendrás una prórroga de tres años y en casa pensarán que el niño va estudiando algo que tiene que ver con el negocio familiar”. Y al mismo tiempo pospongo esta reunión que me daba tanto miedo plantear. Y en vez de plantearla con 18 años, lo hice con 22.
— Y cuando lo planteas en casa, ¿qué ocurre?
— Mi padre es quien menos lo entendió. Pero siempre digo que tuve la suerte y el acierto de entender que mi padre no me entendiera, porque ahí fue cuando se suavizó el conflicto. Porque si yo no hubiera estado bien, se habrían roto relaciones, me habría marchado. Y estoy muy contento de no haberme enfrentado con mi padre. Creo que ahora, si mi padre es mi fan número uno, es porque en ese momento estuve acertado.
— ¿Cómo era la vida del Quim adolescente en Sant Feliu de Buixalleu?
— Allí no se hace nada… Cuando era pequeño tenía un sueño recurrente, que era que había más niños y niñas en el pueblo.
— ¿Cuántos niños y niñas había?
— Mi hermana y yo.
“Cuando era pequeño tenía un sueño recurrente, que era que había más niños y niñas en el pueblo”
— ¿Sólo?
— Yo volvía de la escuela de Arbúcies y en Sant Feliu sólo estábamos mi hermana y yo. Recuerdo a los amigos que decían: “A las seis quedaremos para ir a picar timbres”, y en Sant Feliu no hay un puto timbre. Por eso tenía ese sueño recurrente, que venían a vivir familias cargadas de niños y niñas. Yo crecí entre mesas y detrás de la barra de un restaurante. Los fines de semana eran para mí apasionantes, cuando veía llegar coches llenos de gente.
— ¿Crees que eso te ha marcado?
— Sí, seguro. A todos nos marca de dónde somos, vivir en una comunidad tan pequeña y que mi casa fuera el centro neurálgico de toda una serie de casas de payés que viven allí. Por ejemplo, para hacer El Foraster me ha ido genial, porque entiendo perfectamente cómo funcionan esas comunidades y de qué manera puedes llegar a entrar. Pero es evidente que me marcó. A los 14 años lo primero que hice fue sacarme la licencia de moto y eso me abrió un mundo.
— ¿Dónde ibas cuando salías?
— A Arbúcies y a Hostalric, a la discoteca. Mi primera novia fue de Hostalric. El primer día que tuve carné de coche bajé a Barcelona y me metí en la calle Mallorca en dirección contraria.
“A todos nos marca de dónde somos. Para hacer El Foraster me ha ido genial, porque entiendo perfectamente cómo funcionan esas comunidades”
— ¿Ser monaguillo fue por decisión propia?
— No. Me apuntaron en casa cuando tenía cuatro años, pero me gustó. Muchas veces pienso que allí encontré los orígenes de lo que hago hoy, esa puesta en escena que viví en una iglesia, el ritual, los cánticos. En Semana Santa el cura me daba en botafumeiro y todo el mundo se ponía de pie. Hostia, ¡eso era Harry Potter!
— ¿Eres creyente?
— No. Bueno sí, creo en ti.
— Gracias. Ahora me has hecho reír.
— Creo en ti, en la gente, en las personas. En cosas que puedo tocar y hay algo a cambio. Creo en alguien que te ayuda cuando no estás bien. Creo en eso.
— ¿Te ves volviendo a vivir en Sant Feliu?
— Por supuesto. Estamos atrapados. Ese es mi sitio. Con 18 años quería marcharme de allí porque estaba preso y ahora me estoy arreglando una casa. O sea, es la ley de la naturaleza, las raíces. Y me doy cuenta de que mis padres se hacen mayores y quiero volver para estar a su lado y reseguir los espacios que me marcaron. El otro día, por ejemplo, fui al bosque donde mi hermana y yo hacíamos cabañas. Ahora no hay nada, pero pensé: “¿Por qué narices has vuelto aquí?”. Pues porque está todo escrito, estamos marcados, esposados.
— Te veo muy místico.
— Lo estoy, sí. He perdido… (piensa)
— ¿Qué has perdido?
— He perdido ambición en lo laboral. Hace 15 años mi ilusión habría sido montar a una productora de televisión y hacer muchas cosas. Ahora es lo último que haría. Lo que quiero ahora es tiempo.
— ¿A qué te habrías dedicado si no hubieras hecho teatro?
— No lo sé. Era muy rápido corriendo.
— ¿Futbolista?
— No. Bueno, no sé. Pero yo era bueno. Corría mucho y rápido. Y cuando eres pequeño y corres más que la media, esto te hace bueno. Yo había sido máximo goleador varias temporadas. Hubo un momento, con 14 o 15 años, cuando fundamos la primera compañía de teatro, en el que yo de forma simultánea compartía un vestuario de fútbol y el ambiente de un camerino de teatro. En el primero olía a Reflex y se oían gritos, algo muy alfa. Y en el camerino de teatro era todo pausado, hablábamos del silencio, del público. Y me fui hacia ese segundo.
“He perdido ambición en lo laboral. Hace 15 años mi ilusión habría sido montar a una productora de televisión y hacer muchas cosas”
— Si tu hija te dice que quiere dedicarse a lo mismo que tú, ¿qué le dices?
— Pues que adelante. Que es un trabajo muy bonito y muy complicado. Y muy peculiar, porque no va ligado a unas normas que pueden existir en otros trabajos. Que un día te pueden pedir mucho y al día siguiente nada. Que hay muchos altibajos. Pero que cuando conoces las reglas de la vida y que sólo hay una, debemos gastarla en lo que nos apasiona. Como si me dijera que quiere dedicarse a esquilar ovejas.
— ¿Qué te dice cuando te ve en la marquesina de un autobús, en el teatro o en la tele?
— ¿Mi hija? Pasa olímpicamente. Piensa que toda su vida me ha visto saliendo en la tele. El Foraster tiene once años y mi hija nueve. Ella siempre ha visto esto.
— ¿Quién te ha hecho tener los pies en el suelo?
— No lo sé. Yo siempre me he tomado mi trabajo no desde la vertiente pública que hace que te conozca la gente, sino desde la humildad de cualquier otro trabajo. Es que, si no, no me interesaría. A medida que te vas haciendo mayor te das aún más cuenta de cuáles son las cosas que realmente importan y una de ellas es la humildad. Te diré más, no soporto a quien no lo es.
“A medida que te vas haciendo mayor te das aún más cuenta de cuáles son las cosas que realmente importan y una de ellas es la humildad”
— ¿Te has encontrado mucha falta de humildad?
— Antes hablábamos de tópicos, pues tengo otro que también es verdad: “Valorar a las personas por lo que son, nunca por lo que tienen”. No acercarte a nadie por el poder que pueda llegar a tener esa persona. VIP ¿de qué? Si dentro de 50 años ¡nos encontraremos todos en el cementerio!
— ¿Has conocido a mucha gente así?
— Sí, los mismos que tú.
— ¿Y cómo gestionas la popularidad? Tiene que haberte afectado seguro.
— Yo siempre me lo he tomado como un trabajo más. Quizás he tenido la gran suerte de que con el programa El Foraster, si no tienes humildad, es imposible sacarlo adelante. Es decir, El Foraster con estrellitis, no lo haces. El pueblo te expulsa. Por eso busco la autenticidad de las personas y este programa te lo permite. El otro día justamente lo hablábamos con Buenafuente.
— ¿El qué?
— Del programa que hace ahora, Vosaltres mateixos y me dijo: “Ahora hago un poco lo que haces tú”. Y me contaba la de veces que había entrevistado, por poner un ejemplo, a Raphael, los Estopa, o Manolo García y que ahora quería entrevistar a gente que no conocía y que le contaba cosas. Pues yo tengo esa gran suerte, que gente anónima me comparte sus historias.
— ¿Piensas mucho en Teatro de Guerrilla, en cuando erais tres?
— Sí, de vez en cuando, porque forma parte del pasado. Y a medida que te haces mayor el pasado es muy importante.
— ¿Qué ocurrió?
— Se terminó la magia.
— ¿Fue una decisión compartida?
— No. A mí me costó entenderlo en ese momento y ahora con el paso del tiempo pienso… ¡cuánta razón tenían!
— Si no se hubiera planteado en ese momento, ¿crees que hoy seguiríais juntos?
— Yo creo que hubiera terminado igualmente, que habríamos sido lo suficientemente inteligentes para dejarlo. Y está muy bien terminar las cosas, ¡pero nos cuesta mucho!
“Está muy bien terminar las cosas, ¡pero nos cuesta mucho!”
— Vivíais un momento álgido y muy dulce.
— Sí, pero es que entonces no hubiera hecho esta cosa tan extraordinaria que es El Foraster. Y lo que han hecho ellos, que espero que haya sido también extraordinario, no lo hubieran hecho tampoco. No entiendo esa cosa de considerar meritorio el durar.
— ¿No es necesario que las cosas duren?
— No, y esto lo he aprendido con los años también. Cosas como: “Este matrimonio lleva 50 años juntos”. Dices, de acuerdo, ¿pero están bien? Porque si no, que lo dejen estar. O “en este pueblo hacemos una feria desde hace 60 años”. Vale, pero ¿viene la gente? “No viene ni Dios”. ¿Pues por qué no inviertes el dinero en otra cosa? ¡No es meritorio durar!
— Y Teatro de Guerrilla no tenía que durar.
— Yo en ese momento no me había dado cuenta, pero había miembros del grupo que no estaban bien y es fantástico lo que hicieron.
“Cosas como: “Este matrimonio lleva 50 años juntos”. Dices, de acuerdo, ¿pero están bien? Porque si no, que lo dejen estar. ¡No es meritorio durar!”
— Estoy segura que no fue tan fácil como lo describes.
— No, claro que no fue fácil, porque eran con quienes habíamos compartido sueños, risas, llantos y golpes que da la vida. Pero es que la vida va de esto. Cuando te pasa, en ese momento es lo peor que puede pasarte, como cuando rompes sentimentalmente con alguien y con los años te das cuenta de que la vida es abrir y cerrar puertas.
— Los Oasis han vuelto.
— Porque necesitaban hacer caja.
— ¿Has pensado alguna vez en la posibilidad de volver a reuniros?
— No. Pero tampoco lo descarto. Yo en la vida no descarto nada.
— ¿Te cuidas mucho? ¿Vas al gimnasio a quemar?
—No. Voy a la sauna.
— ¡Pero si no soportas el calor!
— No, pero me gusta mucho sudar.
— Y emocionalmente, ¿te cuidas?
— Me ayudan. Tengo a mi psicóloga y ahí me desahogo.
— ¡Qué importantes son los psicólogos!
— Esto también es algo que he aprendido con la edad. Yo durante muchos años era reacio a pedir ayuda emocional y con la edad te das cuenta de que lo necesitas, de que está bien y lo explicas y ¡no pasa nada! Es esa edad tan especial en la que estamos.
“Yo durante muchos años era reacio a pedir ayuda emocional y con la edad te das cuenta de que lo necesitas, de que está bien y lo explicas y ¡no pasa nada!”
— ¿Los 50 son la mejor época?
— No sé si son la mejor época. Para mí son como una especie de ecuador, ficticio, pero mentalmente funciona. A mí me han llevado a valorar cosas que hasta ahora no valoraba, como invertir en tiempo. Como saber decir que no.
— ¿Qué haces cuando no tienes nada que hacer?
— Nada. Otra cosa que seguramente 15 años atrás hubiera pensado: “Hoy he estado perdiendo el tiempo”. Y ahora, para mí este “¡Hoy no he hecho nada!” es ganar tiempo.
— Ahora que estás haciendo también la campaña publicitaria, ¿cómo te gusta tomarte el ColaCao?
— En verano muy frío y en invierno muy caliente. ¡Y sin grumos!
— ¡Al contrario de lo que me dice la mayoría!
— Te contaré un secreto. Durante el rodaje del spot de tele tuve que comer muchos grumos y no me gustan. Así que a mí me lo pones bien batido y fresquito.