El chef Raül Balam, entrevistado por Cristina Puig, en el Bar Antúnez de Barcelona. @Rafa Marín
UN COLACAO CON...

Raül Balam: “Me excita que la gente me cocine”

Hace 10 años que ha salido del pozo de las adiciones y su historia por fin ha visto la luz en forma de libro: Enganchado (Libros Cúpula). Es consciente que siempre le dirán que es el hijo de la mejor cocinera del mundo pero él ya va camino de conseguir su propia tercera estrella. Capitanea el Moments y el Cuina San Pau y ya piensa en la vuelta al mundo que dará cuando cumpla los 50.

— ¿Qué estarías haciendo un viernes a esta hora si no hubieras quedado conmigo para merendar?

— Estaría en la cocina del Moments preparando el servicio de noche.

— ¿A qué hora os ponéis a prepararlo?

— A las tres y media de la tarde.

— ¿En esa cocina mandas tú?

— Allí mando yo, pero siempre consensuado con lo que haría Carmeta (Carme Ruscalleda)

— ¿Qué tal eres como jefe?

— Ahora lo soy mucho mejor que antes.

— ¿Antes de desengancharte?

— ¡Por supuesto! En todos los sentidos. Tu perspectiva de vida cambia muchísimo, desde la forma en que me enjabono el pelo a como vivo la muerte.

— ¿A qué te refieres?

— Pues a que antes yo vivía las muertes como si fuera una folclórica que ha perdido a su marido en la plaza de toros. Lo vivía con mucha intensidad, y ahora las vivo como una transición de la vida, de forma más pausada y lo acepto.

— Me declaro fan absoluta de tus stories de Instagram. ¡Tienes una vis cómica sensacional!

— Soy muy payaso y muy cabaretera. Me gusta mucho hacer reír.

— ¿No has pensado en explotarlo?

— ¡No puedo explotarlo más! Ahora bien, no te niego que no me gustaría colaborar en algún programa haciendo algo.

— Tipo ¿qué?

— Cantar me gustaría mucho.

— ¿Cantas bien?

— No, pero entono. Y hacer alguna tontería de vez en cuando en algún programa no te digo que no me hiciera gracia. Pero yo soy cocinero.

— En muchas de tus stories de Instagram sales en calzoncillos o directamente desnudo. ¿Es porque estás orgulloso de tu cuerpo y quieres enseñarlo?

— He llegado a amar a mi cuerpo. Antes no lo amaba nada. No amaba ni mi pelo. Me hacía desrizados japoneses porque no aceptaba mis rizos. Y ha llegado un momento en que ya me da igual. ¿Tengo la nariz grande? ¿Tengo rizos? ¿Un poco de barriga? Me da igual. Es mi cuerpo y me acompañará hasta el día en que me muera.

— ¿Qué quieres contar a tus seguidores con tus stories?

— Es que yo creo que las hago sobre todo para mí. No existe una finalidad de conseguir nada. Instagram para mí es una obra de arte, una instalación artística y me va bien para mis TOCS (Trastornos Obsesivos Compulsivos). Uno de mis TOC son las diagonales.

— ¿Las diagonales?

— Sí. ¿No te has fijado que mi Instagram son diagonales? Mires por donde mires las fotos siempre van por este orden: persona, cosa, persona, cosa, persona, cosa y deben quedar diagonales entre medio —coge su móvil y me lo enseña—. ¿Quién lo ve? ¿Quién se da cuenta? Nadie, porque lo hago para mí. Es mi pequeño museo.

— ¿A qué te hubiera gustado dedicarte si los fogones no se hubieran cruzado en tu vida?

— Sería peluquero. También artista, comediante, actor. Pero tengo una pésima memoria y creo que no sería capaz de aprenderme los guiones de los papeles a la hora de interpretar.

— ¿Cuándo y por qué tomas la decisión de vestir siempre de negro?

— Mi madre me hizo coger mucha manía al negro. De pequeño me enamoré de un chándal negro pero mi madre me dijo que ese color no me favorecía. Así que dejé de ir de negro porque pensaba que no me quedaba bien. Entonces, cuando me acercaba a los 40 vi que todo mi entorno se estaba volviendo como loco a la hora de celebrarlos. ¡Parecían bodas! Y tenía claro que yo no quería ese tipo de cumpleaños. Así que decidí celebrar mis 40 yendo de viaje solo a Estocolmo y escuchando en bucle la canción de Serrat Ara que fa 20 anys que tinc 20 anys. El día de mi cumpleaños fui a cenar vestido de todos los colores posibles. ¡Parecía un papagayo! Y ya para siempre más he ido vestido de negro. O de ala de mosca cuando está descolorido.

— ¿Y nunca has roto la norma de vestir siempre de negro?

— Solo una vez. A finales del año pasado, cuando fui a Miami con un amigo. Él es muy conservador y le dije: “Si vamos a Miami, tienes que comprarte una falda” y me dijo “de acuerdo, pero entonces tú tienes que vestir de color”. ¡Y me pasó algo muy curioso!

— ¡Cuenta! ¡Cuenta!

— Que cuando hablaba y movía los brazos me asustaba porque no estaba acostumbrado a ver color en esa parte de mi cuerpo.

— Acabas de publicar Enganchado (Libros Cúpula) un libro magnífico y necesario que has hecho con la periodista Carme Gasull donde hablas de tus adicciones y de todo el proceso que hiciste para desengancharte del alcohol y las drogas. ¿Ha costado vaciarse y verlo escrito en papel?

— No ha costado nada. Ha sido duro, pero yo tenía muchas ganas de hablar del tema. De hecho, en terapia ya vas contando. Empezamos a hacerlo durante la pandemia, vía Skype. Y tengo que decirte que después de leer las galeradas, una vez publicado, no he podido volver a leerlo.

— ¿Por qué?

— Porque me cuesta muchísimo. Tengo muy asumido que yo no sería quien soy sin estas vivencias y es lo que me ha tocado vivir, esta enfermedad de la adicción. Y cuando pienso en ello me digo: “Joder Raül, qué vida más mierda”. Me remueve, me emociona, me duele. Verlo escrito, impresiona.

— ¿Te satura que ahora todo el mundo te llame para hablar siempre de lo mismo?

— No. Quizás te diría que me agota que siempre me acaben haciendo las mismas preguntas.

— ¿Qué no te han preguntado todavía y te habría gustado?

— Sime siento orgulloso de haberlo logrado. Si me ha supuesto un trauma. Si me arrepiento de algo… Pero siempre acaban yendo al morbo de la frase que digo en el libro, la de que mis primeros camellos fueron mis padres. Incluso le he llegado a preguntar a mi madre si esa frase le molestaba y me ha dicho que no, porque es cierta. Porque nadie se plantea que hacer brindar a los niños en las celebraciones familiares con algo de alcohol en la copa, es una droga. La más peligrosa que existe.

“Tengo muy asumido que yo no sería quien soy sin estas vivencias y es lo que me ha tocado vivir, esta enfermedad de la adicción”

— Este domingo, 5 de marzo, hará 10 años que has salido adelante. ¿Cómo lo vas a celebrar?

— Cómo lo hago desde hace 10 años. Subiendo por la mañana a la terapia del Instituto Hipócrates y tatuándome otra rayita —se levanta la camiseta y me enseña el tatuaje que lleva a un lado y que recuerda cada año que lleva sin consumir—.

— Y ahora, cuando tienes que brindar, ¿con qué lo haces?

— No brindo porque soy adicto. El cerebro tiene memoria y si yo brindo quizás empezaría una recaída psicológica por el solo hecho de hacer el gesto. Esa descarga eléctrica podría llevarte a muchas cosas.

— ¿Quién es la primera persona a la que haces leer el libro?

— Mi madre.

— ¿Y qué dijo?

— Mi madre ya fue muy dura con las galeradas. No por lo que explicaba. Piensa que ahora habla de drogodependencias con mucha tranquilidad, pero ella siempre ha sido muy dura conmigo.

— Una madre es una madre

— Sí, no hay madre que no sea dura. Y a mí ya me gusta que lo sea. De hecho, hemos crecido así. Cuando le di las galeradas para que las leyera, me dijo que había cosas que no entendía, por cómo estaban contadas. Y recuerdo que le di el libro físico un 30 de diciembre y el día 2 de enero nos marchábamos a París de viaje.

— ¿Los dos?

— Sí, a mi madre y a mí nos gusta mucho curiosear, ir de compras, comer, visitar museos, y mi hermana y mi padre no nos siguen. A mí hacer estas salidas con ella me va muy bien. Y dentro del coche, de camino al aeropuerto, me dijo que se había terminado el libro. Lo recuerdo perfectamente. Eran las cinco de la mañana.

— ¿Y qué le pareció?

— Me dijo que era un canto a la vida. Y respiré.

— ¿Lo que opine Carme es clave en tu vida?

— Sí, pero no porque sea la chef Carme Ruscalleda, sino como madre. Muchas veces pienso: “Ostras, es que mi madre es la mejor cocinera del mundo”, pero yo solo veo a mi madre. Soy consciente de que tengo una madre muy alfa. A veces le tengo que recordar que ya tengo 46 años y que ya puedo decidir qué debo hacer, aunque me equivoque.

— ¿Acercarte a los 50 te angustia?

— No. Cuando era joven no me gustaba nada cumplir años. Piensa que los 18 los celebré llorando y dejé a toda la familia plantada con el pastel delante y sin soplar las velas. Y ahora, en cambio, me encanta cumplir años. Hago como mi madre. Si ya tengo 46, yo ya digo que tengo 47.

— Al revés del mundo. En vez de sacarte años, ¡te pones!

— ¡Sí! Y a los 50 me encantaría dar la vuelta al mundo. No sé por dónde empezaría ni si iría hacia aquí o hacia allá, pero la quiero hacer solo.

“Muchas veces pienso: “Ostras, es que mi madre es la mejor cocinera del mundo”, pero yo solo veo a mi madre. Soy consciente de que tengo una madre muy alfa”

— ¿Una vuelta al mundo solo?

— ¡Piensa que conmigo ya tengo bastante! (ríe) ¿Sabes lo que pasa? Que cada vez me gusta menos la gente. Dicho así queda feo, pero es que a mí me gusta mucho la soledad. Porque conmigo mismo ya me siento acompañado. Yo tengo muchas conversaciones conmigo. Cuando estaba en el centro de desintoxicación nos hacían mirarnos al espejo y hablarnos a los ojos. Es muy duro hacerlo. Mirarte en el espejo y decirte la verdad a ti mismo no es fácil.

— ¿Recuerdas algún momento de estos que fuera especialmente complicado?

— Un día me miré en el espejo y no me reconocí. Y empecé a llorar y me pasé llorando 3 años todos los días. Mis monos eran los llantos. Yo me pensaba que se trataba de sentimientos pero se ve que eran síndromes de abstinencia brutales.

— Háblame de la abuela Núria.

— ¡Ay pobrecita…!

— Te has emocionado.

— A mi abuela la hice pudrir tanto… Hará 7 meses que murió, una semana antes de abrir Cuina Sant Pau.

— ¡Por tanto te pudo ver recuperado!

— La abuela era una mujer muy de iglesia pero que al final normalizó una homosexualidad. Y aceptó que su nieto estuviera haciendo una terapia de desintoxicación. Me había venido a ver al centro. Y estaba contenta de que estuviera allí. A veces me la llevaba al IKEA y luego se lo contaba a las amigas. O íbamos a misa. La abuela tenía un Sagrado Corazón de yeso en casa y cuando murió le pregunté a mi madre si podía llevarlo al Cuina Sant Pau. Y ahora lo tengo ahí, junto al wifi. Es parte de la familia.

— ¿Qué no imagina la gente de ti?

— Qué soy muy tímido.

— Nunca lo hubiera dicho.

— Soy muy vergonzoso. Te pondré un ejemplo. Puedo hacer cualquier cosa cuando me grabo para Instagram, pero si eso lo tuviera que hacer mientras alguien en la calle me graba y me pide que haga algo, no podría hacerlo.

— ¿Qué no perdonas?

— Yo perdono, pero no olvido.

— ¿Hay algún alimento que no soportes?

— Las acelgas y los caracoles.

— ¡Ya somos dos! No he vuelto a comer acelgas porque en la escuela me obligaban y las hacían cada semana.

— Yo por culpa de mi madre. No puedo con ellas. Tienen sabor a arena de geranio.

— ¿Es fácil invitarte a cenar?

— Sí mucho. Me encanta que me cocinen. Aunque sea un pan con tomate con una tortilla. Me vuelve loco.

— ¿Pero acabas entrando tú en la cocina?

— No. Me encanta mirar. Muchas veces me dicen: “vamos a salir fuera porque qué demonios vamos a cocinarte”. ¡Y a mí me excita que me cocinen! 

— Asististe el parto de tu amiga Meritxell Falgueras. ¿Qué tal esa experiencia?

— ¡Fue una cesárea! No pude mirar nada. Me centré en la cara de ella.

— ¿Te ves siendo padre algún día?

— No. Cumpliré 47 años en julio. Todo debe tener su momento. Admiro y respeto a la gente que a los 60 años es padre, pero la energía no es la misma. Esto no quiere decir que, si ahora salgo y conozco al amor de mi vida, y quiere ser padre…

— ¿Cómo te gusta el Cola Cao?

— Para mí, preparar un Cola Cao, es todo un ritual. Primero un poco de chocolate, luego añado un poco de leche caliente de una jarra. Y después lo mezclo todo. Cuando tengo una pasta bien compactada añado el resto de leche para que quede todo uniforme y sin ningún grumo.