— Gracias a ti ya no suena aquello de “yo soy aquel negrito del África Tropical”…
— Sí, fue todo un reto adaptar esta canción.
— Forma parte del imaginario colectivo de unas cuantas generaciones. ¿Dijiste que sí rápido?
— Dije que sí rápido porque me gusta meterme en este tipo de historias. Me gustó mucho la iniciativa de la marca, de querer cambiar muchas de las expresiones que hoy son políticamente incorrectas y hacer la canción más inclusiva. Y me hizo muchísima ilusión que me lo propusieran a mí.
— ¿Te cuesta decir que no a las cosas que te ofrecen y que tienen que ver con tu trabajo?
— La verdad es que cada vez menos. Porque cada vez tengo más claro qué es lo que quiero hacer.
— ¿Y qué es lo que quieres hacer?
— Disfrutar más y no trabajar tanto. Y cuando trabajo hacer cosas con las que me lo paso bien y que tengan que ver con la música, sobre todo con la composición. Ahora estoy haciendo bandas sonoras para series de televisión y teatro. Crear e inventarme cosas me encanta.
— ¿Tu cabeza no descansa nunca?
— ¡Sí! Yo creo que la gente piensa que trabajo más de lo que realmente hago —ríe—.
— ¿Qué haces cuando no trabajas?
— Desde que cumplí 40 años me impuse la norma de dejar de trabajar a las siete de la tarde. Antes no miraba el reloj y podía estarme en el estudio hasta las tres de la madrugada y, en cambio, ahora me voy a casa.
— Ser padre de dos criaturas debe haber tenido algo que ver.
— Se me juntó todo. Cumplir los 40 y tener dos hijos con los que quería cenar, meter en la cama, contarles un cuento y cantarles canciones. He querido priorizar a la familia. La famosa conciliación.
— ¿Cómo eres como padre?
— ¿?… No lo sé. Yo creo que soy un padre guay. Me gusta estar con mis hijos, hacerles reír mucho y a los que también grito cuando hay que gritarles. La verdad es que todavía me estoy descubriendo como padre. Reconozco que hasta que no cumplieron los cuatro años, no los disfruté. La vida que me dieron en sus primeros años fue una vida muy difícil, muy dura. Una vida que dices: “¡esto es una mierda!”.
— Eres compositor, director, cantante, actor, profesor, productor, haces radio, tele… ¿Se puede ser todas estas cosas y hacerlas todas bien?
— Yo qué sé. ¿Soy autónomo sabes? —ríe—
— ¡Y hay que pagar facturas!
— Claro! Yo empecé a trabajar cuando tenía quince años y recuerdo que mi padre todavía vivía. Cuando en casa dije que quería dejar la carrera de música clásica porque no podía soportar más estudiar a Chopin y Beethoven y que prefería hacer música moderna, mi padre me llevó al notario y montamos una empresa. Es la empresa que tengo hoy en día.
— ¡Un padre visionario!
— Sí. Aquella empresa creada con mi padre cuando tenía quince años hoy es Medusa, un estudio de grabación que tengo en Barcelona, que funciona muy bien y al que vienen artistas mundiales a grabar.
— Tu padre murió cuando tenías sólo 20 años. Perder la figura paterna siendo tan joven debió de ser muy duro.
— Sí, y no lo he superado. Pienso en él cada día. Era mi fan número 1. Lo que me hacía más ilusión del mundo era componer una canción y llegar a casa y que la escuchara mi padre.
— ¿Era la primera persona que escuchaba tus canciones?
— Sí. Y de golpe, mi padre desapareció. Pero todo el mundo tiene sus dramas y te adaptas a la vida y vas haciendo. Pero sí que es cierto que con él, empezó todo.
— Virtuoso en la música. ¿En los estudios no musicales también?
— No fui un buen estudiante, pero era muy buen niño. Estaba muy atento en clase, no hacía nunca campana. Pero estudiar y el sacrificio me ha costado siempre mucho.
— ¿Qué aprendiste en la escuela de Paul McCartney?
— Fue en el año 99. Habíamos hecho El somni de Mozart con la compañía El musical més petit y tenía ganas de irme y ampliar estudios fuera. Descubrí que existía la escuela LIPA (Liverpool Institut of Performing Arts) fundada por Paul McCartney y que ofrecía unos cursos de música moderna, danza, teatro y negocio del espectáculo. Hice unas pruebas de acceso y la Generalitat me dio una beca para poder estudiar allí un año. ¡De los mejores años de mi vida!
— ¿Por qué en este país el mundo de las artes escénicas se estudia tan poco en las escuelas?
— No lo sé. Hay mucho menos respeto en general por este tipo de enseñanza. En otros países los profesores de música son una figura muy respetada, en cambio, aquí la música es la asignatura “María”. Cuando llegué a Liverpool me di cuenta de que allí todos los actores y todos los bailarines, TODOS, cantaban de maravilla. Aquí era muy difícil encontrar actores que cantaran y bailaran bien. Afortunadamente en los últimos 20 años esto ha cambiado mucho.
— ¿Qué musical te habría gustado componer?
— Soy muy de clásicos. Jesus Christ Superstar es uno de los máximos, ¡sin duda!
— ¿Cómo es que El Petit Príncep no se está representado en los teatros de Londres y Nueva York?
— ¡Ojalá! —ríe—
— ¿Por qué no?
— De hecho, en Londres ya se tendría que estar viendo, pero apareció la pandemia y lo paró todo. Estamos trabajando desde hace muchos años con la internacionalización del proyecto. Hasta ahora solo hemos podido llevarlo a Lisboa, donde hemos estado tres temporadas y seguirá. Y estuvimos a punto de estrenarlo en Bélgica, Holanda, Alemania, Luxemburgo y también Inglaterra, pero llegó la pandemia. Nosotros seguimos soñando.
— El Petit Príncep se ha convertido en un auténtico fenómeno.
— Con Àngel (Llàcer) siempre lo decimos: “¡mira, este nos salió bien!”. Y es verdad que hemos conseguido que se convierta en una especie de clásico de Navidad. Me encuentro con muchísima gente que me dice “¡es la novena vez que venimos!”.
— Conociste a Sting.
— Fue muy fuerte, porque además sabía que yo me llamaba Manu. Y cuando me saludó por mi nombre me quería morir. No lo olvidaré nunca en mi vida.
— ¿Por qué sabía Sting que te llamabas Manu?
— Fue cuando vino de gira con la Orquesta Sinfónica de Londres al Palau Sant Jordi. El día antes, su guitarrista, Dominic Miller, tocaba con su trío en la sala Luz de Gas, pero por una huelga de controladores aéreos su teclista no pudo llegar. Y me llamó Gemma Recoder diciendo que me necesitaba para el concierto de aquella noche. Y dije: “¡voy!”. En principio solo tenía que tocar dos canciones y al final me hizo tocar todo el concierto con él. Al día siguiente me invitó al concierto de Sting en el Sant Jordi y en la media parte me vino a buscar y me lo presentó.
— ¿Y cómo te recibió?
— Recuerdo que estaba en una sala llena de tapices de mandalas y con todo el suelo lleno de velas. Y Sting estaba allí, en el centro.
— Como una aparición.
— Y vino y me dijo: “¡Ah, tú eres Manu!”. Le di la mano y luego me arrodillé. Se rió.
— ¿Y cómo acabó?
— Entraron los de seguridad y nos dijeron que la gente de fuera teníamos que marcharnos porque retomaban el concierto. Y yo regresé a la grada y me puse a llorar como un idiota. Estuve 15 días como en una nube.
— Sting, Elton John y Steve Wonder. ¿A quién de los tres le harías una canción?
— ¡No me hagas esto! ¡Son mis tres preferidos!
— Por eso te lo digo.
— Pues mira, te diría que a Elton John porque fue a través de él que empecé a descubrir la música que a mí me interesaba. Un verano mi hermana trajo una casete de esas que grababas con las canciones que te gustaban y en aquella cinta estaba Your Song de Elton John. Yo debía tener siete u ocho años y pensé: “¡Yo quiero hacer esto!”
— ¿Puede ser que te haya oído decir que quieres que esta canción suene en tu funeral?
— Siempre lo digo. El día que yo me muera, que hagan una fiesta y que suene esta canción.
— ¿Quién quieres que te la cante?
— Que la pongan grabada —ríe—.
— A mucha gente cuando le preguntas por su funeral se horroriza…
— Porque hay muchos tabúes. Como en el mundo de la paternidad. Es como cuando a mí me preguntan: “¿Qué tal?”, y yo les digo “pues los primeros años es una mierda”. Y no pasa nada. Son cosas que muy poca gente se atreve a decir.
— Si no te hubieras dedicado a la música, ¿qué te habría gustado hacer?
— La única cosa que me dijeron mis padres para que yo me pudiera dedicar al mundo de la música fue que acabara el COU y la Selectividad. Y lo hice. Y luego me matriculé en Historia del Arte, pero nunca fui a clase. En aquel momento la única cosa que me interesaba era hacer música. Y ahora, a medida que han ido pasando los años, creo que habría sido un buen arquitecto. Me hubiera gustado mucho, pero era muy malo con las mates.
— ¿En qué escenario te gustaría actuar?
— En el Grec
— ¿El Grec?
— Sí, ¿qué te pensabas, que te diría el Royal Albert Hall?
— Pues sí. ¿No has actuado nunca en el Grec?
— Sí, pero no como Manu Guix. Actué haciendo La tienda de los horrores y otras cosas. Pero siempre he pensado: “aquí quiero hacer yo un concierto con el piano”.
— ¿Por qué no dejas que tus músicos coman chicle?
…
— Esta no te la esperabas.
— ¡Tienes información privilegiada! Mira, son manías que tengo. Siempre he pensado que comer chicle denota distracción, que no tienes la cabeza donde la tienes que tener.
— En general comer chicle, queda feo.
— Correcto.
— ¿Tienes alguna manía o ritual antes de salir al escenario?
— Un chupito de whisky
— ¿Para calentar las cuerdas vocales?
— Para los nervios.
— ¿Te pones nervioso antes de empezar?
— ¡Siempre! Y cuanto más pequeño es el concierto, más nervios. Por ejemplo, cuando me contratan para tocar en una boda lo paso fatal. En cambio, puedo tocar en Razzmatazz ante 2000 personas y estoy tranquilo o con unos nervios controlados.
— ¿Recuerdas la actuación en la que te has puesto más nervioso?
— Cuando hice la primera función de El Petit Príncep como actor, haciendo de aviador. Me quería morir. No había estado nunca tan nervioso en mi vida. Supongo que porque hacía algo que no había hecho nunca. Piensa que es un papel hablado en que los primeros veinte minutos de la obra dependen de ti. No te puedes quedar en blanco. Y recuerdo la boca seca.
— ¿Y qué tal fue esa función?
— Un desastre. Lo hice fatal. La segunda ya no.
— Pero ¿eso lo dices tú o te lo han dicho?
— Lo digo yo —ríe—.
— ¿Tienes un mejor momento del día para componer?
— La verdad es que no. Pasa en cualquier momento. Cuando hice mi primer disco, que me lo produjo Nacho Mañó —bajista de Presuntos Implicados— me dijo: “nuestro trabajo es como el de un oficinista. No somos especiales. Y lo que necesitamos para hacerlo bien es tener una rutina”. Y es verdad. Lo que hace falta para componer música es tener una regularidad.
— ¿Y qué regularidad tienes tú?
— Pues me levanto a las 8 de la mañana. Dejo a los niños en la escuela. Voy a correr o hago un poco de deporte y a las 10 me pongo a trabajar. Y así cada día. Y hay muchos días que no te sale nada, o te sale una porquería y otro día te sale una buena idea. A veces estoy en la cama durmiendo y me despierto porque me viene una idea. Y me levanto y la grabo en el móvil. Pasa, pero muy poco.
— ¿Qué es lo mejor de tu trabajo?
Ver que me dedico a hacer algo que hace muy feliz a la gente, que emociona, que puede modificar el estado anímico de las personas. También que, a través de mi profesión, mi familia y amigos vivan momentos conmigo que son muy bonitos, como estrenos de teatro, o que mi madre venga a ver cómo toco en el Liceu, o a una entrega de premios.
— ¿Y lo peor?
— Seguramente que tienes que estar siempre muy seguro de ti mismo y eso no siempre es fácil. Yo paso muchos momentos en los que pienso que no soy lo suficientemente bueno o que lo que hago, no gusta. Tengo épocas de dudar mucho de mí mismo. Y también me voy haciendo mayor. Veo a los tíos de 18 años que suben y que hacen cosas que yo digo: “¡ostras!”. Y empiezo a tener un poco la sensación de que hay trenes que me pasan por delante y que ya no siento míos.
— Mantener la autoestima, qué difícil.
— Es lo más complicado. Porque hay momentos en los que no se puede. Siempre cuento que creo que tuve un principio de depresión cuando nos confinaron. Yo veía a mi alrededor que mis compañeros músicos utilizaban el confinamiento para hacer conciertos en directo desde sus casas, o que explicaban que estaban creando algo y yo estaba estirado en el sofá, como una ameba, sin ganas de hacer nada. Sólo pensaba en dormir, no tenía energía para hacer cosas. Lo pasé muy mal.
— Háblame de The Producers.
— Pues te puedo contar muy poco porque es un espectáculo del que estamos justo al inicio. ¡Si no hemos hecho ni castings todavía! Sólo sabemos que estrenaremos el mes de octubre en el Tívoli. Es un espectáculo con una partitura muy divertida. Dirigida con el sentido del humor de Àngel Llàcer, puede ser la bomba.
— Pues háblame de algún otro proyecto que tengas entre manos.
— Este me gusta mucho. Un libro infantil, un cuento sobre mi historia que saldrá por Sant Jordi. Tendrá música. Pero no te puedo decir nada más, ¡porque en la editorial —Penguin— me matan!
— ¿Cómo te tomas el ColaCao en el bar?
— ¡Frío! ¡Muy frío! Y muchas cucharadas de ColaCao para hacer muchos grumos.