Jorge Nunes
Jorge Nunes, una de las piezas más importes del pamorama rock en nuestro país. ©Miriam Urquiza
EL BAR DEL POST

Jorge Nunes: Ferozmente independiente

“Mi madre siempre me decía ‘Naciste siendo como eres’ y de muy joven tomé un camino que, aunque estaba sin asfaltar, ya estaba ahí para mí. Yo sólo lo he seguido sin hacer caso ni preocuparme de lo que pasaba a los lados, un poco como los burros que son animales a los que tengo mucho aprecio. ¡Pa’lante, pa’lante!”, explica Jorge Nunes acodado en la barra del Bar, cerveza en mano, mientras fuera anochece y el transistor esputa el traqueteante y óseo Ritmo y Blues de su adorado Bo Diddley con su legendario Mama, keep you big mouth shut.

“Soy un señor mayor que, por ahora, más o menos, ha hecho lo que ha querido. Llevo más de 35 años dedicándome a la música sin parar. Mi grupo principal se llama Brioles, empezamos en 1986 mi hermano Daniel y yo, y ahí seguimos. Mi vida ha sido tocar, tocar y tocar, viajar, grabar. Alguna temporada lo he compaginado con trabajar en bares nocturnos, dos de los cuales fueron míos… grandes ideas del siglo XX –ríe–. Hasta ahora debo haber grabado 20 discos, tal vez más”.

Hijo del mítico cineasta José Nunes, Jorge es una de las figuras más representativas del Rock & Roll clásico pergeñado en este país, si bien confiesa que “nunca me he sentido cómodo ni me ha hecho falta sentirme parte de un grupo, movimiento, secta, iglesia, coro o chat de vecinos, y menos seguir directrices de los iluminados del momento”.

Rocker vocacional y nuevo escritor

–¿Recuerdas el momento en que todo cambió para decidir dedicarte al Rock & Roll?

–La verdad es que no tengo, o no soy consciente de haber tenido momentos épicos en mi vida, no a lo Scarlett O´Hara o a lo San Pablo. Instantes, días y noches de gloria sí, pero no me hicieron ver la luz, no cambiaron nada ni me hicieron decidir nada importante.

Simplemente, en el caso de este cincuentón barcelonés, las cosas se limitaron a seguir un curso que ha acabado por arrojar una vida de trepidantes conciertos, grabaciones de discos y, ahora, un libro recién publicado por la editorial 66Rpm: “se titula Las gafas de Bo Diddley, y no es un libro sobre Bo Diddley, la verdad es que no sé muy bien cómo explicar de qué va, así que es mejor comprarlo, leerlo, y que después haya división de opiniones: que unos se cisquen en mi padre y otros en mi madre”.

En lo musical, tiene un disco parado desde 2020. “Lo grabamos justo antes del confinamiento y ahí está, esperando su momento, que será tan malo como cualquier otro”.  Se espera (y desea) que ese álbum, que llevará por título Jorge Nunes & sus Full Time Fools –y que Jorge define con su habitual socarronería como “muy majo y armonioso a la vez”–, vea la luz durante este año. “Hacer discos que existan, aunque casi nadie los compre, sigue siendo bonito”, apostilla.

Nunes ve en el Hotel Vela todo lo que no le gusta de Barcelona. ©David Sagarzazu

Sumando esos discos, ese libro, esos centenares de bolos, su trayectoria, todos los caminos recorridos y todos los que le quedan en frente, el artista se enorgullece “de mi independencia feroz: ésa que me ha llevado a no estar nunca cuando y donde había que estar, a no codearme con quien había que codearse, a no conocer a quien había que conocer, cosa que ha hecho que todo haya resultado, y siga resultando, más difícil. Lo mejor es que empezó porque no coincidía ni me apetecía. Después ya fue por convencimiento”.

Una ciudad que no necesita ser mucho más grande

“Como George Orwell, yo tampoco entiendo cómo los anarquistas no derribaron la Sagrada Familia cuando tuvieron oportunidad durante la Guerra Civil”, explica, trasegando una segunda cerveza, la sonrisa ladeada y los pequeños ojos pardos bailando al compás de mil ocurrencias, este barcelonés que opina que el hotel Vela podría ser la representación de todo lo que no le gusta de la ciudad, “comprimido en un edificio feo, colocado donde no debería estar”.

–Pero, ¿cómo definirías tu relación con la ciudad?

–Supongo que buena. Hasta ahora nos hemos aguantado bastante bien, aunque muchas veces Barcelona no se ha portado bien conmigo. Es mi ciudad de siempre, está llena de modernos, artistitas, emprendedores súper dinámicos, vendedores de humo, y otros entes semihumanos, pero es el único sitio al que casi tengo la sensación de pertenecer. No me interesa mucho nada más grande.

Jorge Nunes dice que nunca le ha hecho falta sentirse parte de ningún grupo o movimiento. ©Berto Martínez

Y, sobre estas palabras se alza un muro de recuerdos que amalgaman memoria sentimental y episodios pretéritos de una urbe en sus tiempos de indomabilidad: “Me encantan episodios como el de la Bomba del Liceo, las historias de las barracas de Montjuïc o las correrías de Durruti y García Oliver. Bill Haley en el Palau d’Esports desalojado por la Guardia Civil. Las anécdotas del Jamboree que me contaba mi padre. Buffalo Bill con su circo y los indios ingresados en el Clínic. Los bares sin puertas que no cerraban nunca. Mis padres corriendo, atravesando la Gran Vía de noche, comiendo cacahuetes muy embarazados de mellizas. Las primeras veces que, embriagado en un parque, toda la ciudad se movía delante mío. Ensayar en una tintorería abandonada en el Valle Hebrón mucho antes de las Olimpiadas. Las avalanchas para colarnos en los conciertos. El Sheriff de las Ramblas…”.

Y, antes de que el etcétera se prolongue ad infinitum, la guitarra de Link Wray irrumpe en el ambiente con su himno, Comanche. Y se hace un silencio reverencial.

Jorge Nunes hace ademán de pedir otra cerveza y repasa las tapas y raciones con la mirada.

–¿Vas a querer comer algo?

–Raciones tal vez, aunque la edad me está endulzando el paladar.

Pasan pocos segundos.

–Sólo el paladar–, puntualiza entonces, sin perder la sonrisa.