“De niño pensé que sería biólogo, como mi padre, y la verdad es que me encanta la historia natural y el estudio de la vida, en especial la paleontología. Pero, a raíz de descubrir a Mozart en mi adolescencia, mis expectativas de futuro pegaron un gran vuelco”. El compositor Marc Migó sorbe un trago del agua con gas —“con hielo, limón y, a ser posible, lima”— acabada de servir. Guarda unos instantes de silencio, tras los cuales sonríe y remata: “¡La música se me llevó por delante!”.
Y lo hizo con la fuerza de un tsunami, porque desde el día en que su abuelo le regaló aquella colección de discos de Deutsche Grammophon que le iba a cambiar la vida, este barcelonés cosecha del 93 fue quemando etapas. Se apuntó a clases de piano, armonía, contrapunto y composición con Liliana Sainz y Xavier Boilart. Desde allí saltó, en tan sólo dos años, al ESMUC, donde estudió con profesores como Salvador Brotons, Agustí Charles o Albert Guinovart.
También con otros docentes que no le traen tan buenos recuerdos, “como uno, de cuyo nombre no me quiero acordar, que venía invitado, y nos puso los deberes de escribir una obra contemporánea para piano, o sea, componer algo que sonara como la gente de a pie cree que suena la música contemporánea: es decir, como lo último que nadie querría escuchar en una sala de conciertos”. Marc Migó recuerda que escribió aquella obra “en menos de un minuto, y encima saqué un diez. Algo que me sucedió más veces, debido a una especie de confabulación institucional en contra de la meritocracia”, reflexiona con el ceño fruncido.
Pero, pese a un contexto a veces adverso para ese meteórico desarrollo creativo que llevaba dentro, escribió obras que entraron en festivales internacionales como Buffalo Festival o Charlotte New Music. Empezó a cosechar galardones y, a los 24 años, estaba volando hacia Nueva York, con una beca para estudiar en la prestigiosa Juilliard School of Music.
El placer de estar equivocado
Echa la vista atrás y recuerda “el cóctel de emociones” de su primer día en el legendario conservatorio. “La orquesta leía a vista un concierto de violín escrito por un estudiante de composición. Al concluir, me sentí aterrorizado, pensando que yo no merecía estar ahí. ¿Cómo podía yo pertenecer al mismo mundo que aquellos músicos tan jóvenes como brillantes? Así que me puse a escribir como un loco, para ver si me equivocaba. Y sí, aparentemente me equivocaba”, ríe, contento de que así fuera. Aquel mismo año ganó el concurso de composición orquestal organizado por la escuela. Como premio, aquella misma orquesta que le había impuesto tanto respeto en su primer día, tocó su música en el Lincoln Center de Nueva York. Un despegue por todo lo alto.
“En mis siete años en la Juilliard me han ido saliendo cada vez más conciertos, he tenido la suerte de ser bastante galardonado, me doctoré, me divorcié…”, prosigue quien ha sido premiado, entre otros, por la mismísima ASCAP Foundation estadounidense, que el año pasado le otorgaba el Morton Gould Young Composer Award y el Leo Kaplan Award, este último por su Concerto Grosso nº1 The Seance reconocido como mejor composición de 2023.

— Casi ni me atrevo a preguntarte en qué andas ahora.
Marc Migó ríe. “Pues ahora estreno mi Primera Sinfonía en la Berliner Philharmonie, con Wolfgang Emanuel Schmidt dirigiendo Metamorphosen Berlin”. El compositor la describe como “una obra oscura que aborda el mundo de desinformación conspiranoica en el que estamos sumidos”. De cara al año que viene, está terminando su Carnaval de las Indias, “un nuevo carnaval de los animales basado en criaturas mitológicas latinoamericanas. El texto, del dramaturgo y director del teatro Cervantes de Buenos Aires, Gonzalo Demaría, es maravilloso”. Sorbe un trago de agua y reflexiona. “Aún tengo que decir con la boca pequeña, por una cautela que me exijo en acontencimientos de semejante envergadura, que esta obra se interpretará este año en el Palau de la Música Catalana con la orquesta del Real Círculo Artístico dirigida por Glen Cortese y con Alan Kwiek y Martha Argerich a los pianos. Además, Annie Dutoit-Argerich hará de narradora. Por si fuera poco, esta misma obra también está programada en Buffalo, Sarasota y Berlín”.
— ¡Casi nada!
El rastro del Noucentisme
La naturaleza “bastante melancólica” del parroquiano lo inclina a sentirse atraído “por las promesas que ofreció el Noucentisme, un movimiento cultural e identitario de principios del siglo XX que se vio truncado por una progresiva politización y, en última instancia, por la Guerra Civil”. Estas promesas las ve plasmadas en ese lado bueno de una Barcelona de la que alaba “la maravillosa arquitectura, el patrimonio musical de los años 20, los cafés de atmósfera modernista, las librerías y, sobre todo, la actitud de amigos apasionados por la música y el arte, que son quienes verdaderamente agrandan la predilección que siento por mi ciudad natal”.
Nacido y crecido en la Vila Olímpica justo un año después de las olimpiadas que dieron lugar a su barrio, el compositor Marc Migó vive Barcelona como su base, el punto de referencia al que volver desde Nueva York y a pesar de sus viajes por todo el mundo. Un reencuentro no siempre feliz, “porque a veces, hablando de música, existe un punto esnob en el público barcelonés que detesto. También veo una falta de sentido crítico en pos de sectarismos varios. Barcelona capitanea una mentalidad provinciana que premia lo malo conocido de fuera en detrimento de lo bueno por conocer del patrimonio local, que está más que descuidado”, lamenta. Termina el agua con gas. “Aun así, no deja de ser mi ciudad favorita del mundo”, añade.

— Otro motivo por el que amarás esta ciudad es la gastronomía de este Bar. Tenemos menú, carta, platos combinados, tapas, raciones. Exquisiteces, todas ellas.
Marc Migó no reprime su carcajada.
— Yo es que soy bastante de menú infantil, me temo —replica, divertido por la situación.
— ¿En serio? ¡No fastidies!
— ¡Sí, sí! Con carne y patatas yo ya soy feliz… ¡sobre todo en ocasiones especiales como esta!