Festival Cruïlla 2022
El Festival Cruïlla, a rebosar de público también en la edición de este año, con un atractivo programa de actuaciones. ©@cruillabcn

Barcelona es un pueblo

Crónica de una noche en el Festival Cruïlla

Aquí no hay tanta purpurina. La hay, que conste: incluso hay un tenderete donde te lo puedes enganchar en la cara, como es moda y tendencia, pero ya no estamos en el gran festival de estética eurovisiva que exhibía el público del Primavera: la gente que viene al Cruïlla es más de toda la vida, más tal cual, más a pelo. La identidad se la busca cada uno, sólo faltaría, pero la verdad pide pocos complementos.

El público del Cruïlla tiende más a ser como el festival, que es un festival que podríamos definir como auténtico. Oh, ¿qué quieres decir? ¿Que el resto son falsos? No, quiero decir genuino. ¿Oh, entonces qué, el Sónar o el Primavera no son genuinos? No, quiero decir que éste es más de aquí. Pero explícate, explícate: ¿qué quieres decir, más de aquí? No serás un identitario excluyente, ¿verdad? Y, como este diálogo interior no lo terminaríamos, me acojo a aquellos que ya me hayan entendido desde la primera palabra: auténtico. El público del Cruïlla es auténtico, como el Cruïlla. Y ya me ha entendido hace mucho rato.

En ese caso, el nombre hace la cosa. Oh, pero qué dices. Que el nombre del festival hace la cosa. Hombre, pero casi nunca el nombre hace la cosa, ¿no? Al contrario: el nombre hace la cosa siempre. No exageres, siempre, siempre no puede ser. Pues sí: siempre. La elección de un nombre se puede utilizar como máscara, sí, pero incluso la gente que se bautiza con máscaras se delata escogiendo una máscara y no otra. No hay salida. El nombre hace la cosa, siempre, y el Cruïlla es exactamente lo que dice su nombre (y su logo, perfecto, simple, rotundo): aquí nos cruzamos las culturas, y lo hacemos, según afirma su director Jordi Herreruela, en un cruce histórico.

Ahora podemos salvar el mundo, pero también podemos salvar las culturas, y no deberían ser luchas incompatibles. Todo lo contrario: hacer un festival identitario, orgullosamente identitario, orgullosamente localista, no dirigido al mercado del mainstream sino a la trastienda de las autenticidades, y que al mismo tiempo sea un festival de eco internacional, es una de las únicas formas que tenemos de proteger la cultura y la creatividad. Lo que decía Dalí: no hay mejor forma de ser universal que ser ultralocal. Estamos en un festival auténtico, ultralocal y universal. Estamos en el verdadero Fórum de las Culturas, pero en versión exitosa. Y estamos también, física y espiritualmente, en un cruce. Aquí las purpurinas, por lo general, van por dentro.

De tan local que es su público, aquí te encuentras a todo el mundo. Nosotros hemos venido a ver a Rigoberta Bandini y hemos llegado tarde a Duran Duran, porque hemos sospechado que este último sería un concierto demasiado estático. Cuando llegamos nos dicen que han estado muy bien, y que la originalidad de la idea ha funcionado en términos nostálgicos y de evocaciones cinematográficas, pero casi todo el mundo ha venido hoy a ver la Rigoberta.

Como Barcelona es un pueblo, cuando hablamos de un festival ultralocal resulta que es como pasear por Barcelona en septiembre y sin guiris: nos conocemos casi todos o, mejor dicho, en cada rincón de público te encuentras a alguien de la gran familia catalana. Y evidentemente Lluís Danés es un genio, pero eso ya lo sabíamos: el uso de las papelinas en forma de molino es una absoluta genialidad, escenografía dinámica y sencilla, casi acaba eclipsando el logo como icono. Un acierto, como todo lo que hace Lluís: un lujo, un hito estético, un milagro de la imaginación. Sí que tengo que decir, como queja no en el festival sino en la peña, que el uso de los matorrales para mear es absolutamente excesivo y demasiado visible. Desconozco si faltan aseos, pero me extrañaría. Ya os vale, gente. Que será un festival localista, pero el mundo nos mira.

Festival cruïlla 2022
Amaia Romero y Rigoberta Bandini durante el concierto en el escenario del Cruïlla. ©@CRUILLABCN

El concierto de Rigoberta es, y perdón por el juego de palabras, un festival. Dijo hace pocos días que se retiraba y en verdad esto sólo es una expresión, también, de autenticidad: escuchad, que yo sólo he venido a hacer algunas canciones y al final se me ha complicado un poco demasiado el tema. Muchas luces, mucho vestuario blanco, muchas ganas de bailar. Aparte del repertorio esperado, Rigoberta Bandini nos ha clavado una versión corregida de la canción de los “payasos de la tele” que hablaba de las mujeres que planchaban y fregaban cada día de la semana: junto con Amaia, nos han actualizado el tema y nos han explicado cómo las chicas así bailaban. Todos los boomers que venían de Duran Duran han hecho su ducha psicoterapéutica y han sonreído de ver cómo ha cambiado el cuento: pueden educarnos de muchas maneras, pero la verdad es que ni ellas han dejado nunca de bailar ni nosotros nos acabamos de creer nunca los payasos. Rigoberta también nos da un eurovisivo lalalá, versión Massiel (no versión Serrat), y las refrescantes canciones de anuncio de Estrella (patrocinador omnipresente del festival y de las barras), versión bilingüe.

Estamos en un festival auténtico, ultralocal y universal. Estamos en el verdadero Fórum de las Culturas, pero en versión exitosa

Hace mucho calor, los abanicos corporativos chocan con las pitreres y precisamente ahora es cuando llega el momento eurovisivo de Rigoberta, con un Mamá que pone en top less tanto el escenario como el público como, en este caso, la música. Me parece que nunca he visto tanta pechuga junta y saltando al compás. Ciertamente ya hace muchos años que no nos dan ningún miedo vuestras tetas, pero admitiremos que nos imponen respeto. Los hombres nos buscamos con los ojos como diciendo “ah, mira, ¿ves?” y competimos por la mueca de míster Bean más contemporizadora. Un embarazo, un perreo y después admitir que su repetorio es limitado y con ganas. Soy esto, soy lo que hay, no he venido a hacer carrera sino a cantar mis canciones que son éstas. Playlist breve de greatest hits, porque Rigoberta sólo ha querido hacer hits.

Y sí, acaba provocando grandes golpes: guste más o menos, sus ideas son grandes puñetazos y las soluciones para los arreglos animarían cualquier discoteca. Una bonita estrella, supongo que fugaz, que ha atravesado elegantemente nuestras vidas y ha puesto orgullo a la tontería. Ellas han venido a bailar, pero es que en el fondo todos hemos venido al mundo a bailar. Pero es que… No, sin peros. Hombre, no me negarás que… He dicho que no. Somos esto. Y punto.

Barcelona, por si no se enteraron los especuladores urbanísticos o los usurpadores de culturas, es un pueblo

Cuando nos marchamos del festival, ya más refrescados por la llegada de la noche, la gente todavía mea en los matorrales, pero se agradece la poca masificación. Barcelona es un pueblo, y este festival tiene un punto de descomunal fiesta mayor en la plaza. Puedes andar, puedes respirar, puedes sentarte a comer o entrar en un local con DJ o ir al siguiente concierto sin tener que sufrir por si encontrarás el grupo o si perderás la cobertura.

Barcelona, por si no se enteraron los especuladores urbanísticos o los usurpadores de culturas, es un pueblo. Nos conocemos más o menos a todos y, si no nos conocemos, sabemos de qué va la historia. Va de sobrevivir, pero también va a vivir. De bailar. El planeta se salvará bailando y las culturas se salvan pasándolo bien. Por si no ha quedado suficientemente claro, se lo diré de otro modo: el mundo, ese mundo tan globalizado que tanto quieren convertir en unos grandes almacenes, es un pueblo. Cuanto antes lo entiendan, antes tomarán las decisiones acertadas. El Cruïlla hace ya tiempo que las ha tomado.