Cuando tenía 18 años, el bonaerense Flavio Rigatozzo, apodado Tota por sus amigos y allegados, descubrió a Muddy Waters y todo, en su vida, cambió. “Descubrí los escenarios y la vida nocturna de los bares y garitos con música en directo. Y, a partir de ahí, dejé la carrera de Ingeniería Electrónica que mis padres querían que cursase y decidí que quería ser músico, y eso es lo que vengo haciendo en los últimos 30 años”, explica el bluesman y compositor, cerveza en mano, a pie de barra.
Afincado en Barcelona desde hace dos décadas, en cuya escena blues se ha consolidado como nombre mayúsculo, ha llegado al Bar pronto —“desde que soy papá soy más de madrugar”—, y de fondo ha pedido que sonara el concierto que la gran LaVern Baker dio en Hollywood en 1991.
Después, ha cerrado los ojos, ha encendido su sonrisa y ha vuelto atrás a sus inicios, recordando con nitidez el momento de línea divisoria entre lo que había sido hasta entonces y todo lo que iba a ser en adelante: “Fue al subir a un escenario a cantar unos coros con una banda de amigos y sentir que aquel era mi lugar. Sin ningún temor, una adrenalina pura, como si siempre hubiera estado ahí. Sentí que había nacido para eso. No me había pasado con ninguna otra cosa”.
A continuación, se enamoró de la armónica y ahí comenzó ese “todo” que le hace sentir especialmente orgulloso. “Tuve la valentía de dejar aquello que estaba, digamos, preparado para mí y perseguir mi sueño contra viento y marea, contra el enojo de la familia, contra las frases y advertencias de todos, que me decían ‘te vas a morir de hambre”. Ríe y se toma un momento antes de añadir: “Que muy lejos de la realidad no estaban… ¡Sobre todo al principio!”.
Aún así, pese a la gran apuesta que supone perseguir un sueño, el músico no puede por menos que “invitar a la gente a no rendirse. Muchas veces parece difícil o hasta imposible, requiere mucho esfuerzo, pero te aseguro que el premio es gigante”. Y cita una lectura con la que una vez, hace tiempo, se cruzó: “Si dejas tu sueño a un lado, tarde o temprano volverá a por ti”.
Hacer música, traer música
El proyecto principal del cantante, armonicista y guitarrista, desde hace ya 30 años, es su banda TotaBlues Band, con la que ha girado por escenarios de todo pelaje y grabado discos como el aplaudido Hard to make a livin’, de 2018, el más reciente de su discografía. “También tengo un dúo con mi guitarrista y hermano de la vida, Martín J. Merino, que es TotaBlues Dúo, con el que también vengo trabajando desde los inicios”.
Últimamente confiesa que en lo que más invierte energía, “y va funcionando muy bien”, es en el proyecto El Blues de Ellas, junto a la cantante y actriz, Queralt Albinyana. “Es una charla-concierto explicando la historia del blues cronológicamente a través de sus cantantes y autoras femeninas. Está super bien. Martín J. también participa, normalmente vamos a trío”.
Pero, además de hacer música, Tota también la trae. “Otro proyecto en el que estoy involucrado desde hace años es para la productora Blues’r’Us, para la que yo cubro la parte de Catalunya trayendo a aquellos artistas de blues estadounidenses que aún quedan vivos, montando la gira, organizándolo todo y, además, tocar con ellos. Es un trabajo bastante estresante, aunque el premio es enorme. De pronto estar tocando en un escenario con un bluesman de verdad de 80 años. De esos que yo escuchaba en Buenos Aires en una cinta de casete y que parecían inalcanzables. Y estás ahí, a su lado. Es un flash”.
La hazaña más reciente, en este sentido, ha sido la gira del legendario Willie Buck por escenarios catalanes, ofreciendo al público local la posibilidad de ver a un veterano bluesman de Chicago arropado por una impecable banda liderada por el parroquiano.
Una ciudad que se ha portado muy bien
El músico recuerda cuando vino a Barcelona sin nada. “Tocaba en la calle, no tenía papeles. Cuando llegué ni sabía dónde iba a dormir la primera noche. Perseguía mi sueño”.
Veinte años después reconoce deberle mucho a una ciudad que recuerda muy diferente cuando llegó. “Era mucho más bohemia, había arte por todos lados, las noches eran eternas, era mucho más barato todo, el dinero rendía mucho más. Ahora se está convirtiendo en una ciudad sólo para turistas, está perdiendo su identidad, creo yo. Pero eso no es culpa de la ciudad ni de su gente, más bien de decisiones políticas que persiguen objetivos ambiciosos sin pensar en nada más… de hecho, no tengo nada en contra de Barcelona, pero sí sobre algunos de sus políticos”.
“Barcelona era mucho más bohemia, había arte por todos lados, las noches eran eternas, era mucho más barato todo, el dinero rendía mucho más”
Dejando de lado ese aspecto, lo que le enamora de la urbe “es sobre todo que aquí su gente me ayudó mucho. En general los barceloneses han sido buenos conmigo. Hoy mi mujer, mi hijo y mi casa están aquí. Logré trabajar de lo que me gusta aquí, así que… ¿Qué más te puedo decir?”.
— Hombre, pues ya que estás, puedes decirme que te gustaría almorzar: nuestras tapas, raciones, bocatas o incluso menú. Que aquí está todo de rechupete…
Flavio Rigatozzo examina la oferta esbozando una sonrisa de las de brillar sobre escenarios y, tras encogerse de hombros, elige “ración”, antes de apurar su cerveza y pedir rápidamente otra.