“Cuando alguien me pregunta si cambiaría algo de mi trayectoria profesional, mi respuesta siempre es que no. Considero que cada uno de los pasos que he ido dando han sido necesarios y esenciales para traerme hasta donde estoy hoy”. La escritora Patricia Ibárcena reflexiona en voz alta, acodada a la barra, degustando, en forma de humeante café con leche, las cadencias solitarias y silenciosas de la primera hora matutina, acompasadas por la radio que apenas se deja oír de fondo a volumen ínfimo. Un ruido blanco que relaja e invita a la introspección.
Abogada de profesión, esta barcelonesa de ascendente peruano cosecha del 96 se dio cuenta, hace cinco años, de que la felicidad —o lo que más se le parece— es vivir rodeada de libros. Pensado, dicho y hecho: convirtió su cuenta de Instagram en un vehículo de prescripción literaria al que siguió un podcast, lo que la encumbró como una voz de referencia para una generación de jóvenes lectores con apetitos y anhelos bibliográficos singulares. Ajenos, en todo caso, a las reglas de un mercado envejecido, que parecía incapaz de conectar con una chavalada demasiado absorta por las redes sociales y el texto inmediato, de poquísimos caracteres y plagado de faltas.
En este contexto, la parroquiana se convirtió en una suerte de activista que empezó a tener un nombre, un peso cada vez más específico, en el mundo editorial.
No fueron pocos los que tomaron muy buena nota de sus gustos, de sus recomendaciones. Atentos a una voz que abría puertas a nuevos públicos, al criterio de esa chica veinteañera amante de los libros que nunca dejó de soñar “con que Sant Jordi, la fiesta del libro en Catalunya, no se limite a durar solo un día, sino varios”. Pero lo mejor todavía estaba por llegar.
Debutando a lo muy grande
La voracidad no tardó en transmutar, en forma y fondo, de lectora a escritora. De la necesidad de leer, de absorber historias, de vivir vidas estampadas en papel, a la de explicar, de narrar, de plasmar su propio mundo sobre una sucesión de hojas en blanco. Y, tras ponerle hilo, aguja y horas al asunto, vio la luz Hijos dorados (Urano), novela de debut de Patricia Ibárcena y bombazo literario que le ha permitido cumplir con el sueño que muchos alimentan y muy pocos cumplen: “Dejar mi trabajo para dedicarme a mi pasión, la escritura”.
Confiesa que durante semanas, que probablemente se le hicieron eternas y turbulentas, estuvo valorando si lanzarse o no al vacío. “La pregunta que me hizo tomar la decisión de dejar la abogacía fue la siguiente: en 40 o 50 años, cuando mires atrás, qué te gustaría decir, ¿lo intenté o no lo intenté?”.

— Y lo intentaste. Y conseguiste cumplir tu sueño en juventud, antes de que fuera tarde. Antes de que el tiempo lo matara.
La escritora sonríe, “orgullosa de haberme atrevido a tomar el camino de mi pasión”, a una semana de acudir, como una de las autoras de más reclamo, al festival Crush Fest: el evento de referencia a nivel europeo de una nueva literatura juvenil cuyos protagonistas no sobrepasan jamás el cuarto de siglo de edad y cuyas novelas conjugan, a menudo, géneros como romántico, thriller o fantasía. El evento se celebra en la Universidad de Barcelona el próximo fin de semana y constituye un auténtico festín de esas narrativas tiktokers que ya suponen más de un cuarto de las ventas totales de ficción en el país.
Y, mientras todo esto ocurre, Patricia advierte de que ya se encuentra “en pleno proceso de escritura de mi segunda novela”. Todavía no puede revelar mucho al respecto, porque hay cosas que requieren su tiempo y su momento, “¡pero puedo confirmar que estoy muy metida en esta nueva historia y que me gusta todavía más que la anterior!”.
Una fuente de inspiración y seguridad
Para la parroquiana, Barcelona es su casa “y siempre lo será”. El lugar donde ha nacido, crecido, pasado sus mejores y sus peores momentos. “Es una fuente de inspiración y seguridad”, afirma, aunque preferiría algo más de pulcritud. “Últimamente la ciudad está muy sucia —lamenta—. Lo noto en las calles, en las fachadas de los edificios, en los rincones y, en general, en el ambiente. Además, me apena pensar que esta ciudad es cada vez menos de sus habitantes y más de los turistas que la visitan en manada, sin poner cuidado ni cariño en mantenerla”.

Pero, al margen de la roña circundante y la voracidad del turismo chancletero, sigue habiendo aspectos que no dejan de enamorarla de la ciudad. “Me encanta alzar la mirada al cielo y perderme en las fachadas modernistas de los edificios. O toparme con pequeños retazos de la cultura catalana cuando menos me lo espero, como un grupo de castellers en una plaza de Sarrià, practicando sus impresionantes formaciones, o una banda de música tocando sardanas, o los amigos tomando un vermú de domingo”. Son los pequeños momentos que, para la escritora, “aportan calidez a la vida en la ciudad”, reflexiona liquidando el último sorbo de su café con leche.
— Lo que aporta auténtica calidez es la oferta gastronómica de este Bar, que a fuerza de hablar casi se ha hecho la hora de comer, y aquí tenemos de todo: carta, menú, tapas, bocatas… Y todo exquisito.
Patricia Ibárcena no puede contener una leve carcajada.
“Depende un poco del día y la circunstancia, pero yo suelo ser más bien de menú”, replica. Echa un vistazo alrededor, como decidiéndose, y por fin pregunta: “¿Qué tienes hoy?”.
