Mar Padilla
Mar Padilla, vista por Nora Bosser.
EL BAR DEL POST

Mar Padilla: Con el alma en el siglo XX

“De adolescente me explotó la cabeza cuando oí a The Sonics y aún sufro secuelas. Sospecho que la voz de Gerry Roslie, junto con los libros de JG Ballard, me formaron en ese camino extraño hacia lo que se supone que es ser adulto. Aún no sabría decirte si para bien”. La antropóloga, periodista y escritora, Mar Padilla, no pierde la sonrisa, mientras rememora cómo aquellos sonidos estridentes de la segunda mitad del siglo XX, el R&R, el R&B, el punk rock en todas sus vertientes, fueron “mi pegamento para volar fuera del nido, hacer amigos y amigas en Barcelona, por todo el país y allende los mares. ¡Y cada día doy gracias a San Little Richard por ello!

Curtida en el underground musical barcelonés, degusta un café americano mientras explica cómo incluso pasó por sendas bandas musicales, Losa Saco, “una especie de punk festivo de corto recorrido, pero con los que llegamos a tocar en la cárcel de Quatre Camins” y Las Vegas Crypt, “puro garaje marrano, con los que llegamos a actuar en el mítico Magic”.

— Pues para un currículum tan nocturno, has aparecido por el Bar muy pronto.

“Antes era de noche total: del atardecer en adelante. Pero, desde que hace doce años tuve a mi chiquilla, veo que puedo madrugar y, bueno, no me desintegro. He descubierto que también se puede vivir levantándose prontito. Ahora ya casi me gusta”, ríe haciendo hincapié en el “casi”.

Oriunda del barrio del Guinardó, Mar Padilla confiesa que a veces se escapa a pasear por su antigua calle: “La calle Segle XX, siendo ese su nombre y, también, la época en mi cabeza. Es eso de tener grabado a fuego en el corazón los contornos, los pisos de los vecinos, los talleres de coche y los árboles que miraba tanto de niña. Cuando con la familia nos fuimos a vivir a l’Eixample, yo lo viví como una traición”.

Hoy por hoy, vive en Sant Antoni con su pareja, el músico y agitador Enric Bosser, y su hija, y acaba de publicar su primer libro, Asalto al Banco Central (Libros del K.O.). Se trata de la primera obra de no-ficción en 40 años sobre el misterioso asalto que tuvo a la ciudad, y al país, en vilo durante varios días de mayo de 1981, sin que acabaran nunca de romperse según qué silencios sobre los entresijos que rodean este hecho.

'Asalto Banco Central' - Mar Padilla
Asalto al Banco Central publicado por Libros del K.O.

Muchos caminos en uno

La parroquiana partía con una cierta ventaja contextual: “Soy miembro del clan Padilla Esteban. Mi madre trabajó en la UAB y fue sindicalista, y mi padre, Doctor en Historia y experto en la Guerra Civil. Mi hermano, Antonio, es un grandísimo novelista y traductor, y mi hermana, Mireia, es una fotógrafa como la copa de un pino”. Rodeada de una tal cantidad y calidad de talentos, es normal que, de joven, Mar se adentrara en una gran diversidad de disciplinas: Dirección de cine, Trabajo social, Filosofía… Pero, un buen día, descubrió la Antropología “y me atrapó: asistir a clases de asignaturas como Magia, Ciencia y Religión del profesor Manuel Delgado era la bomba. Y leer a Franz Boas, Mary Douglas o Claude Levi Strauss y entender los entresijos invisibles que conforman la sociedad, cualquier sociedad, fue muy, muy instructivo. Y también muy liberador”.

Alternó aquellos estudios y las noches de sonido estridente con mil y un trabajos: secretaria en una empresa de mensajeros —”donde aterrizó lo mejor y lo peor de cada casa”—, venta de libros a domicilio, cátering para rodajes, camarera “en un montón de garitos” e, inevitablemente, DJ y técnica de sonido. “Estuve un tiempo en La Boîte, donde vi tocar a Jimmy Smith, Lou Bennet, Tete Montoliu, Bill Evans, Elvin Jones o Ray Brown. ¡Y encima me pagaban por ello!”.

“Estuve un tiempo en La Boîte, donde vi tocar a Jimmy Smith, Lou Bennet, Tete Montoliu, Bill Evans, Elvin Jones o Ray Brown. ¡Y encima me pagaban por ello!”

Después vino el que la parroquiana define como un giro brutal. “Me fui a Médicos Sin Fronteras, una escuela de vida total, donde te puedes hacer una idea bastante aproximada, entre la desesperación y la alegría cotidiana, de cómo es el mundo. Allí conocí gente flipante, de aquí o de los muchos sitios donde fui a trabajar: Colombia, Somalia, Bolivia, Sudán del Sur, Mozambique, Marruecos, Camboya, Kenia, Jordania, los territorios ocupados en Israel… Hice amigos de esos para siempre, como dirían Los Manolos, a son de rumba”.

Alternó aquel trabajo informando in situ sobre innumerables catástrofes humanitarias, con labores de periodista en El País —”con compañeros como Pere Rusiñol, Josep María Martí Font o Clara Blanchar, y donde fui absurdamente feliz”— o el CCCB donde vivió “momentos mágicos ¡como perderme en una asombrosa exposición sobre la obra, la vida y el legado de Ballard!”.

No obstante, Médicos sin Fronteras siguió presente en su día a día profesional hasta que “con el nacimiento de mi chiquilla se me rompió definitivamente el escudo ante el dolor de los demás. Entonces decidí hacerme freelance, para tener libertad y tiempo y, de repente, apenas dinero. Pero eso lo supe después, aunque nunca, ni una sola vez, he llegado arrepentirme de esa decisión”.

Mar Padilla
Mar Padilla trabajó en Médicos Sin Fronteras desde lugares como Colombia, Somalia, Bolivia, Sudán del Sur y Mozambique.

La ciudad donde Bo Diddley no llegó a tocar

“Hace muchos años llegó aquí el grandísimo Bo Diddley, pero finalmente el concierto se suspendió porque no se vendieron suficientes entradas. Aquella noche odié Barcelona con todas mis fuerzas”, explica la parroquiana, que define su relación con la ciudad “como poco, ambivalente. Durante décadas me dio exactamente igual, pero el nacimiento de mi hija, el pensar que esta era su ciudad, me hizo observarla y, digamos, reflexionarla”.

La parroquiana define su relación con la ciudad “como poco, ambivalente”

De ahí, que le guste esa Barcelona conocida como la Rosa de Foc, “una ciudad peleona”, que no es una megalópolis, “aunque aquí muchos anden convencidos de que es el centro del mundo, y eso que te la puedes patear de arriba abajo en poco más de dos horas”. Una urbe casi siempre soleada, “que ofrece la posibilidad de largarse por mar, además de tener la frontera relativamente cerca”. Pero de aquí aborrece “su rollo quejica y llorón. Un cierto aire soso y también clasista, de darse importancia. Me gustaría que tuviera más vitalidad callejera, un poco más de alegría y sabor”. Sorbe los últimos resquicios de su café y pide otro para acabar de despertarse. “Por eso —retoma—, de la música de esta ciudad lo que más me ha gustado de largo ha sido la rumba”.

Y, con el segundo café americano recién servido, algo se le enciende en la mirada a Mar Padilla, que, sonriente, remata, a propósito de esta Barcelona a veces tan complicada de sentir:

— ¡También me gusta que el Quijote, la primera road movie universal por excelencia, llegara hasta aquí!