“Yo, por entonces, vivía en Londres y estaba estudiando las oposiciones para la carrera diplomática en Brasil, que es mi país. Iba y venía en avión hasta que un día no me dejaron embarcar porque tenía sobrepeso en la maleta. Aquel sobrepeso justo se debía a los libros que llevaba conmigo para estudiar. Fue entonces cuando saqué los tochos de la maleta, los dejé en el mostrador del check-in y me embarqué sin mirar atrás. No iba a ser diplomático”. Gabriel Camargo Nogueira lo explica con una sonrisa, cerveza en mano, cuerpo esbelto, a pesar de su amor por el lúpulo, gracias a su incansable afición al ciclismo de altura. Bajo el brazo, la maqueta del que pronto será elepé de debut de su nueva banda, Les Rencards, de insobornable impronta sixties y francófona.
Fuera atardece y una farola ilumina su perfecta Vespa 160. Dentro suena My little red book, de su adorado Burt Bacharach, y el laurel de su polo Fred Perry reluce sobre la negrura inmaculada del tejido. “En aquel momento yo ya estaba harto de Londres. Llevaba cuatro años ahí y necesitaba cambiar”. Fue así como, poco después, acabó por venir a Barcelona junto con la que ha acabado siendo su mujer, Rosa.
De eso hace trece años y un buen número de bandas. “Todo lo que escribo y toco se remite al blues y el rhythm and blues. A Muddy Waters y John Lee Hooker. Todo lo demás, ya sea más pop, más punk, más rocanrolero o más soulful, se deriva de la misma raíz”.
Con este planteamiento, Gabriel ha militado en bandas como The Grandaddies, The 54321s y, muy especialmente, Los Sinciders —una banda llamada a llenar el hueco de los decanos del punk rock barcelonés, The Meows—, además, como no, de Les Rencards. “Todas estas bandas han nacido alrededor de una mesa de bar o entre el público de algún concierto. Creo en los grupos de amigos que se juntan para tocar. Por ejemplo, Los Sinciders nacieron viendo a Iggy Pop y los Stooges cuando tocaron en el Cruïlla de Barcelona”.
— Hablando de Los Sinciders, con lo fuerte que van no entiendo cómo los pudiste dejar.
— No podía asumir toda la carga de tiempo y energía que un proyecto así demanda. Con mi trabajo de traductor, con mi hija, Ágata, y otras obligaciones, no podía dar todo lo que una banda de estas características necesita y merece.
Con Les Rencards los tiempos están más controlados. “Me lo paso muy bien con ellos. Cada uno tiene una personalidad muy marcada. Salir con ellos de bolo o de gira es como vivir en un cómic”.
Alma internacionalista
Lector cultivado, entusiasta devorador musical, excelente conversador en varios idiomas y siempre con una sonrisa y una palabra amable en la boca, Gabriel nació y se crio en Curitiba, “una ciudad de Brasil donde los extranjeros que la visitan, pensándose que van a estar en un lugar cálido y tropical, se sienten estafados porque el clima es pésimo, ¡siempre llueve!”.
Ahí Gabriel estudió en los Jesuitas. “Eran de la rama progresista, de la Teología de la Liberación. Piensa que la palabra ‘satanás’ la oí pronunciar, por primera vez en mi vida, en el bautizo del hijo de unos amigos míos, aquí en España”.
En aquel colegio, el joven Gabriel apuntaló muchas de las convicciones que le han ido acompañando toda su vida, en términos de pacifismo y antirracismo. “Un día le pregunté al director de aquel colegio si era racista y su respuesta fue ‘intento no serlo’. Me pareció la contestación más digna que un hombre blanco podía dar en un país tan horriblemente racista como Brasil”.
— ¿En serio es un país racista? Desde fuera da la impresión contraria, de ser mestizo e integrado.
— Esa es la imagen que venden de puertas para fuera. Pero, por ejemplo, la presencia que en los medios tienen las personas inmigrantes aquí en España, en los medios brasileños es impensable.
El parroquiano sorbe el último trago de su cerveza y pide otra, tras lo cual apostilla: “De todos modos, mira, detrás del racismo y de tantos otros conflictos hay siempre y sólo una lucha, que es la de clases. Es una cuestión de clasismo, de odio hacia el pobre, que subyace a tantas fobias”.
Una ciudad para siempre
“Me van a tener que enterrar aquí en Barcelona, porque no me pienso ir”, ríe el músico, ya atacando la segunda o tercera cerveza que lleva de charla a pie de barra. Y añade: “Quizás quienes han nacido aquí no puedan decir que viven en la mejor ciudad del mundo, pero yo, que he vivido en varias, sí puedo decirlo. ¡Esta es la mejor ciudad del mundo!”.
Sin ganas de volver a su Curitiba natal, donde de adolescente se había ganado un puesto de honor en el underground local gracias a su activismo musical y a la banda mod Tarja Preta, el parroquiano prosigue: “Claro que hay cosas que no me gustan, pero no entiendo a esa gente que se queja de que en Barcelona no pasa nada. Yo he vivido y vivo en una ciudad musicalmente muy efervescente. He visto conciertos increíbles en salas como Razzmatazz, Apolo o Upload, que a éstos deberían hacerles una estatua. He tocado con mis bandas y he pinchado mis discos. No puedo ni contar la cantidad y calidad de artistas que vi en las sesiones del Awamba Buluba, en el Marula de la calle Escudellers o el plantel internacional de Djs de todo tipo y condición con los que he bailado”.
— Lo que sí podrás contar, por su calidad extrema, es lo de nuestra oferta culinaria. Tenemos de todo, pinchos, tapas, bocatas, platos combinados y, cómo no, un menú de rechupete.
Ante la perspectiva de seguir con las cervezas y la conversación, según las notas de Walk on by de Bacharach se deslizan sobre el aire, Gabriel Camargo Nogueira sonríe con contundencia:
— Pues un menú, como un señor… eso sí, ¡poco dulce, por favor, que no quiero acabar diabético, como mi familia en Brasil!