Ronda de Dalt
Coches en la Ronda de Dalt. © Natzaret Romero/ACN

El objetivo de jubilar a los automóviles

El Ayuntamiento se propone reducir un 25% los viajes en automóvil de cara a 2030

Los gobiernos son, básicamente, un grupo de gente de apariencia bienintencionada que se dedica a promover anuncios (un palabro que la posmodernidad ha traducido por otros sustantivos como plan u objetivo). Haciendo honor a esta definición, nuestro Ayuntamiento y el alcalde Collboni han parido el Objetivo 2030, según el cual uno quisiera que en tan solo un lustro 250.000 viajes realizados en nuestra ciudad ya no impliquen el coche.

Por aquellas casualidades de la vida, este deseo tan noble —que el lenguaje cursi-institucional de hoy en día llama “reducir la dependencia del vehículo privado” en un 25%— se ha anunciado la misma semana que el Tribunal de Cuentas Europeo, en el informe Contaminación urbana en la UE, nos cantaba notoriamente las cuarenta debido a la falta de interconectividad entre Barcelona y sus hermanitos metropolitanos; dicho en un idioma comprensible, que el sistema de transporte público es de pésima calidad.

El informe en cuestión, redactado por gente igual de bienintencionada que nuestros ilustrísimos concejales municipales pero con esa pátina de anonimato y manga ancha en lo que atañe a la crítica que regala ser funcionario en Bruselas, recuerda algo tan sencillo como que el automóvil sólo podrá erradicarse si la gente tiene la posibilidad de venir a currar a Barcelona desde Mataró o Sant Joan Despí sin tener que salir de casa la noche anterior. Aparte de esta incomodidad, los sabios continentales aplauden la pacificación superillesca y la zona de bajas emisiones, aun así recordando que un 66% de los barceloneses todavía están expuestos a niveles de bullicio sonoro y tráfico que superan los umbrales de las directivas de la UE. Dicho lisa y llanamente, el objetivo de jubilar el automóvil puede matizarse modificando el espacio público, a través de iniciativas como ampliando aceras y creando más espacios seguros para deambular, pero la patata caliente todavía no está resuelta.

Entiendo que el Ayuntamiento saque pecho en su cruzada por reducir las motos aparcadas en las aceras, incrustar un carril bus donde les sea posible y digitalizar al máximo el servicio de taxis. Comprendo también que la conexión del tranvía por la Diagonal y la finalización definitiva (recemos un padrenuestro) de la estación de la Sagrera puede ayudar a oxigenar la ciudad de coches. Pero la mayoría de homínidos residentes en el área metropolitana que conozco sonríen con altas dosis de irónica resignación cuando les preguntas si podrían utilizar más el transporte público. A menudo tengo la sensación de que la mayoría de las administraciones barcelonesas hablan de este asunto con una visión tremendamente centralista; dicho de otra forma, si el transporte metropolitano es un asunto de urgencia, su solución también debe ser metropolitana, y debe entenderse que es igual de importante pacificar que tener un sistema de buses y trenes del primer mundo.

Servidor tiene la costumbre ancestral de ir por Barcelona caminando o haciendo uso del transporte público (ayuda el hecho de que soy mucho más pobre de lo que parece y de que vivo sin coche y ni siquiera carné), pero entiendo a la perfección que un habitante del extrarradio emplee el auto para llegar al trabajo, a menudo dejándose una horita de tiempo en ello, a pesar de que esto le comporte morir de cáncer de pulmón o el riesgo de calentar el planeta y así aumentar la posibilidad de una Dana que brote dramáticamente del Tibidabo y nos convierta a todos en cadáveres flotantes. En este sentido, diría que los objetivos del Ayuntamiento continuarán formando parte de la poesía burocrática mientras no se alineen con las enormes deficiencias de movilidad que sufren nuestras metrópolis vecinas. Dado que muchos barceloneses están pirándose de nuestra ciudad porque no pueden sufragarse un alquiler digno, con el consecuente aumento de la población, resulta difícil ser muy optimista.

Puestos a pedir imposibles a los Reyes Magos de cara al próximo año, visto que lo de la reforma de Rodalies pinta que irá para largo, quizá habría que ir pensando en un plan para unificar nuestros municipios vecinos con un invento tan ancestral o eficaz como es el metro. Pero eso ya no es poesía, supongo, pues debe entrar de pleno en el terreno de la ciencia ficción.