El misantrop
Pol López y Mireia Aixalà en 'El misantrop'. © Marc Mampel

Molière, el auténtico

Crónica de la adaptación de 'El misantrop' presentada el Festival Grec

Es un festival. No el Grec, no: lo que está sucediendo en la escena teatral catalana. Te parece que has visto la mejor obra del año y de golpe viene otra que te abarrota el podio. El misantrop la pudimos ver esta semana pasada en el Grec y está programada para diciembre de este año en la Sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure. Me revienta no poder decirles que vayan enseguida, pero les puedo decir que vayan en cuanto llegue diciembre. Dirección de David Selvas, bravo. Dramaturgia de Sergi Pompermayer, excelente. Versificación de Pablo Macho Otero, ovación. Y un destacadísimo protagonismo de Pol López en el papel de Aceleste, brutal. Como todo. Como La Brutal. Me explico.

Como ya saben El misántropo es una obra de Molière de 1666 que versa sobre la coherencia, la firmeza de los principios y el precio que se paga por mantenerse fiel a lo que uno piensa. Lo ridículo que puede llegar a ser, incluso, mantenerse como una persona coherente y noble: tan ridículo, o más, que vender o regalar las convicciones. Recuerda un poco a Cyrano y sus delirantes luchas con florete contra la luna, que es una escena tan poética e inspiradora como patética y destructiva. Y es que el tema de El misántropo es al mismo tiempo la coherencia, es decir la actitud del protagonista, como la hipocresía, es decir la actitud contemporizadora (o cínica) de los demás. De hecho, El misántropo fue bastante criticada por la sociedad francesa de la época: podríamos decir que Molière encarnó, de forma clara, a su propio personaje. Ahora ya tenemos el marco, pues. El tema. Ahora vamos a ver qué han hecho estos fenómenos.

La adaptación a la época actual es, de hecho, la gracia. Lo es tanto que ya desde el principio los actores se dirigen al público burlándose directamente de por qué han venido. Para un post, para una selfie, para hacerse los interesantes, ¿no? O para ver lo moderno que queda modernizar Molière, ir a ver algo que mole, ¿eh, Molière? Y desde este arranque (con selfie incluido con el público) nos vamos situando en una discográfica, Misantrop records, que debe debatirse entre mantener la integridad musical (el rock, el indie, incluso Albert Pla versionando Fonollosa) o venderse a las modas reaggeteoneras y vacías del momento. Pero que gustan tanto. Que lo petan todo. Pero que, como el llamado lenguaje urbano, tratan de transgredir pero lo hacen de una forma tan inofensiva que no acaban llegando al corazón de nadie.

El contraste entre la canción sobre el desamor que canta el pobre Cilitandre (con una cursilada hiphopera insoportable) y la exhibición de piezas inolvidables que aparecen durante la obra (Perfect Day de Lou Reed, el propio Sufre como yo fonollosense versionado por Albert Pla, entre otras bien ejecutadas en directo por la banda de actores) es el mismo contraste que existe entre el idealismo del misantrópo y el pragmatismo de Célimène (Mireia Aixalà), en una discusión que sí debemos decir que no acaba formando parte del centro de la obra: en esta versión, el misántropo discute sobre todo consigo mismo y los personajes que le rodean no acaban de tomar el protagonismo que les daría Molière. No ocurre nada: se ha querido sustituir la causa general con la causa individual, con el dilema individual. Y como estamos todos metidos en nuestro móvil personal e intransferible, el resultado funciona.

No creo que se pueda hacer mejor la tarea de catalanizar, modernizar y adaptar los versos del siglo XVII poniéndolos en un constante juego que, ahora sí, quizás acapara demasiado el protagonismo. Incluso toma el protagonismo al protagonista: los juegos de palabras son tan buenos, y vamos tanto en busca de cómo se atará una rima con la otra, que a veces la palabra hace perder fuerza a la situación. No es un gran defecto, yo de hecho lo he agradecido mucho y creo que está bien así: la manera de conectar con el público y de trasladarle el mensaje creo que debía ser ésta, con la palabra, y con unas interpretaciones bien exitosas que arrancan constantes momentos de risas.

No hay drama, eso es cierto: no sufrimos en ningún momento, todo se convierte en una especie de juego que, como juego, es de una mayúscula excelencia. Pero es que quizá sea éste el signo de los tiempos, que la vida se ha convertido en un juego superficial (como la música, como el amor) donde lo importante ya no es tener principios sino molar, no ser de verdad sino ser auténtico. En términos discográficos y como dice el texto, no ser competente sino hacer la competencia. Pues bien, yo he visto una obra auténtica y de verdad a la vez, con principios y que a la vez es cool, y que no sólo compite bien sino que además es altísimamente competente.

El misantrop
Una escena de El misantrop, con la actriz Mireia Aixalà en el centro del escenario. © Marc Mampel