Luis Sans forma parte de la cuarta generación al frente de Santa Eulalia. Pese a que la histórica tienda nació en la Rambla, se ha acabado convirtiendo en una de las más icónicas de Paseo de Gràcia, su segunda ubicación. Establecimiento multimarca y con moda para hombre y mujer, así como una pequeña colección propia, fue pionero en escoger una marca comercial como nombre en una época en la que todos los negocios recurrían a los apellidos de los propietarios —originalmente se llamaba Taberner Hermanos, por la primera familia que la gestionó—, o en ser la primera tienda de Barcelona en la que se hizo un desfile de alta costura. Una de sus singularidades actuales es la de mantener un taller con una decena de sastres y oficiales, “el más grande de España en sastrería y camisería a medida”.
Después de capear el temporal, desde Santa Eulalia ya se ve como Paseo de Gràcia vuelve a estar lleno de turistas, a la espera de que acaben de regresar algunos mercados clave como el asiático, y cómo la arteria se prepara para celebrar su 200 aniversario, con la Mercè como pistoletazo de salida.
— ¿Cómo se ha vivido el parón pandémico en esta zona de la ciudad?
— A Paseo de Gràcia le han faltado sus clientes. Tengo una foto de abril de 2020 que hice de la calle sin nadie, ni una persona en la acera, ni un coche en la calzada. Esto no había pasado nunca. Se ha sufrido y quizás más que en las tiendas de barrio. Y no solo en Paseo de Gràcia sino en todo el centro de la ciudad porque no somos comercio de proximidad. Nosotros somos comercio de centralidad, arrastramos demanda del resto de Barcelona, Catalunya, España y el mundo, y la pandemia nos ha dado en la línea de flotación. Pero, como la mayoría de las empresas son grandes, han aguantado porque tienen interés en diferentes países y, sobre todo, pulmón financiero. Por lo tanto, están dos años vendiendo poco, pero venden en otros mercados, online o menos, y aguantan. Aquí se han resentido las ventas, pero no se ha producido un cierre de tiendas, ni la desertificación comercial que sí que ha pasado en otros sitios de Barcelona. Quizá hemos sufrido más que en otras zonas, pero se ha notado menos. Y, aun así, las tiendas siguen apostando por Paseo de Gràcia.
— Y, ¿en Santa Eulalia?
— La pandemia nos ha afectado de forma contundente, puesto que tuvimos la tienda cerrada muchos meses en 2020 y, después en 2021, tuvimos muchas restricciones a la movilidad. A lo que se suma que la gente ha estado en sus casas. Un motivo para comprar ropa es porque viajas, hay bodas y fiestas, o vas al trabajo. El contacto social es un acicate para vestir bien y esmerarte. Esto se ha unido a que tenemos muchos clientes del resto de Catalunya y de España e internacionales que no podían venir. Aun así, el turista significaba para nosotros solo un tercio de las ventas antes de la pandemia y esta temporada nos hemos situado en un poco menos de esa cifra. Lo que sí que hemos notado mucho es la recuperación del cliente local, que hacía dos años que no compraba y ahora tiene ganas de cambiarse el armario.
— Entonces, no ha ido tan mal.
— En los últimos meses la recuperación ha sido vigorosa, ya que nuestro cliente principal es el cliente local, al contrario de la mayoría de marcas de Paseo de Gràcia, que venden entre el 70% y el 80% a los visitantes. La venta online sigue creciendo, pero a un ritmo menor que durante la pandemia.
“Quizá hemos sufrido más que en otras zonas de la ciudad pero se ha notado menos. Y, aun así, las tiendas siguen apostando por Paseo de Gràcia”
— ¿Cómo de bien le ha ido con la venta online?
— Hemos duplicado ventas desde antes de la pandemia. Pero era una cifra pequeña. En nuestro caso, el canal online representa el 7% de la facturación. Eso sí, vemos mucho la influencia de la venta digital sobre la física. Mucha gente consulta online y va a comprar a la tienda o nos llama para que se lo enviemos.
— ¿Se llegará a sustituir la presencialidad?
— No veo que se produzcan cambios estructurales en este sentido. Sí que es verdad que el online se ha acelerado durante la pandemia y en gran parte se quedará. Pero la necesidad básica que es vestirse y la ilusión por hacerlo, eso no ha cambiado. El canal digital es útil, pero hay muchas cosas que es mejor ver y tocar. Hay cosas que no se viven online. Cuando se vuelva a la plena normalidad, volveremos a la normalidad de ventas.
— ¿La pandemia ha sido un buen momento para la renovación en Paseo de Gràcia?
— Siempre hay renovación. Pero, en algún momento, se llegó a parar porque es muy difícil hacerlo cuando ni siquiera los directores de los establecimientos pueden viajar. Nadie abre una tienda sin ver un local. Muchos proyectos de expansión se pararon y, al principio de la pandemia, hasta tuvo un freno de rotación. Ahora ha habido quizá un poco más de rotación, pero como suele pasar. Siempre hay tiendas que entran y otras que salen. Pero sigue siendo un paseo fuerte, las rentas no han bajado y tampoco han subido.
— Entonces, a pesar de todo, el Paseo de Gràcia tiene buena salud.
— O una mala salud de hierro. Los años de pandemia han sido complicados. Aunque en estos últimos meses las ventas se han normalizado bastante, aun hay marcas que siguen sin llegar a los niveles de facturación previos. Aun así, la calle sigue bien porque todo el mundo entiende que es pasajero. El golpe ha sido duro, pero no por eso la salud de la calle merma.
—¿Cómo está empezando el verano?
— El turismo ha respondido: Barcelona está llena otra vez. El reto ahora es que faltan ciertos visitantes de alto poder adquisitivo como el ruso y el asiático. Se ha recuperado el norteamericano, el europeo e incluso el sudamericano, y empieza a venir algo de Oriente Medio. En número de personas quizás se nota menos porque España en verano vive mucho del turismo y se está recuperando muy bien.
“Paseo de Gràcia sigue bien porque todo el mundo entiende que es pasajero. El golpe ha sido duro, pero no por eso la salud de la calle merma”
— Desde la Associació del Passeig de Gràcia lleváis 70 años reclamando mejoras para la arteria. ¿Cuáles pedís ahora?
— La ciudad no está bien y se están siguiendo unas políticas equivocadas en muchísimos frentes. Quizá el más grave es la falta de ambición en hacer que Barcelona sea una gran capital, y no me refiero en el sentido político, sino a una ciudad que atraiga en la región y sea relevante en el mundo. En el mundo hay dos tipos de ciudad. Las ciudades globales, que cuentan para todo, para la instalación de empresas, de universidades, de hospitales… Y las ciudades locales. Hay ciudades tan grandes y globales que no se lo pueden cuestionar, lo tendrían que hacer muy mal para dejar de serlo, como París, Londres, Nueva York, Pekín, Shanghái, Tokyo, Los Ángeles y Miami. Son indestructibles. Luego, hay ciudades pequeñas como Tarragona, Girona o Valencia que nunca podrán ser ciudades globales porque no tienen la masa crítica para serlo. Y, después, hay muchas que estamos entre medio, que tanto podemos caer para un lado o para el otro. Barcelona no está llamada por destino a ser una ciudad global, pero puede llegar a serlo. Tiene la oportunidad de que sea así, pero, últimamente, se está renunciando en cuestiones como la ampliación del aeropuerto y el ‘no’ al hotel Four Seasons o a grandes eventos internacionales. A tantas y tantas cosas que podrían hacer brillar a la ciudad.
— ¿Qué se debería hacer?
— Barcelona tiene esa capacidad y está renunciando. Esto es imperdonable. ¿Es irreversible? No. Falta que haya otro gobierno municipal que se ponga las pilas y podamos recuperar ritmo. Se han perdido oportunidades, pero seguirán apareciendo de nuevas.
— Recientemente, han llegado nuevas oportunidades a la ciudad, como la Copa América. Y se han consolidado otras, como el Mobile World Congress.
— El haber conseguido la Copa América en 2024 y el afianzar el Mobile World Congress son dos excelentes noticias para Barcelona, pero seguimos negando la ampliación del Prat o el Primavera Sound estuvo a punto de perderse por los problemas que pone el Ayuntamiento. Seguimos siendo una ciudad poco amigable para que eventos internacionales puedan venir a Barcelona. Lo ponemos todo demasiado difícil.
— ¿Se nota de alguna manera directamente en Paseo de Gràcia?
— Una ciudad que aspira a ser capital necesita movilidad. Sin ella, no hay ciudad. La movilidad es aérea, ferroviaria, y se tiene que invertir mucho más en Rodalies, y, para los que no pueden, el coche. Cargarse la movilidad y ese odio al coche que tiene nuestro ayuntamiento sin dar alternativas está constriñendo Barcelona. Es un problema grave. Estoy de acuerdo con que se tiene que ir sustituyendo el coche, pero paulatinamente, con consenso y dando alternativas. Si a la gente no la dejas venir, no vendrá. Y no lo hará para comprar, ir a restaurantes, al abogado, al médico… Si no dejas llegar a todo el mundo, la actividad económica se para. Y, otra crítica, el estado deplorable que tiene la ciudad. Es una ciudad abandonada, mal gestionada.
— ¿Esta dejadez se traslada incluso a vuestra avenida?
— El paseo, en concreto, lo tenemos bastante bien. La limpieza está bien y no hay New Jerseys. Tenemos una comunicación muy buena y fluida con el distrito. El Paseo de Gràcia es una isla, pero al lado hay un montón de calles que están dejadas y sucias.