La selección de Marruecos se juega este sábado el tercer puesto del Mundial de Qatar. ©Fifa

Los barceloneses de Marruecos

¿Conocemos de verdad las pautas culturales, los hábitos y costumbres de la población marroquí de Barcelona? Quizá su magnífica selección futbolística pudiera ser la excusa para empezar a conocer más a los vecinos de Marruecos que tenemos a pocos metros de casa.

Por aquellas cosas habituales del mundo futbolero y como era de esperar, el Mundial de Qatar ha transitado rápidamente de ser un escaparate mediático de performances cínicas sobre los Derechos Humanos a un event donde lo que importa de verdad es meter más goles que el rival. Ironías tiene la vida: el ascensor social del fútbol ha acabado recayendo en la selección de Marruecos, el primer equipo africano en llegar a unas semis mundialistas y vehículo óptimo para reivindicar la estampida de la cultura árabe en el mundo del fútbol (dicho sea ​​de paso, cumpliendo así los deseos húmedos de los corruptos organizadores de la FIFA y sus sobornados al elegir dicho país de Oriente Medio). Siguiendo con la postura y el cinismo, muchos habitantes de Occidente se han hecho tifosi de la selección marroquí; entre ellos, muchos barceloneses que aparcando la adoración habitual por nuestro señor Leo Messi han encontrado el charco de empatía perfecto en el hermano pobre del Mundial.

¿Los barceloneses conocemos a nuestros ciudadanos de nacionalidad o de orígenes marroquíes? Empecemos con los datos; según el Ayuntamiento (La Població de Barcelona, ​​Lectura del Padró Municipal d’habitants a 01/01/2021), en la ciudad se ajustan a dicha categoría sociológica poco más de 15.000 personas. De las 179 nacionalidades que cohabitan en Barcelona, ​​Marruecos es la sexta (muy lejos de Italia, Pakistán o China y en números más similares a Francia y Colombia). Si lo miramos por barrios, dice la revista Barcelona Metròpolis, hay marroquíes sobre todo en Ciutat Vella (20.8%), Sants-Montjuïc (15.5%), Nou Barris (14%) y Sant Andreu (9,8%). Sabemos, pues, que los marroquíes rondan el 4,3% de barceloneses, aglutinando al 7,3% de las iniciativas empresariales, pero todas las estadísticas precedentes tienen una enmienda: no tienen en cuenta a los más de 50.000 marroquíes que han obtenido la nacionalidad española desde año 2004.

 Todo esto son datos y blablablá, pues la pregunta que he hecho antes todavía se mantiene viva; ¿conocemos la realidad de nuestros vecinos de alma marroquí? Si la respuesta es negativa, algo que ya adelanto al querido lector, no será porque ellos no lo hayan intentado. Tras la llegada de los marroquíes a Barcelona (la mayoría provenientes de Francia, entre 1967 y 1972), nuestra ciudad ha visto surgir entidades como la Fundación Bayt Al-Thaqafa (comandaba por la filóloga en semíticas Teresa Losada, promueve el acompañamiento de los recién llegados a la plena ciudadanía a través de iniciativas fantásticas como las Jornadas Gatzara) o la asociación de voluntarios Amical dels Inmigrants Marroquins de Catalunya, que incentiva la convivencia de culturas en el barrio del Raval. Hablo de entidades que no son fruto de la improvisación, con más de cuarenta años de trabajo a sus espaldas, de las que la mayoría de barceloneses todavía no sabemos casi nada.

No. La respuesta es negativa. Aunque nos duela, y por mucho que enviemos una cesta bien rebosante de alimentos al Gran Recapte, por mucho que fardemos de vivir en un distrito megaxupiintercultural como es Ciutat Vella, y por mucho que entonemos las melodías de La Gata perduda o tengamos en casa chilabas y babuchas compradas en el Morocco Style… la mayoría de los barceloneses no tenemos ni la más remota idea de lo que significa provenir de Marruecos ni, por otra parte, tenemos ninguna relación profunda con las demás etnias y nacionalidades de la ciudad. Nos plazca o no, nuestra vida –laboral, académica, e incluso deportiva– es monocolor, eurocéntrica y etcétera, algo que a la mayoría de barceloneses que hemos vivido en el extranjero sólo nos ha pasado en nuestra ciudad. De esto, sólo faltaría, no son responsables los recién llegados, sino únicamente nuestra desidia al conocer mejor lo que vive a pocas calles de casa.

Nos plazca o no, nuestra vida –laboral, académica, e incluso deportiva– es monocolor, eurocéntrica y etcétera, algo que a la mayoría de barceloneses que hemos vivido en el extranjero sólo nos ha pasado en nuestra ciudad

Más allá de solidaridades futbolísticas y otras mandangas, en lugar de cantar las excelencias de los espléndidos futbolistas de Marruecos, quizá deberíamos tener la bondad de mover un poco más el culo y de interesarnos por nuestra conciudadanía. Estas semanas de insufrible publicidad navideña, corre por televisión un anuncio donde una familia queda sorprendida cuando una de sus integrantes (mujer, de avanzada edad) trae por sorpresa a su novio (hombre, más joven… y racializado de origen asiático) a la cena de Navidad. Nos puede parecer una situación extraña y poco normalizada, pero no deja de ser el eco de una realidad cultural monocroma y estatiza. Las entidades que os he citado, y nuestros vecinos de Marruecos están a pocos metros de casa. Terminaremos el artículo, asumiremos las culpas, y nos precipitaremos a conocerles. Al final resultará que el fútbol sirve para algo más que los goles, ya ves tú.