La pesca y los pescadores de Barcelona

Leo con alegría que, finalmente, a finales de este año, el Puerto de Barcelona empezará las obras de la nueva Lonja de Pescadores en el Port Vell. El nuevo equipamiento se construirá al lado de la Torre del Reloj, junto a la lonja actual, y como principal novedad dispondrá de una pasarela elevada desde donde los ciudadanos y, por supuesto, los turistas podrán seguir la subasta del pescado. También está previsto abrir un restaurante –esperemos que especializado en pescado y marisco de kilómetro cero y a precios que no sean una tomadura de pelo–. En el proyecto se invertirán 8 millones de euros y los trabajos se alargarán cerca de año y medio.

La nueva lonja de pescadores debería servir de revulsivo para un sector no suficientemente tenido en cuenta por una ciudad que se jacta de haberse abierto al mar desde la transformación olímpica. Está muy bien que Barcelona se promocione turísticamente como ciudad de playa, pero debería también reivindicar con orgullo su carácter marinero o, más concretamente, pesquero.

De hecho, tengo la sensación de que la huella pesquera ha ido desapareciendo de la ciudad. En gran parte por la presión turística, especialmente, en la Barceloneta. Es cierto que en este barrio de innegable tradición marinera y pesquera queda algún buen restaurante de pescado, pero hay que buscarlo en medio de docenas de locales de pésima calidad en los que sirven unas paellas de juzgado de guardia. Tratándose de un barrio junto al mar, echo de menos restaurantes de aquellos de toda la vida en los que en la entrada exhiben el pescado y marisco del día sobre un lecho de hielo y que con tanta frecuencia aún encuentras en ciudades como Estambul o Nápoles.

La enorme transformación que ha sufrido el Puerto de Barcelona en las últimas décadas –centro comercial y de ocio, aparcamiento para grandes yates de lujo de fortunas más que sospechosas– también ha contribuido a hacer prácticamente invisible a ojos de la mayoría de barceloneses la presencia de los barcos de pesca de la ciudad.

La Lonja de Pescadores de Barcelona, con la Torre del Reloj. ©TNBP

Sin embargo, los pocos pescadores que aún faenan en la capital se niegan a convertirse en una pieza de museo. Para no acabar tragados por la Barcelona del sector servicios, algunos tratan de reconvertirse, también, en una especie de atracción turística y hacen bien en intentarlo. Hace años, pescadores de la Barceloneta se inventaron una experiencia en torno a la gamba barcelonesa. Te ofrecían acompañarlos a pescar en los caladeros del Garraf y redondear la jornada con un buen plato de pescado recién salido del mar. En una ocasión –en un evento creo que organizado por la propia Cofradía de Pescadores de Barcelona para promocionar este producto–, mientras sorbía la cabeza de una gamba pescada ese mismo día, un pescador de la Barceloneta me explicó que la gamba que traen ellos no tenía nada que envidiar a la famosa gamba de Palamós. Puedo confirmar que ciertamente la gamba de Barcelona, si se la puede llamar así, era deliciosa.

Pienso, también, que es una pena que Barcelona no tenga un gran mercado de pescado y marisco en medio de la ciudad como el maravilloso y concurrido Noryangjin de Seúl. Situado en la orilla sur del río Hangang, no lejos de la estación de Yongsan, es uno de los más grandes de la capital surcoreana. Los pescaderos y restauradores suelen acudir a Noryangjin de madrugada, pero durante el resto del día es un no parar de clientes particulares en busca de toda clase de suculencias marinas: pescado, marisco, algas… Los hay de toda clase –a ojos occidentales, rarísimos y en algún caso de aspecto siniestro o directamente asqueroso– y todos o prácticamente todos vivos dentro de grandes acuarios de agua salada o sea que llega un momento en que casi no sabes si estás en un mercado o en el Aquarium. Menudo espectáculo. Para el turista, afortunadamente escaso, es un lugar ideal para hacer el mirón y, por supuesto, para darse un homenaje. Uno de los atractivos de Noryangjin es que una vez te decides por el pescado o marisco que más se te antoja, te lo matan y limpian allí mismo y en los restaurantes del piso de arriba lo cocinan a tu gusto. Fui hace unos años y recuerdo que, entre otros pescados y mariscos que no sabría identificar, me comí un enorme crustáceo que parecía de otro planeta. A priori, no era demasiado sabroso, pero oportunamente condimentado resultó ser una delicia.

La pesca y los pescadores forman parte del pasado y del presente de Barcelona. Sería bueno que también estuvieran en el futuro.