El Castillo de Torre Baró. ©Ajuntament de Barcelona

Este verano me quedo en Barcelona

Barcelona sigue siendo una de las ciudades más bellas del mundo y el verano es uno de los mejores momentos para descubrir todo lo que durante el resto del año, ya sea por pereza o estrés, tenemos a pocos pasos y aún no conocemos

Cuando amigos y conciudadanos saludados me preguntan qué haré durante las próximas vacaciones, disimulando aquella desidia tan propia de la conversación de café que esconde la sola intención de vomitar sus propios planes veraniegos, me complace esperar la cara de incredulidad y hastío que les provocaré al decirles que, como es tradición, me quedaré en Barcelona. En efecto, mientras la mayoría de los vecinos sueñan que llegue agosto para poder pirarse a hacer el ganso al Empordà, servidor aprovecha para darse el placer de disfrutar de su propia ciudad, que no sólo es una de las más bonitas del mundo, sino que en verano tiene la gracia de quedarse sin barceloneses.

Este es uno de los escasos privilegios de la vida subdesarrollada del homo autonomus: mientras tus semejantes pasan el verano molestando a los indígenas del Empordà con su depredadora presencia capitalina, que incluye el horripilante uniforme de pantaloncitos blancos de lino prototípicos y los aún más execrables menús de picoteo con los que los pixapins se embuten el estómago en Tamariu, servidora pasa la canícula disfrutando de la Rosa de Foc amansada y de una ciudad que, a pesar de vivir a medio gas, sigue siendo una delicia. Y en el Empordà, como entenderéis perfectamente, ya procederemos a molestar y hacer running en septiembre, como la gente educada.

Los habitantes de Barcelona somos una especie misántropa que tiene un espíritu adorablemente vago. Intentad proponer a sus compañeros de barrio un cambio en vermut habitual del Xampanyet en el barrio Gótico por un viaje de escasos minutos en metro que te permita subir a Quimet de Horta y veréis como las reacciones son de escándalo, como si uno hubiera pedido una lenta peregrinación hasta la cima del Himalaya. Así también de noche, cuando los habitantes del cap i casal se indignan de lo más cuando alguien osa pedirles que se dirijan a vaciar cañas más allá de las fronteras mentales de nuestros bares (en mi caso, bien delimitadas entre la terraza Belvedere del pasaje Mercader y las mesitas ilegales del bar Ascensor en la calle Bellafila).

Can Fabra alberga la Biblioteca de Sant Andreu. ©V. Zambrano

Digo esto porque el verano es un tiempo ideal para deshacerse de nuestra ancestralísima pereza y ejercitarse en el arte de mover el culo y no, como dicen los cursis del Time Out, para descubrir (ecs) nuestra ciudad, sino para regalarse placeres inalcanzables a muchos conciudadanos de la Europa civilizada, como un paseo por los recovecos del Carmel o una ronda barística por los escondijos de Sant Andreu. Entre hacer cola acalorado en Cala Estreta como si estuvieras entrando a la gasificadora de Birkenau o caminar bien tranquilo por Barcelona, en casa ya tenemos la elección pactada y digerida.

Entre hacer cola acalorado en Cala Estreta como si estuvieras entrando a la gasificadora de Birkenau o caminar bien tranquilo por Barcelona, en casa ya tenemos la elección pactada y digerida

Si sois lectores del The New Barcelona Post todavía tenéis más motivos para quedaros en casa. El colega Jacobo Zabalo nos informa puntualmente sobre la oferta cultural barcelonesa, una programación que no cesa durante el verano (esta misma semana he podido asistir al inicio del festival Bachcelona, con una serie de conciertos de alma bachiana para relamerse el tímpano que durarán hasta el 8 de julio) y servidora también es adicto a las magníficas crónicas de arte urbano de Cristina Sala y Quim Riera, que dan auténticas ganas de curiosear por la ciudad y descubrir la riqueza escultórica que tenemos frente a nuestras narices y que, de existir en Tokio o en Estocolmo, nos obligaría  gastarnos una pasta en billetes de avión para engordar nuestra alma cultureta.

Quedarse en Barna durante el verano puede producir muecas de suficiencia en el interlocutor, pero yo diría que hará mucho más el ridículo el pescador de lugares solitarios en Lisboa o Milán que no el barcelonés que disfrute de  uno de los mejores menús de degustación del mundo en el Dos Palillos de la calle Elisabets (por un precio cuatro o cinco veces inferior al de un restaurante equivalente Londres) y luego suba a la terraza del Hotel Camper, en cuyo interior se esconde uno de los mejores cocteleros del planeta.

El patio de la Casa de la Convalescència, en el Raval. ©V. Zambrano

Cuando el cultureta viaja a Nueva York, se impone la tarea de calzarse las botas de montaña e investigar la progresión de los barrios antiguamente industriales, véase Queens o el Bronx como prototipo, para explicar a sus amiguis como los efectos de la gentrificación derivan en transformaciones urbanas de primer orden. No veo que los barceloneses podemos dejar de aplicar la misma lógica, aunque sea un tanto postiza, a nuestra ciudad y de esa guisa husmear no sólo las fábricas del Poblenou reconvertidas en bibliotecas universitarias, sino también jugar con las sombras del Raval Sud o ver por primera vez Torre Baró, La Mina o Trinitat Vella, lugares donde (como ya estudiaron de una forma incipiente pero muy sana los artistas del proyecto “Dieciséis Barrios, Mil Ciudades”) se esconde un relato de Barcelona que no siempre tenemos en la cabeza cuando nos referimos a la propia ciudad.

Que nadie se equivoque, pido lo contrario de tratar la propia urbe con los ojos forzados del turista que viaja a la caza de las singularidades paupérrimas: contrariamente, reivindico el quedarse y visitar Barcelona éste y todos los veranos como una actividad ciudadana militante, gozosa y necesaria. Si los colegas no te comprenden cuando lo propones, respóndeles: “no sabes lo que te pierdes”.

Reivindico el quedarse y visitar Barcelona éste y todos los veranos como una actividad ciudadana militante, gozosa y necesaria

Evidentemente, ni la canícula insoportable me hará perder las ganas de escribir y glosar Barcelona para los seguidores de este mi queridísimo Post. Evidentemente, este verano también trabajo y el resultado lo tendréis las próximas semanas con nuevas Punyaladas viajantes. Porque no sé caminar sin escribir. De hecho, ya lo sabéis, son exactamente la misma cosa.