¡Somos tan humanos! Lo exclamaba en el título de su biografía uno de los grandes asesores de Bill Clinton en la Casa Blanca, George Stephanopoulos. Y sí, aunque a veces parezcamos marcianos, somos terrícolas. ¿Por qué comprar entonces la idea de que el mundo de la cultura y el de la empresa pertenecen a planetas distintos y que nunca podrán entenderse? Esta semana, en la Casa Seat de Barcelona, y convocados por The New Barcelona Post, hemos celebrado un encuentro con dos miembros destacados de la resistencia contra este escenario derrotista. Un lujo de conversación energizante, con Maite Esteve, directora de la Fundació Catalunya Cultura, y Joan Oliveras, presidente del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC).
Todo lo que no es naturaleza, es cultura, decía un conseller del ramo en Catalunya. Por lo tanto, estamos rodeados de cultura, aquí en la Tierra, y esta realidad no puede vivir de espaldas a los recursos económicos que, como en tantas otras cosas en la vida, hacen posible que la máquina funcione. Ay, ¡funcionar por cierto!, el gran concepto de la conversación.
Decía Maite Esteve (con mucha modestia) que ella de cultura no es que sepa especialmente, pero sí que tiene la habilidad de hacer que las cosas funcionen. Joan Oliveras remataba, en la dirección que ella también apuntaba: si funcionan las instituciones y la economía, podremos lograr que la cultura también se sume. Es la clave. Un contexto social e institucional que haga posible, por ejemplo, una ley de mecenazgo homologable a la de los países que más cuidan a la cultura, y también unas empresas que tengan las condiciones para afrontar el reto y un chip que sepa hacer la transición (o compatibilizar) de la cultura del mecenazgo a la del patrocinio, ahora en tendencia.
¿Es cierto que, en nuestra casa, cultura y empresa se han mirado tradicionalmente de reojo? Es cierto. ¿Es necesario que sea así para siempre o, incluso, nos lo podemos permitir mucho más tiempo? No, y ya vamos tarde a la hora de actuar totalmente en consecuencia. El modernismo, la mayoría de colecciones de los museos del país y los muchos festivales de música y teatrales que nos proyectan al mundo son una muestra de hasta qué punto la colaboración público-privada ha impulsado grandes proyectos culturales, empresariales y de país. ¿Y si intentamos ponerle método y velocidad de crucero? Quizá así evitaríamos seguir perdiendo oportunidades y posiciones, que recuperaríamos, porque este país ha demostrado ampliamente que cuenta con las condiciones para jugar en ligas destacadas.
Maite y su fundación operan como un Google Translator entre estos dos supuestos universos paralelos que son la cultura y la empresa. Igual que con en el tópico que dice que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus (y no es cierto), tampoco debemos comprar la idea de que estamos hablando de planetas distintos. Quizá de continentes distintos, pero ya tenemos a quien quiere y sabe hacer de puente entre unos y otros.
Joan preside un Museo que es la mejor muestra de hasta qué punto el dinero, en Catalunya, también ha tenido una vocación de contribuir al patrimonio cultural común. En ausencia de un Estado propio, ha existido la conciencia de suplencia, dice. Y añado: y quien ha puesto recursos, más allá de las instituciones de gobierno, para llevar a cabo esta tarea sustitutoria en beneficio colectivo. No tenemos colecciones reales ni botines procedentes de conquistas en nuestros museos. Pero sí fondos que nacieron, en muchos casos, de la iniciativa privada de un país que, por ejemplo, durante la Guerra Civil, sabía que debía salvar vidas, pero sin olvidar que también debía salvar el patrimonio de todos. Podéis encontrar la prueba en el MNAC y en otros museos. No busquéis en Marte ni en Venus.